Bogotá D.C. octubre 5 de 2012
Respetado director:
Cuando empecé a leer la nota obituario del pasado 26 de septiembre
referente a mi “mamá caucana”, Olga Santacruz de Norato, no pude menos, a pesar
de la tristeza que me embargaba, que sonreír. Vinieron recuerdos dulces de
aquel Santander sano, amable, hospitalario, hidalgo… pero sobre todo, “echao
p´lante” que acogía a propios y extraños.
Por allá por la primera mitad de la década de los 60, siendo un
adolecente, me enviaron desde la fría y lejana tierra cundiboyacense a los
tropicales Valle y Cauca. En esa época no era la tierra de la “Salsa”, sino de
la Charanga, de la Pachanga y del Bogaloo. Ya en Quilichao, luego de 2 horas de
viaje desde Cali, por caminos polvorientos, con expectativa cargada de
optimismo empecé a vivir Santander de Quilichao. Las curiosidades se colmaron. Cincuenta
años después, luego de algunas, cincuenta visitas también, añoro con nostalgia
el pequeño poblado negro, indio, blanco y mestizo, que acogió, junto con la gran
urbe, Cali, parte de esa familia de lutieres chiquinquireños, los Norato. ¡Sí!
Cincuenta años después, el pequeño poblado ya no es la mitad de Chiquinquirá,
es, tal vez, cuatro o cinco veces más grande que ésta, con el empuje que
presentí diez lustros atrás, con la problemática secular de Colombia, en donde
la inseguridad desalmada es crónica en las regiones progresistas, pero que en
Santander, aun existe un hálito de amor como lo probó una “pluma” en “Proclama”: “una mujer glamorosa, cálida
y tierna, iba siempre vestida como si todos los días fueran la misma noche…”
Así como tuve una “mamá” quilichagüeña, aparte de Chiquinquirá
tengo otra Patria chica: Santander de Quilichao con un periódico con virtudes,
entre ellas la sensibilidad. Gracias entonces, “Proclama”, pues la nota obituario me consoló, y además me
esperanzó, pues creo que Colombia tendrá días de Paz y la horrible noche de la
guerra desaparecerá. Entonces las noches se vestirán de día.
Edison Ospina Norato
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