Por
Julio César Espinosa
La Asociación Caucana de Escritores
me ha hecho el grato encargo de presentar un saludo y efusivas congratulaciones
al amigo, periodista y escritor Horacio Dorado Gómez, actual vicepresidente de
nuestra entidad, con ocasión del lanzamiento de su libro “Nuestros personajes
típicos”.
Quien haga un seguimiento a la
labor de Horacio en el decurso de estos últimos treinta años podrá advertir que
su quehacer siempre ha tenido unos propósitos claros: Primero que todo, enaltecer
los valores de una tradición que define y moldea la identidad del payanés. Igualmente,
mantener vivo el espíritu de un pasado en el que se hermanan nuestros rostros:
el de ascendencia europea y el mestizo, el profesional y el mendigo, el afrodescendiente
y el indígena, el artesano de talento humilde y el genio de chispa creadora.
Los escritores rara vez han
podido sustraerse a la obligación natural de dar brillo con su obra a su lugar
de nacimiento. Unos lo han hecho de forma explícita en medio de su propia
creación.
Piensen ustedes en Fernando
González y su experimento de “Otraparte”, un jardín para cantarle a su natal
Envigado. Y el bizco y chocarrero de Luis Carlos López, que cantó
clarividentemente las virtudes y defectos de su Cartagena aletargada, pero
amada tanto como sus “zapatos viejos”. Y la “Morada al Sur” de Arturo fue un
madrigal a su terruño, La Unión (Nariño), con su “bosque extasiado que existe
sólo para el oído”.
Y se me antoja que la novela “Sin
remedio” de Antonio Caballero, aparte de describir lo difícil que es hacer un
poema, creo que su intención de fondo era acuñar para la historia la geografía
citadina de Bogotá, hacer inolvidables dos o tres calles y unos cuantos de sus
barrios.
Y si nos vamos allende las
fronteras patrias, nuestra mirada es atraída por la irlandesa Dublín, cantada
minuciosamente en la novela impar “Ulises”, por el hijo de sus entrañas, James
Joyce; y los lugares manchegos inmortalizados por Cervantes, qué me dicen
ustedes?
Otros escritores prefirieron
colocar nombre imaginario a su aldea, y la llamaron Macondo, Santamaría,
Yoknopathaupha. De cualquier manera, pues, muchísimas patrias chicas existen en
nuestro corazón gracias a sus cantores. Doy como ejemplo un poeta sencillo y a
la vez profundo, el decimero José Atuesta Mindiola, que eterniza su pequeño
pueblo natal de Mariangola en el Cesar, con estas décimas:
Mariangola, linda estancia,
de lejanas madrugadas
bellas decimas cantadas
con estilo y elegancia,
en la orilla de mi infancia,
como un eco de lucero
eran versos de vaqueros
de La Gran Miseria Humana,
que es el sol de la mañana
de mi canto decimero.
He mencionado lo anterior para poder establecer un rango de medida
y patrón en el trabajo de nuestro asociado Horacio Dorado Gómez. Y así poder
concluir que nuestra ciudad se asoma nítida y hermosa, con toda su verdad y su
grandeza, en las obras de Horacio. La A.C.E. registra complacida la aparición
de este nuevo libro suyo, porque agrega a nuestra historia local, apuntes
nostálgicos de algunas personalidades que contribuyeron a construir ese espacio
espiritual urbano, llamado Popayán, la voz culta en el concierto de nuestras
ciudades colombianas.
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