“Pero tú ¿Por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿Por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. Pues dice la Escritura: por mi vida, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí. Así, pues, cada uno de vosotros dará cuenta de sí mismo a Dios” (Rom 14, 10-13).
JUZGAR A LOS DEMÁS: encierra soberbia y envidia;
cuando juzgamos nos sentimos superiores a nuestro prójimo. Los juicios se hacen
a la ligera, sin conocer personas o circunstancias por las cuales atraviesa su
vida, no encontramos nada bueno en ellas. Es importante recordar que con la
idea que nos formemos de una persona a través de un juicio, nos cerramos a
recibir la gracia o bendición que Dios nos manda por medio de ella. Debemos
recordar que Dios no necesita ni jueces, ni abogados en esta tierra, pues es Él
quien nos juzgará. Es importante tener siempre en mente que Dios nos juzgará
con la misma severidad con que nosotros juzgamos al hermano. Pablo nos dice
claramente: “¿Por qué, entonces, críticas a tu hermano? ¿Por qué las
discrepancias? Todos tendremos que presentarnos delante de Dios, para que él
nos juzgue. Porque la escritura dice: Juro por mi vida, dice el Señor, que ante
mí todos doblarán la rodilla y todos alabarán a Dios. Así, pues, cada uno de
nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios” “Pero tú ¿Por qué
juzgas a tu hermano? Y tú ¿Por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos
hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. Pues dice la Escritura: por mi
vida, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí. Así, pues, cada uno de vosotros dará cuenta de sí mismo
a Dios” (Rom 14, 10-13). No hay atajo tan breve hacia el perdón al
prójimo como la conciencia de nuestros propios pecados. Usualmente, lo que
juzgamos en nuestro hermano es lo que nosotros también hacemos “Por eso,
no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te
condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas” (Rom 2, 1).
RENCOR O RESENTIMIENTO: Son causa para que la oración en
comunidad sea fría, árida, que la alabanza no sea sincera y limpia porque el
cuerpo está dañado en varios de sus miembros. (Leer y meditar Eclesiástico 28).
Dejemos el “orgullo” propio y perdonemos. Debemos recordar que nuestro Padre
Celestial tomó la iniciativa de perdonarnos, incluso antes de que se lo
pidiéramos. En el Padre Nuestro le pedimos a Dios que nos perdone como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,12). Perdonar no significa dejar de
sentir dolor por la ofensa cometida, recordemos que en el centro del perdón
está la misericordia de Dios y no el pecado. Para no guardar rencor debemos
comunicarnos con la fuente del amor y del perdón, Dios Padre, que da sin
condiciones su perdón (Mt 18, 21-23).
Cada cristiano debe ser portador del perdón
divino para todos los demás hombres. Perdonar es sustancialmente no vengarse
del que ha cometido una ofensa. Jesús sigue venciendo el mal con el bien, en
tantos corazones que se obstinan en seguir amando y no sucumben ante el odio y
el rencor. La victoria más bella consiste en vencer con nuestra paciencia a los
que nos hacen daño. Nada nos hace tan semejantes a Dios como el ser pacientes
con los que se portan mal con nosotros.
La capacidad de perdonar no supone la insensibilidad ante la ofensa,
sino en la superación de la ofensa mediante el amor. La única manera de hacer
desaparecer el rencor será transformándolo en compasión. Perdonar es resucitar
al otro en mi corazón en el mismo lugar donde estaba antes de la ofensa.
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