Reinel
Gutiérrez
La inseguridad en Colombia es tanta, que da temor ir al
supermercado de la esquina a comprar la sal. De allí en adelante, están en
riesgo las muchachas que salen al colegio o la universidad, las jóvenes campesinas
que van por los caminos veredales, las empleadas, las vendedoras de productos y
las señoras y abuelas en general.
Corren peligro los obreros, los estudiantes, los labriegos, los
motociclistas, los deportistas.
Sufren atropello los niños, las niñas, pues no hay un día en que
no sea muerto uno violentamente.
Para cometer los crímenes están las armas de fuego, las granadas,
los cilindros llenos de explosivos, los cuchillos, puñales, garrotes, machetes
y piedra.
Las sogas, que solo debieran servir para atar los víveres para el
mercado, son empleadas para amarrar a las victimas, o en otro caso para
suicidarse.
No es un punto de vista negativo, sino una realidad que ha
enturbiado el panorama y que hace que cada acto delictuoso sea visto como algo
normal y cotidiano.
Entonces, ¿Qué se hizo el Ángel de la Guarda? ¿Se fue ante el
peligro, o miró que no podía hacer algo por sus protegidos? ¿Existía de verdad
o era un cuento más de tantos que el ser humano recibe? Caperucita Roja se
internó en el bosque pensando que su ángel invisible la cuidaba, y sin embargo le
salió el lobo feroz, como tantos lobos que todos los días aparecen en el
parque, la calle, el puente, el templo, el supermercado, la carretera desolada,
la montaña y en fin, en todas partes.
Los gobernantes, monarcas, dictadores, papas, y presidentes de
todas las épocas nunca confiaron en el espectro bondadoso y prefirieron un
grupo de escoltas bien armados, mientras sus súbditos siguieran esperanzados en
que una fuerza desconocida les protege la espalda.
Así vamos en este país, que guarda en sus sentimientos el deseo de
que haya paz, y que cese tanta agresión provocada entre hermanos que no tienen
la "dulce compañía".
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