Jorge
Muñoz Fernández
jorgemunozefe@hotmail.com
Las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron
encarceladas, torturadas, violadas y asesinadas el 25 de Noviembre de 1.960 por
unidades del Servicio de Inteligencia Militar del régimen dictatorial de Rafael
Leónidas Trujillo que gobernaba República Dominicana.
Activistas y defensoras de los Derechos Humanos se
enfrentaron decidida y temerariamente a un sátrapa que consideraba comunistas y
depravados a todos aquellos que se oponían a sus designios providenciales y
predestinados.
Los Servicios de Inteligencia Militar se encargaron de los
seguimientos y ejecución de las tres hermanas que pertenecían a sectores
sociales acomodados de Santo Domingo. Con su muerte, por el apoyo que
disfrutaban en todos los sectores de la sociedad dominicana, se desataron violentas
manifestaciones populares en contra del tirano, que culminaron con su asesinato
el 30 de mayo de 1.961.
En su honor, la Asamblea General de las Naciones Unidas
aprobó el 17 de diciembre de 1999 celebrar anualmente el 25 de Noviembre, en
memoria de las hermanas Mirabal, el Día Internacional de la Eliminación de la
Violencia contra la Mujer.
Desde entonces, la Organización Mundial de la Salud viene
revelando periódicamente estudios sobre el mal trato a la mujer en el mundo, en
tanto que en 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas definió la
violencia contra la mujer como: «…todo acto de violencia
basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico,
sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación
arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada».
En Colombia el mal trato contra
la mujer, en el marco del conflicto armado interno, ha sido perpetrado por
paramilitares, fuerza pública y guerrilla, cuyos delitos sexuales han
permanecido invisibles y en la impunidad, hecho que motivó a la bancada de
parlamentarias en el Congreso a presentar un proyecto de Ley sobre “violencia sexual contra
la mujer en el conflicto armado", que garantice justicia, protección y reparación
a las mujeres afectadas por crímenes catalogados como de lesa humanidad.
Sin embargo, la
violencia que se ejerce contra la mujer tiene profundas raíces sociales,
políticas, económicas y culturales e históricas, como se observa en la
tradición islámica y judeo-cristiana.
Aún en nuestra era, pomposamente etiquetada como post-
moderna, subsisten férreas conductas opresivas de sociedades patriarcales,
esclavistas, feudales y autoritarias, legado del oprobio cuando la mujer era considerada
como un objeto al servicio del hombre.
Prácticas aberrantes contra la mujer son de común ocurrencia
en el mundo. Las maquilas, llamadas también fábricas globales, que bajo el
neoliberalismo se presentan como oportunidades de trabajo liberador, donde
regularmente laboran mujeres, son suplicios laborales parecidos a las fábricas
del comienzo de la Revolución Industrial.
Tal es la dimensión del mal
trato a la mujer que la Organización Mundial de la Salud hace algunos años
reveló en sus encuestas que en veinte países de América Latina las mujeres
respondieron que se sentían más seguras en la calle que en sus propios hogares,
aun cuando la violencia callejera contempla el atraco y las balas perdidas.
Millones de mujeres viven y sobreviven en condiciones de
miseria física y moral, en ambientes familiares o domésticos sombríos, sometidas
a presiones indebidas, violencia emocional, formas de crueldad mental y en
ocasiones humilladas durante toda su vida.
Pese a la evidencia de las estadísticas y los pactos
internacionales de obligatorio cumplimiento para los Estados signatarios, son
pocos los gobiernos que aceptan la existencia de modelos sociales y educativos
patriarcales que reproducen la violencia contra ellas, en cuyo sojuzgamiento,
la bondad, el estoicismo e incluso las relaciones afectivas, sirven para
camuflar conductas perversas en su contra.
A la desigualdad económica y de oportunidades laborales, se
suman las falsas creencias y costumbres culturales extremadamente
conservadoras, que han contribuido a menoscabar la autonomía de la mujer,
fomentando la violencia basada en el género.
Pocos saben en América latina que las obligaciones del
Estado contra el maltrato a la mujer, como niña, como esposa, como hermana, como
amiga, como empleada, como trabajadora o compañera tiene sus raíces en tres
valerosas mujeres que desafiaron el gobierno tiránico de Rafael Leónidas
Trujillo, conocido en su país con el sobrenombre de “El Generalísimo Chivo”, personaje
que asesinaba a quienes no pensaban como él, tenía sicarios como socios de
gobierno, abusaba de las esposas de sus colaboradores y arrojaba adversarios al
mar para deleite de los tiburones.
Tiempos para leer La fiesta del Chivo, extraordinaria
obra de Vargas Llosa, en la que con un lenguaje impecable nos deja ver también
los crímenes políticos realizados con saña contra la mujer.