Reinel
Gutiérrez
En Colombia existen sapientísimos hombres de leyes, connotados juristas,
excelentes magistrados, sobresalientes jueces, extraordinarios catedráticos,
interesantes alumnos, y brillantes fiscales, encargados de determinar las leyes
y hacerlas cumplir.
Ellos tienen como función estudiar permanentemente la sociedad
para conocer su comportamiento en todos los órdenes, y a partir de allí establecer
la normatividad que la regule.
Algunos viejos códigos tienen que ser abolidos, entre otras cosas,
porque la actividad delictiva vive en permanente innovación, y a veces aparecen
acciones lamentables que no están tipificadas penalmente.
De allí para allá el trabajo de estas brillantes mentes debe ser
constante, porque la sociedad es cambiante en lo económico, social, político,
militar, cultural y hasta recreativo, partiendo desde el estado de los hogares
y la familia, hasta la colectividad en general.
La ley causa temor, pues muchos se intimidan ante el Código Penal,
un fallo, una sentencia, un artículo, o un inciso. Y si es el mandato religioso
también ocasiona sumisión y terror, por lo tanto ejerce una gran autoridad.
Pero existe una ley poderosa que no fue debatida en el Congreso de
la República, en la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de la Judicatura, ni
fue decreto presidencial, pero que es mucho mas temida que el código de policía,
la Constitución Nacional, o el catecismo.
Surgió de la Universidad de la Vida, cuando los seres humanos
establecieron su propio control social.
Con esta norma, muchos se abstienen de cometer actos, o por el contrario,
se ven obligados a hacerlos. Es la ley "del qué dirán".
A esta le tienen pavor las personas, porque incrementan sus
complejos de inferioridad, y robustecen toda clase de prejuicios. Un hombre o
una mujer adoptan costumbres especiales para comportarse en la calle, en el
club social, en la asamblea, o en el acto de oración, a partir de lo que
presumen, están pensando sus semejantes.
Una persona se ve obligada a vestirse de alguna manera, aunque no
le guste, para no infringir esa norma. Unos se casan para evitar las críticas
de quedarse solteros, mientras que otros se abstienen de hacerlo para que no
los cataloguen de lelos o insensatos.
Un funcionario de gobierno incurre en desviación de dineros, y
apropiación de los mismos para que no lo cataloguen de bobo por vivir solo del
sueldo. Si un hombre quiere hacer micción y no hay otro lugar sino el parque,
con sigilo, mirando para todo lado a la hora de sacar la válvula urinaria para
evacuar, se acerca a un árbol y lo realiza. Besar a la novia en la vía pública
en un repentino impulso, se logra, pero hay que otear el horizonte para saber
quien está mirando. La señora o señorita al entrar al motel o salir de este con
su amante, debe tener la precaución de agachar la cabeza para que no la vean.
Hay que estar a la moda en diseños, colores, modelos y olores para eludir el
juicio social.
En todo momento hay que evitar "hacer el oso",
precisamente por la existencia de esa fatídica ley, que no tiene parágrafos,
pero que posee ojos, oídos y ante todo lengua.
Y no hay que decirnos mentiras, pues desde el barrendero, y el
siembra-yucas hasta el Sumo Pontífice sufren con el "qué dirán" un
mandato que está vigente, es inapelable, no le cabe acción de tutela, ni debate
de ninguna naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario