lunes, 19 de noviembre de 2012



FRAUDE NO ES LO MISMO QUE ROBO

Ilustración: Javier De La Torre Galvis/Semana

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

Queda uno con la sensación al leer el artículo que se puede leer en el link que fraude no es lo mismo que robo. Que es un regalo a persona bien conocida, que no necesita y, punto.

La crónica* sobre lo que ocurrió en Incoder aclara que esta figura jurídica estuvo en boga hace una década. Y pone la fecha de 2003. O sea, durante dos gobiernos. Más de dos y medio millones de tierras baldías, laborables, cuyo dueño es el gobierno, fueron cedidos para utilidad de unos ciudadanos y ciudadanas que no conocían ni una pala ni el azadón. Que nunca usaron overol ni tuvieron su espalda al agua ni al sol. Que no pasaron hambre ni estudiaron en la escuela veredal.

No, qué va. Eso no puede ser robo. Apenas es un simple fraude. Y fraude es un pecadillo que se cura anulando una escritura, y ya. Lo puede deshacer un notario o un juez, o el Supernotariado. Eso es fácil y de eso no queda rastro. Sí. Ni siquiera hay que confesarse y que un cura dé la absolución. ¿Por qué quejarse y ponerse a llorar? Quien tenía 500 hectáreas a su nombre y las usufructuaba a nombre de un campesino que no existía, voltea la espalda como si se le olvidara algo y va tranquilo a su casa, a descansar de tanto trabajar.

Tener una finquita casi tan grande como medio departamento, o que hay que recorrer a caballo en dos días, la tienen casi todos los verdaderos agricultores en Colombia, ¿no? Y la cuidan sin zapatos ni alpargates ni tractor ni asesoría técnica, ¿no? El ejemplo es igualito.

Busqué en el diccionario por temor a estar equivocado. ¿Cómo se define el fraude? Dice así Salvat-Uno: “Acción encaminada a eludir cualquier disposición legal, sea fiscal o civil, siempre que con ello se produzca perjuicio contra el Estado o contra terceros.” Y robo: “Delito contra la propiedad realizado, con ánimo de lucro, por quien se apodera de un bien mueble ajeno”. La diferencia es muy grande, ¿no?

Una cosa es que le regalen a uno un terreno chico o enorme y otra cosa es apoderarse de una cosa para lucrarse de ella en perjuicio de muchos labradores pero que se le titula a nombre de uno, ¿no? Qué leguleyadas tan finas y bien tramadas. Lo mismo que se hace con los títulos de las minas, los aprovechamientos forestales. Todo está protegido y santificado por la ley. Después de recibir el regalo, el beneficiado puede decir al buen funcionario que le otorgó el lotecito: “Dios lo bendiga”, como dicen en los semáforos. Y no hay más que hablar. Sale uno a casa como el buen gato de Pombo.

El mapa de Colombia ya no es de antes, o el que aparece en el mapa. Quitemos o restemos la tierrita, las finquitas, en diminutivo, que se han repartido en AIS y por el Incoder y por DNE y ya los kilómetros de territorio del estado no son los mismos. Se han esfumado en ocho años, en “una década”, dice Semana.com. Han pasado a manos de otros propietarios pobres y necesitados que apenas tenían una o dos “placitas”, como dicen en Boyacá o Santander o Valle los labriegos y cuidadores de fincas. ¿De qué nos quejamos? Han quedado en buenas manos, señores Notarios, señores de Incoder.

Y la gente ingenua sigue votando por alcaldes, gobernadores, y el Gobierno sigue nombrando superintendentes, agentes, contralores, personeros, notarios, ministros que avalen favorcillos de asignación de títulos de terrenos baldíos y no tan baldíos.


19-11-12                            10:50 a.m.

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