Por: Luis Barrera
Aquello que
los gobernantes hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas
por el pasado, sí que podríamos aplicar al actual gobierno del presidente Juan
Manuel Santos que no deja de sorprender por su estilo de mandato, tan y quizá
más liberal que su antepasado que también estuvo en el solio de Bolívar.
No son pocos
los retos que enfrenta el presidente de los colombianos. Para empezar, cabe
recordar que al gobierno de su tío abuelo, Eduardo Santos Montejo (1938-1942),
se le denominó “la gran pausa”, refiriéndose con ello al freno y la moderación
que le impuso al ritmo de las reformas propuestas por Alfonso López Pumarejo,
que habían crispado los ánimos políticos. Santos optó por la vía de un reformismo
moderado con prudencia y llamando a la unidad de la nación en consonancia con
su tradición liberal y republicana.
Las
circunstancias que vive el actual presidente son parecidas. Su llamado a la
unidad nacional tiene como objetivo superar ocho años de polarización política,
hacer como “una gran pausa” generados por un gobierno al que las organizaciones
de derechos humanos calificaron como el del “embrujo autoritario”.
Sin embargo,
aunque es un hecho el ánimo conciliador de Juan Manuel Santos, la situación es bastante
compleja, a tal punto que prácticamente quedó como jefe de la oposición a su
gobierno, su propio mentor y exjefe político el ex presidente Álvaro Uribe Vélez.
Ahora no se trata para marcar distancias hacer una pausa en el reformismo liberal,
sino también y con buen olfato de atajar a la derecha para la cual
disimuladamente hasta las más mínimas reglas de la democracia representan un
estorbo.
A Santos Calderón
y ahora máxime, con la osada apuesta a la paz dialogando con las FARC, no falta
quien lo califique como un hombre que giró de la centroderecha a la izquierda,
que está gobernando con las ideas del Liberalismo, colectividad de sus entrañas
y que nunca dejó, a pesar de militar en otro partido como el de la U y que con
su carisma político tiene obnubilados a los azules, verdes y hasta amarillos.
Las expectativas
y opiniones sobre su gobierno, sus programas y acciones, son diversas y en
ocasiones encontradas. Pero realmente sorprendentes, que ha dejado
boquiabiertos a los sectores de la izquierda más radical, a los cuales Juan
Manuel Santos representaba el continuismo uribista, sobre todo por sus anuncios
parecidos en materia de Seguridad Democrática.
Para la
gente del centro son innegables las distancias con respecto a su antecesor, ya
que es evidente, tanto en los hechos como en los enunciados, el objetivo de
recuperar un clima más favorable y positivo en dos ámbitos que el uribismo
había llevado a su máximo deterioro: las relaciones internacionales y el
respeto a la autonomía del poder judiciales, así como el reconocimiento a las
minorías políticas y sociales, que de paso con el diálogo se las echó al
bolsillo.
Y, por
último, la derecha contumaz piensa que representa un grave peligro para sus
intereses, defendidos a capa y espada por el gobierno de Uribe y algunos
sectores ultraconservadores. Ese grupo recela de los anuncios sociales y
reformadores de Santos, tal vez porque añora las prácticas y el estilo de su
caudillo paisa.
Quien fuera
entonces a creer que lo que está haciendo Santos es realmente una especie de
reforma agraria al corto plazo con la ley de restitución de tierras, por ejemplo,
con un ministro de agricultura de ascendencia goda, haciendo anuncios que
llaman al optimismo en la posible y anhelada solución de aspectos centrales que
atan el conflicto armado y el problema agrario.
De otro lado
tiene con el corajudo ministro y jefe del partido Cambio Radical de origen rojo,
Germán Vargas Lleras el reto social de entregar inicialmente 100mil viviendas
gratis, lo que se suma a las reformas laborales en pensiones, en salud, la
creación de nuevos puestos de trabajo, y la puesta en marcha de las llamadas
locomotoras que en el fondo buscan mejorar las condiciones de vida de los
colombianos con mayores ingresos y
mejores condiciones de vida.
Recordemos
que el tío-abuelo del presidente Juan Manuel Santos, Eduardo Santos Montejo fue
el sucesor de López Pumarejo durante el período constitucional 1938-1942.
Santos pertenecía al ala moderada del liberalismo interesada en detener el programa
de reformas.
Durante su
gobierno no se establecieron nuevas leyes reformistas y se aplicaron las
propuestas inspiradas por el gobierno anterior aunque sin ello afectara
profundamente a los grupos económicamente poderosos que habían brindado total
apoyo a la candidatura presidencial de Santos. En el gobierno de Santos
Montejo, se impuso como remunerado en los contratos laborales el descanso
semanal de domingos y festivos.
Santos tuvo que
afrontar la crisis ocasionada por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial
que, al igual que las anteriores crisis internacionales, afectó nuestra
economía ya que se redujeron las compras de café colombiano en el mercado
internacional y las importaciones.
Santos
aplicó medidas proteccionistas y puso en práctica los principios intervencionistas
que habían sido establecidos durante el gobierno de López. Y fue así como
campesinos, desilusionados por la lentitud con que el Gobierno aplicaba las
reformas, comenzaron a retirarle su apoyo y se unieron al movimiento que
dirigía el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán.
El partido
comunista, que había sido creado en 1930, mantuvo su apoyo al liberalismo,
debido a una política mundial, adoptada por los partidos comunistas de todos
los países, que consistía en apoyar los gobiernos liberales reformistas.
Uno de los
propósitos del gobierno de Eduardo Santos fue reconstruir entre los distintos
sectores de la élite, polarizados por la 'Revolución en Marcha', así como
fortificar los lazos con los Estados Unidos. Tal vez eran los mismos criterios
que el viejo López había tenido cuando decretó en 1936 la famosa 'pausa' en el
proceso reformista.
Santos, por
ser dueño del mayor periódico del país (El Tiempo) y por su postura de
centro-derecha liberal, parecía ser el indicado para la reconstrucción del
consenso elitista. Pero eso, que era ventaja para los sectores dominantes, era
motivo de preocupación para los sectores populares, especialmente para la clase
obrera.
Hoy su
sobrino de la casa Santos, le ha tocado el desafío de reconstruir la
convivencia entre los colombianos, llamando a la unidad nacional políticamente
para despolarizar el país y dialogando con la guerrilla más antigua del mundo asombrando
a los más poderosos y pudientes, en busca al cese del conflicto interno y
lograr a pasos agigantados el sueño de la tan anhelada paz.
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