sábado, 24 de noviembre de 2012

Violencia contra la mujer


Jorge Muñoz Fernández
jorgemunozefe@hotmail.com

Las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron encarceladas, torturadas, violadas y asesinadas el 25 de Noviembre de 1.960 por unidades del Servicio de Inteligencia Militar del régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo que gobernaba República Dominicana.

Activistas y defensoras de los Derechos Humanos se enfrentaron decidida y temerariamente a un sátrapa que consideraba comunistas y depravados a todos aquellos que se oponían a sus designios providenciales y predestinados.

Los Servicios de Inteligencia Militar se encargaron de los seguimientos y ejecución de las tres hermanas que pertenecían a sectores sociales acomodados de Santo Domingo. Con su muerte, por el apoyo que disfrutaban en todos los sectores de la sociedad dominicana, se desataron violentas manifestaciones populares en contra del tirano, que culminaron con su asesinato el 30 de mayo de 1.961.

En su honor, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el 17 de diciembre de 1999 celebrar anualmente el 25 de Noviembre, en memoria de las hermanas Mirabal, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Desde entonces, la Organización Mundial de la Salud viene revelando periódicamente estudios sobre el mal trato a la mujer en el mundo, en tanto que en 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas definió la violencia contra la mujer como: «…todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada».

En Colombia el mal trato contra la mujer, en el marco del conflicto armado interno, ha sido perpetrado por paramilitares, fuerza pública y guerrilla, cuyos delitos sexuales han permanecido invisibles y en la impunidad, hecho que motivó a la bancada de parlamentarias en el Congreso a presentar un proyecto de Ley sobre “violencia sexual contra la mujer en el conflicto armado", que garantice justicia, protección y reparación a las mujeres afectadas por crímenes catalogados como de lesa humanidad.

Sin embargo, la violencia que se ejerce contra la mujer tiene profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales e históricas, como se observa en la tradición islámica y judeo-cristiana.

Aún en nuestra era, pomposamente etiquetada como post- moderna, subsisten férreas conductas opresivas de sociedades patriarcales, esclavistas, feudales y autoritarias, legado del oprobio cuando la mujer era considerada como un objeto al servicio del hombre.

Prácticas aberrantes contra la mujer son de común ocurrencia en el mundo. Las maquilas, llamadas también fábricas globales, que bajo el neoliberalismo se presentan como oportunidades de trabajo liberador, donde regularmente laboran mujeres, son suplicios laborales parecidos a las fábricas del comienzo de la Revolución Industrial.

Tal es la dimensión del mal trato a la mujer que la Organización Mundial de la Salud hace algunos años reveló en sus encuestas que en veinte países de América Latina las mujeres respondieron que se sentían más seguras en la calle que en sus propios hogares, aun cuando la violencia callejera contempla el atraco y las balas perdidas.

Millones de mujeres viven y sobreviven en condiciones de miseria física y moral, en ambientes familiares o domésticos sombríos, sometidas a presiones indebidas, violencia emocional, formas de crueldad mental y en ocasiones humilladas durante toda su vida.

Pese a la evidencia de las estadísticas y los pactos internacionales de obligatorio cumplimiento para los Estados signatarios, son pocos los gobiernos que aceptan la existencia de modelos sociales y educativos patriarcales que reproducen la violencia contra ellas, en cuyo sojuzgamiento, la bondad, el estoicismo e incluso las relaciones afectivas, sirven para camuflar conductas perversas en su contra.

A la desigualdad económica y de oportunidades laborales, se suman las falsas creencias y costumbres culturales extremadamente conservadoras, que han contribuido a menoscabar la autonomía de la mujer, fomentando la violencia basada en el género.

Pocos saben en América latina que las obligaciones del Estado contra el maltrato a la mujer, como niña, como esposa, como hermana, como amiga, como empleada, como trabajadora o compañera tiene sus raíces en tres valerosas mujeres que desafiaron el gobierno tiránico de Rafael Leónidas Trujillo, conocido en su país con el sobrenombre de “El Generalísimo Chivo”, personaje que asesinaba a quienes no pensaban como él, tenía sicarios como socios de gobierno, abusaba de las esposas de sus colaboradores y arrojaba adversarios al mar para deleite  de los tiburones.

Tiempos para leer La fiesta del Chivo, extraordinaria obra de Vargas Llosa, en la que con un lenguaje impecable nos deja ver también los crímenes políticos realizados con saña contra la mujer.

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