Rodrigo Valencia Q
Especial para Proclama del Cauca
Ilustración: Astro rojo, pintura de Rodrigo
Valencia Q
—Creo que para escribir un artículo sobre un
cuadro abstracto hay que ser un intelectual. Un ser normalito no tiene la
capacidad de ponerle lógica y sentido a ese puñado de formas en apariencia caprichosas.
—Creo que ello reside simplemente en la libre capacidad de fantasear. No
es más.
—Suena categórico; nada más que un ejercicio
libre. Algo así como el artista hablándose a sí mismo. Cada cuadro abstracto es
un monólogo.
—Algo así, puede ser. El "crítico" de turno se adjudica esa
libertad, y los demás le creen. Vivimos en un mundo categorizado por
seudoculturas, semiologías de academia y estratos intelectuales; cada quien
pertenece a un orden oficializado por el gran estamento sociocultural, y este
orden exige jerarquías, unos que "saben" y otros que no. Someterse a
ello promueve y sostiene el engranaje de la maquinaria. Puras apariencias,
tejemanejes capciosos bajo el cielo.
—Pero siempre se precisará de la crítica. Así
sea para salvarnos de una que otra cosa mediocre y de la cual el autor no se da
por enterado.
—Sí, la crítica,
con su fiera mirada a veces, separa los "malos" a la izquierda y los
"buenos" a la derecha. Se precisan oficiantes de la exclusividad; así
se "depura" o degenera la cultura, se delinean pautas, se encauza la
mirada colectiva, se obliga a tomar conciencia y a redefinir los propósitos de
la estética y el arte...
—Tú conoces críticos en la pintura y yo en la
literatura, que han incluso mejorado las obras, o han ayudado a
"lectores" a comprenderlas.
—Le huyo a ese tipo
de erudición. Ana María Escallón escribió interesantes artículos en el Magazín
Dominical de El espectador en los años 90; y Marta Traba destacaba páginas de
la revista Semana y de El Tiempo en los 60 y 70. No me intereso en ello; soy
huidizo y volátil con esas cosas que no son mi mundo verdadero...
—En estos días leí que Alfonso Reyes, el gran
prosista mexicano, salvó del incendio a una estatua que unos jóvenes intentaban
incinerar. Por las razones que sean, la obra poética de Valencia ha tenido
detractores a granel. O sea, que así como hay quienes mejoran una obra, otros
tienen mil argumentos para decir que la obra no sirve. Se ha dado el caso de
artistas olvidados que han sido rescatados por un excelente trabajo crítico.
Hace unos años todavía se leía que don Ramón de Subiría escribió el mejor
trabajo crítico sobre Antonio Machado, ponderado incluso en España. Es célebre
el caso del crítico ruso que avizoró en la primera novelita de Dostoievski el
iceberg del monstruo literario que luego sería.
—Sí, suceden esas
cosas; por ejemplo, al gran Juan Sebastián Bach prácticamente se le redescubrió
en el siglo XIX; y fue Pablo Casals, en el XX, quien rescató del olvido sus
famosas suites para violonchelo solo. Al final de
cuentas, la historia se encarga de seleccionar a los que son y olvidar a los
que no son. Alguna providencia maneja los hilos ocultos de la historia...
—No hay la menor duda de que el tiempo es el
más sabio de los críticos.
—Crítico debe ser cada quien con su propia
obra. Se debe tomar distancia, reflexionar, ejercer la duda, entender las
capciosas jugadas de la subjetividad.
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