FRAUDE NO ES LO MISMO QUE ROBO
Ilustración: Javier De La Torre Galvis/Semana
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
Queda
uno con la sensación al leer el artículo que se puede leer en el link que
fraude no es lo mismo que robo. Que es un regalo a persona bien conocida, que
no necesita y, punto.
La
crónica* sobre lo que ocurrió en Incoder aclara que esta figura jurídica estuvo
en boga hace una década. Y pone la fecha de 2003. O sea, durante dos gobiernos.
Más de dos y medio millones de tierras baldías,
laborables, cuyo dueño es el gobierno, fueron cedidos para utilidad de unos
ciudadanos y ciudadanas que no conocían ni una pala ni el azadón. Que nunca
usaron overol ni tuvieron su espalda al agua ni al sol. Que no pasaron hambre
ni estudiaron en la escuela veredal.
No,
qué va. Eso no puede ser robo. Apenas es un simple fraude. Y fraude es un
pecadillo que se cura anulando una escritura, y ya. Lo puede deshacer un
notario o un juez, o el Supernotariado. Eso es fácil y de eso no queda rastro.
Sí. Ni siquiera hay que confesarse y que un cura dé la absolución. ¿Por qué
quejarse y ponerse a llorar? Quien tenía 500 hectáreas a su nombre y las
usufructuaba a nombre de un campesino que no existía, voltea la espalda como si
se le olvidara algo y va tranquilo a su casa, a descansar de tanto trabajar.
Tener
una finquita casi tan grande como medio departamento, o que hay que recorrer a
caballo en dos días, la tienen casi todos los verdaderos agricultores en
Colombia, ¿no? Y la cuidan sin zapatos ni alpargates ni tractor ni asesoría
técnica, ¿no? El ejemplo es igualito.
Busqué
en el diccionario por temor a estar equivocado. ¿Cómo se define el fraude? Dice
así Salvat-Uno: “Acción encaminada a eludir cualquier disposición legal, sea
fiscal o civil, siempre que con ello se produzca perjuicio contra el Estado o
contra terceros.” Y robo: “Delito contra la propiedad realizado, con ánimo de
lucro, por quien se apodera de un bien mueble ajeno”. La diferencia es muy
grande, ¿no?
Una
cosa es que le regalen a uno un terreno chico o enorme y otra cosa es
apoderarse de una cosa para lucrarse de ella en perjuicio de muchos labradores
pero que se le titula a nombre de uno, ¿no? Qué leguleyadas tan finas y bien
tramadas. Lo mismo que se hace con los títulos de las minas, los aprovechamientos
forestales. Todo está protegido y santificado por la ley. Después de recibir el
regalo, el beneficiado puede decir al buen funcionario que le otorgó el
lotecito: “Dios lo bendiga”, como dicen en los semáforos. Y no hay más que
hablar. Sale uno a casa como el buen gato de Pombo.
El
mapa de Colombia ya no es de antes, o el que aparece en el mapa. Quitemos o
restemos la tierrita, las finquitas, en diminutivo, que se han repartido en AIS
y por el Incoder y por DNE y ya los kilómetros de territorio del estado no son
los mismos. Se han esfumado en ocho años, en “una década”, dice Semana.com. Han
pasado a manos de otros propietarios pobres y necesitados que apenas tenían una
o dos “placitas”, como dicen en Boyacá o Santander o Valle los labriegos y
cuidadores de fincas. ¿De qué nos quejamos? Han quedado en buenas manos, señores
Notarios, señores de Incoder.
Y
la gente ingenua sigue votando por alcaldes, gobernadores, y el Gobierno sigue
nombrando superintendentes, agentes, contralores, personeros, notarios,
ministros que avalen favorcillos de asignación de títulos de terrenos baldíos y
no tan baldíos.
19-11-12 10:50 a.m.
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