LA LUNA NACE REDONDA
Y CORRIENDO
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
Volteé la cara a la derecha y
sobre la montaña detrás de Calima-Darién un resplandor de oro brillaba a las
6:00 p.m. ¿Era un arrebol que se había quedado dormido o era el sol que aún no
se había ido o un meteoro que había caído?
No. Fijé extrañado los ojos sobre
la luz que brillaba radiante y poco a poco fue emergiendo en semicírculo una
cresta amarilla entre fuego rojizo. Era la luna que se despedía del sol que se
iba y corría porque la hora de salir a alumbrar las aguas del lago la urgía.
Sin su luz los ojos no podían divisar sus ondas crespas ni reflejar en la noche
su disco de plenitud y garbo.
Muchas veces he visto cómo el sol
desciende sobre la línea lejana. Unas veces entre nubes blancas, otras entre
arreboles, otras, oculto entre nubarrones y lluvia. O, como en Barranquilla al
fin de la tarde, rojo como una bola de acero encendido que baja lento sobre el
horizonte, como una diva que no acaba de esconderse tras la cortina. Se hunde
como en un mar de nubes rojas que como bocas abre sus fauces y lo devoran a
medida que baja de su redondura.
Calima-Darién puede tener
abiertos los ojos todas las tardes para gozar de este momento en que se levanta
una diosa de entre su lecho. Alguien me había contado que en este lugar la Luna
desde tiempos que nadie conoce escogió esta montaña para encontrarse con el sol
cuando decide irse cansado de calentar la tierra. Ella espera ese momento y se
confunde con él cuando la noche empieza.
La montaña la espera todas las
tardes vestida de azul y blanco y recubierto su cuello con una estola de
niebla. Cuando el sol baja por su lomo, agacha la testa y de reojo mira por
donde va a aparecer la diosa.
El lago guarda su velo azul
debajo de la cama y encoge sus olas contra la orilla. Su piel se alisa y espera
este momento para recibir el brillo que hace erizar sus aristas blancas que se
estremecen al soplo de su aparecimiento en la cima del monte negro como un toro
de lidia.
En un instante, que solo decide
la diva, voltea la sábana blanca que la ha cubierto y deja ver su frente
ardiente y su boca con dientes de oro. Un resplandor, tenue al principio se va
engrandeciendo hasta que la cara aparece toda completa. La Luna es solo cara,
su cuerpo es redondo en Plenilunio, delgado y curvo en creciente y en forma de
naranja cóncava si es menguante o con suave estómago de embarazo si cuando es
la fase nueva.
Hoy me tocó en suerte verla en su
fase de Plenilunio. Está redonda y los luceros le han puesto escalera de nubes
para que suba más cómoda pues hoy llegó un poco tarde por el retraso con el
astro que la precede en el día. Subirá y dará la media vuelta de su ronda
nocturnal. Como reina de la noche y mensajera de paz y amores sonreirá a
ciudades, campos, ríos, selvas, mares, humanos y animales y traerá nacimientos,
reconciliaciones, mareas, vientos y sueños como madre generosa y providente.
Calima dormirá esta noche con la
luna encima de sus ríos, de sus casas, de su vida. Su luz entrará en las
semillas, el agua, la tierra y llenará de vigor cuerpos y elementos. Los frutos
se llenarán de sabor y las hojas de los árboles se pondrán más verdes. La flor
amanecerá lozana y el nuevo día amanecerá fresco y pleno de energía.
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