Por: Luis Barrera
Al igual que ayer, el creciente
proceso de paz en medio de la violencia genera discursos, posiciones,
enfrentamientos verbales y bélicos, empodera liderazgos; y de su triunfo o no,
dependerá que se consolide una fuerza de unidad nacional en torno a la paz o en
contra de ella nazcan nuevas opciones políticas, y cambien las apuestas
políticas de las diversas manifestaciones partidarias.
Un proceso de paz exitoso
necesariamente va a necesitar canalizar el accionar violento de las Farc, y las
demandas históricas de sus bases campesinas, hacia un proyecto político que
sostenga y dé continuidad a las reformas sociales y económicas que equilibren
décadas de atraso y abandono en el campo como su razón inicial que inspiraron
su existencia.
Las conversaciones de paz entre
Gobierno y Farc en La Habana, Cuba, la misma de Martí y Fidel, han encendido
más alarmas que luces de alborada. Era de esperar que tratándose de asuntos de
guerra y paz las aguas se encresparan y se dividieran entre partidarios, como
existen en ambas orillas ideológicas, unos, de continuar el conflicto armado y,
otros, de hallarle una solución política.
En el concierto de guerra,
violencia política, violencia cotidiana, inseguridad y violación de Derechos
Humanos que ha caracterizado nuestra historia moderna, las comunidades han
jugado una serie de roles que bien vale la pena explicitar: como actores
pasivos, es decir, víctimas de la reproducción de la guerra, viéndose
vulneradas dimensiones vitales como el hábitat, las estructuras de liderazgo,
la dinámica generacional, las relaciones de género, y los espacios de
socialización.
El Presidente Juan Manuel Santos
Calderón se la está jugando toda al atreverse valiente e inteligentemente con
ideas de corte Liberal, abordar un proceso de paz con la que ha sido la
guerrilla más vieja del mundo y las más belicosa de América Latina, que aunque
está debilitada militarmente hoy aparentemente se levanta como el ave fénix de
sus cenizas históricas para convencerse que ni va llegar al poder por las vías
de las armas y el terrorismo, ni el Estado con todo su poder y respaldo popular
y legal, las va eliminar de la noche a la mañana.
La sociedad civil, la clase
política y las comunidades organizadas del Cauca, deben ser escuchadas en sus
clamores en los diálogos bilaterales del Gobierno y las FARC en la Habana como
actores activos que se cansaron de tanta guerra y violencia indiscriminada con
víctimas inocentes que ya nadie siquiera llora.
Aunque pareciera que se ha
adelantado mucho con el simple hecho de sentarse a dialogar en medio del
conflicto y pareciese que ya hay mucho acuerdo cocinado entre las partes. Un
proceso de negociación que permita alcanzar la paz es largo, dispendioso y de
mucha paciencia y está basado en las concesiones que una y otra parte vayan
aceptando, pasos que deben irse logrando desde lo más simple hasta lo más
complejo.
El noble y laborioso pueblo
colombiano merece lograr esa paz que ha sido el sueño de muchos y buenos
hombres y mujeres nacidos en esa hermosa tierra, sin embargo no será una tarea
fácil y el camino estará preñado de dificultades, pero si todos trabajamos sin
mezquindades, prevenciones y suspicacias, como un solo sincero anhelo estemos
convencido que lograremos más temprano que nunca la soñada Paz.
Paz que será un aporte
fundamental para garantizar la estabilidad y seguridad de nuestra región caucana.
Hay quienes se muestran escépticos, desconfiados, incrédulos y hasta
desinteresados por el tema de este eventual proceso de cese a las hostilidades,
el fin de la guerra y el logro de la tantas veces, esquiva y tan distante paz,
que prefieren no opinar por caer el ridículo de la ingenuidad.
Pero vivimos en el Cauca y en un
país en donde no podemos ser indiferentes ante un fenómeno que hasta vergüenza
debería darnos porque nos seguimos matando pendejamente sin estupor ni respeto
a lo más sagrado que es la dignidad humana.
Los voceros de la insurgencia y
del gobierno podrán cantar entonces al unísono con sensatez a la guerra y
violencia absurda que nos amenaza y mata cotidianamente en Colombia desde La
Habana, como la melodía de la Sonora Matancera que inmortalizó Nelson Pinedo, “Me
Voy Pa` La Habana y no vuelvo más…”
“El Cucho” Miguel Ángel Pascuas
Santos, el legendario Sargento Pascuas de Marquetalia, el hombre de mayor
influencia violenta y manejo subversivo, el “Jefe de Jefes” durante décadas en
el norte del Cauca, el duro del VI Frente, salió de las montañas caucanas y
estará sentado a la mesa en las negociaciones y diálogo entre el grupo rebelde
y el Gobierno Nacional.
El veterano guerrillero es el
último de los fundadores vivos de las Farc, es el actual comandante del Sexto
Frente, que opera en el norte del Cauca, el ‘Sargento Pascuas’, como quiera que
junto a 'Manuel Marulanda Vélez', o alias ‘Tirofijo’, fue de los que en mayo de
1964 escapó hacia las montañas de la Cordillera Central tras la ofensiva del
Ejército en la llamada Operación Marquetalia, que buscaba poner fin a los
movimiento insurgentes campesinos y a las guerrillas liberales de la época.
El octogenario sigue muy activo
en el Estado Mayor del Comando Conjunto de Occidente y comanda el frente sexto.
En el primero de ellos tiene tareas de auditoria y verificación del
cumplimiento del plan estratégico y es nadie menos quien ha logrado que las
montañas del Cauca sean un verdadero fortín de las Farc.
“El Cucho” como se le conoce al
interior del grupo subversivo, goza de respeto y ascendencia entre la tropa y
los mandos de la guerrilla por su edad y por su carácter de líder histórico y
nada se mueve sin su autorización en la zona norte del Cauca. Por eso está
acusado por los organismos de inteligencia del Estado de ser el mayor enlace
con los bandas de narcotraficantes para sacar marihuana, heroína y cocaína
desde las montañas caucanas hacia Estados Unidos, Centroamérica y Europa.
Ojalá el “Sargento Pascuas”, luciendo
sus canas y experiencias debajo de una exuberante palmera tropical a la orillas
del mar Caribe en La Habana, también entienda que no hay camino para la paz, la
paz es el camino. Que no basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y
trabajar para conseguirla y que como diría el beato Juan Pablo II “Que nadie se
haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea
sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de
equidad, verdad, justicia, y solidaridad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario