domingo, 30 de septiembre de 2012

SANTOS Y LA GUERRILLA EN PIE DE PAZ


Jorge Muñoz Fernández

Poco a poco las corrientes de opinión opuestas al más ambicioso proyecto de paz que se tramita en el mundo en torno a un conflicto armado interno, pierden terreno en el ámbito de la opinión nacional e internacional.

Después de sesenta años en que varias generaciones de colombianos consumieron sus vidas contando muertos o soportando crímenes atroces, la paz política está más cerca de lo imaginable, por el pragmatismo del Presidente Santos y la objetividad política de la guerrilla.

Y no se trata de darle una interpretación emocional a las motivaciones que condujeron a entender que la no violencia es una alternativa para darle al país una oportunidad de construir democracia. Simplemente las partes en conflicto dieron un salto cualitativo en la interpretación del momento histórico que vivimos y colocaron en escena el debate sobre la política, como espacio de reglas de juego claras, con el objeto de que lograr que lo político, lógica donde se funda la convivencia, avance hacia la construcción de relaciones pacíficas entre todos los colombianos y haga posible fundar una cultura que nos permita vivir y progresar juntos, sin acudir a la violencia.

El hecho de que el Estado hubiese admitido la existencia del conflicto, como paso previo a la creación de confianza recíproca, fue un evento formidable. Sin su admisión no habría sido posible ningún acercamiento.

Agraviado y desconocido en el contexto de la cosmovisión tradicional, por fortuna en retirada, es evidente que el conflicto, cualquiera que sea su naturaleza, es semillero de vida, escuela de innovación y fuente paz, creación y desarrollo.

Coinciden los actores en la Isla de Cuba, y mañana coincidirán en el Reino de Noruega, en que es necesario revisar el modelo societal vigente, en cuyo seno la igualdad social se encuentra seriamente averiada, y han admitido, con estimable acierto, que la paz no es un concepto estático, es progresivo y por lo tanto no puede perder su carácter procesal.

En buena hora el abordaje del conflicto ha tomado en serio los móviles del poder, los derechos de las víctimas, las expresiones irracionales del terrorismo, tanto insurrecto, como de Estado, y, fundamentalmente, ha sentado en la mesa de negociaciones, con el peso de la dignidad histórica y nacional, a los militares, que han sobrellevado la difícil carga de seguridad y defensa del país, no exenta de erosiones colaterales en su legitimidad, como ocurre en todo conflicto armado.

Basta entender que militar y moralmente ninguna guerra es ni ha sido simétrica. La sola existencia de un conflicto armado propicia la comisión de infracciones abominables, tanto en los conflictos armados internacionales como en los conflictos armados internos, como el nuestro. Razones que condujeron a la creación del Derecho Humanitario Bélico y la Corte Penal Internacional, encargada de investigar los Crímenes contra la Paz y la Seguridad de la Humanidad, cuando los Estados nacionales sean ineficaces en el enjuiciamiento de personas acusadas de crímenes de trascendencia internacional.

Acostumbrados como estamos a la fascinación por la violencia, donde la muerte-espectáculo es la dimensión de la verdad, la sociedad civil cansada de la guerra, víctima del dolor y del martirio, espera que la paz no se agote en un sistema de parcheo económico y social, ni en la urgencia política de sofocar el incendio para acceder a un Premio Nobel de la Paz.

En buena hora la solución tramitada del conflicto tomó fuerza en el marco de los cambios epocales postmodernos, donde ha sido puesta en juego la lógica de sentido, irrumpen agencias internacionales alternativas, nuevos modelos de roles nacionales solidarios, desaparece el etapismo del marxismo ortodoxo, sobresalen las economías periféricas, se instalan distintos modos de subjetivación política y otras racionalidades, dispositivos que han sacudido la geología política de Sur América y del mundo, y contribuido a que la dialéctica del conflicto social y político en nuestro país, al final del túnel, contemple serias alternativas de paz y de transformación social.

No por miedo a la locura
arriaremos las banderas de la imaginación.
Gastón Bachelard

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