Jorge Muñoz Fernández
Poco a poco las corrientes de opinión opuestas al más ambicioso
proyecto de paz que se tramita en el mundo en torno a un conflicto armado
interno, pierden terreno en el ámbito de la opinión nacional e internacional.
Después de sesenta años en que varias generaciones de colombianos
consumieron sus vidas contando muertos o soportando crímenes atroces, la paz
política está más cerca de lo imaginable, por el pragmatismo del Presidente
Santos y la objetividad política de la guerrilla.
Y no se trata de darle una interpretación emocional a las
motivaciones que condujeron a entender que la no violencia es una alternativa
para darle al país una oportunidad de construir democracia. Simplemente las
partes en conflicto dieron un salto cualitativo en la interpretación del
momento histórico que vivimos y colocaron en escena el debate sobre la
política, como espacio de reglas de juego claras, con el objeto de que lograr
que lo político, lógica donde se funda la convivencia, avance hacia la
construcción de relaciones pacíficas entre todos los colombianos y haga posible
fundar una cultura que nos permita vivir y progresar juntos, sin acudir a la
violencia.
El hecho de que el Estado hubiese admitido la existencia del
conflicto, como paso previo a la creación de confianza recíproca, fue un evento
formidable. Sin su admisión no habría sido posible ningún acercamiento.
Agraviado y desconocido en el contexto de la cosmovisión
tradicional, por fortuna en retirada, es evidente que el conflicto, cualquiera
que sea su naturaleza, es semillero de vida, escuela de innovación y fuente
paz, creación y desarrollo.
Coinciden los actores en la Isla de Cuba, y mañana coincidirán en
el Reino de Noruega, en que es necesario revisar el modelo societal vigente, en
cuyo seno la igualdad social se encuentra seriamente averiada, y han admitido,
con estimable acierto, que la paz no es un concepto estático, es progresivo y
por lo tanto no puede perder su carácter procesal.
En buena hora el abordaje del conflicto ha tomado en serio los
móviles del poder, los derechos de las víctimas, las expresiones irracionales
del terrorismo, tanto insurrecto, como de Estado, y, fundamentalmente, ha
sentado en la mesa de negociaciones, con el peso de la dignidad histórica y
nacional, a los militares, que han sobrellevado la difícil carga de seguridad y
defensa del país, no exenta de erosiones colaterales en su legitimidad, como
ocurre en todo conflicto armado.
Basta entender que militar y moralmente ninguna guerra es ni ha
sido simétrica. La sola existencia de un conflicto armado propicia la comisión
de infracciones abominables, tanto en los conflictos armados internacionales
como en los conflictos armados internos, como el nuestro. Razones que
condujeron a la creación del Derecho Humanitario Bélico y la Corte Penal
Internacional, encargada de investigar los Crímenes contra la Paz y la Seguridad
de la Humanidad, cuando los Estados nacionales sean ineficaces en el
enjuiciamiento de personas acusadas de crímenes de trascendencia internacional.
Acostumbrados como estamos a la fascinación por la violencia,
donde la muerte-espectáculo es la dimensión de la verdad, la sociedad civil
cansada de la guerra, víctima del dolor y del martirio, espera que la paz no se
agote en un sistema de parcheo económico y social, ni en la urgencia política
de sofocar el incendio para acceder a un Premio Nobel de la Paz.
En buena hora la solución tramitada del conflicto tomó fuerza en
el marco de los cambios epocales postmodernos, donde ha sido puesta en juego la
lógica de sentido, irrumpen agencias internacionales alternativas, nuevos
modelos de roles nacionales solidarios, desaparece el etapismo del marxismo
ortodoxo, sobresalen las economías periféricas, se instalan distintos modos de
subjetivación política y otras racionalidades, dispositivos que han sacudido la
geología política de Sur América y del mundo, y contribuido a que la dialéctica
del conflicto social y político en nuestro país, al final del túnel, contemple
serias alternativas de paz y de transformación social.
No por miedo a la locura
arriaremos las banderas de la imaginación.
Gastón Bachelard
No hay comentarios:
Publicar un comentario