Por Pbro. Edwar Andrade
Párroco Iglesia Stma. Trinidad Santander de
Quilichao, Cauca
“Cuando venga Él, el Espíritu de
la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta,
sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Juan 16, 13).
Son muchos los cristianos que al comenzar a
vivir en comunidad se dan cuenta de que la misma está muy lejos de vivir el
mandato de Jesús “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. ¿Dónde
quedó la exigencia de este mandamiento cuando la envidia, los celos, la falta
de solidaridad son “el pan nuestro de cada día”?
Los defectos más sobresalientes de nuestras
comunidades en lo referente a la convivencia son: celos, envidias, arrogancia,
partidismos, liderazgos negativos, prepotencia, individualismos, discusiones
que no llevan a nada y frecuentemente generar divisiones y rencores.
¿Pudo la primera comunidad cristiana vivir el
mandamiento del amor con absoluta fidelidad? ¿Qué significa realmente vivir el
amor entre los hermanos? ¿Es posible vivir el relato de Hechos 2, 42-47? Dicho
texto no es el único en el que se relata la vida de la primera comunidad.
Ciertamente, la actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o rechazo
de la gracia y el amor divino. No son las lenguas, ni las razas, ni las culturas
las que nos dividen, sino la falta de amor. La verdad de una comunidad
cristiana se mide por el grado de comunión profunda que existe entre sus
miembros. Cuando en la comunidad existe amistad, unión, amor, servicio, es
porque Dios la guía, porque se da testimonio al mundo, del amor de Dios. Pero
donde obra el Espíritu Santo y se obtienen frutos, Satanás no permanece
indiferente y trata de destruir la obra de Dios y su mejor estrategia es la
división, llegando a utilizar algunos miembros de la misma comunidad. Jesús nos
dice: “Todo país dividido en bandos enemigos, se destruye a sí mismo; y
una ciudad o una familia dividida en bandos, no puede mantenerse” (Mt
12, 25).
Cuando el enemigo logra la división de una
comunidad, ésta se destruye sola. El enemigo se vale de las debilidades humanas
(chismes, envidias, odios, rencores, etc.) para alcanzar su objetivo; por eso
debemos reconocer su estrategia para no ser cómplices por ignorancia de sus
planes destructivos y contribuir a la división de nuestra comunidad. Hay que
tener en cuenta que el que ama verdaderamente a Jesucristo no puede dejar de
amar verdaderamente a la Iglesia, aunque esta se presente con un rostro
adolorido, enfermo o debilitado.
¿Cuáles
son algunos instrumentos de división de la comunidad cristiana?
A
continuación reflexionaremos sobre algunos instrumentos de división, cómo se
presentan y el daño que nos hacen como personas y a nuestra comunidad
cristiana:
Críticas: en vez de fijarnos en Jesús, nos
fijamos en la persona humana. Casi siempre esta crítica se hace secretamente,
convirtiéndose en murmuración. La crítica hace daño a las personas que la oyen,
pues las predisponemos contra quien se critica y a la persona de la cual se
habla, pues dañamos su dignidad. Para evitar esto debemos impedir la crítica y
la murmuración, ya que son el cemento que levanta las paredes que nos dividen y
nos hacemos cómplices del rompimiento de relaciones entre hermanos. No debemos
criticar, murmurar, ni tampoco escuchar críticas o murmuraciones contra nuestros
hermanos. No haciéndonos cómplices ni propiciándolos ganamos al hermano con
amor y oración. Como dijo Cristo: “habla con él a solas”, no a tus vecinos y
amigos. Hablemos con la persona que actúa mal siguiendo lo que dice Mateo 18,
15- 17.
Las mentiras, falsos testimonios,
exageraciones y adulteraciones: todo esto lleva al falso testimonio y a la difamación (Leer
Zacarías. 8, 16-17). Exagerar la verdad es igual a mentir, sobre todo cuando se
causa daño al hermano. Santiago dice: “Pues todos caemos muchas veces. Si
alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su
cuerpo” (Santiago 3,2). De igual manera en Santiago 3, 5-10
encontramos: “Así también la lengua es un miembro pequeño y puede
gloriarse de grandes cosas. Mirad qué pequeño fuego abrasa un bosque tan
grande. Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno
de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna,
prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos. Toda clase de fieras,
aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y de hecho han sido
domados por el hombre; en cambio, ningún hombre ha podido domar la lengua; es
un mal turbulento; está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor
y Padre y con ella
maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma imagen proceden
la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así”
.Vemos que siendo la lengua tan pequeña puede hacer daño. Es así como
conociendo el mal que podemos causar (hablando de más, hablando mal, o
mintiendo), no debemos prestarnos a la división que por nuestra boca podemos
originar. Tratemos de que nuestra vida sea luz y la luz consiste en caminar en
la verdad “Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está
aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.
Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, no sabe a dónde va,
porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1 Juan 2, 9-11) y en amar a
los hermanos aunque en ocasiones nos sea difícil (nunca imposible).