Diógenes Díaz Carabalí
La primera sensación que puede llevarse cualquier visitante a la
ciudad de Popayán es la de total anarquía. Aquí parece que todo el mundo hace
lo de su antojo. Aquí parece que no existen normas de convivencia. Aquí parece
que las calles y el espacio público es propiedad de locos, rebuscadores, mecánicos,
fritangueros, vendedores de chucherías… o de la policía cuando le da por montar
retenes en sus calles estrechas; sin contar con que los colegios sacan a sus
niños a desfiles y la ciudad queda totalmente bloqueada, los sindicatos hacen
sus manifestaciones por donde afectan sin vergüenza al resto de los habitantes
o los caballistas paralizan la ciudad cuando salen a darse sus champús con sus
corceles y a tomar aguardiente.
Una “zorra”, (léase carretilla) puede paralizar el tráfico toda
una mañana cuando el viejo caballo totalmente agotado y fustigado por un
inhumano propietario cae en medio de la calle, o una chatarra de bus urbano (tipo
Trastambo) se queda varada en mitad de la calzada y hasta que no la desvaren no
despeja la vía. Aquí edificio público o privado que se respete cuenta en su
puerta con una venta de dulces y cigarrillos, chontaduro pelado expuesto al sol
y al polvo, minutos de celular que obstruyen el paso, ellos ocupan los andenes
sin que autoridad alguna se inmute o se sienta por aludida.
Aquí, en esta ciudad blanca, de tantos blasones, orgullo de
carnaval semanasantero cada cual hace lo que le da la gana, los provincianos
propietarios de las casas se toman áreas comunes, encierran los andenes, toman
las vías públicas y nadie lo prohíbe. El código de policía se perdió en los
archivos de la Alcaldía, a nadie es aplicado, o ¿será que no existe?
Los drogadictos duermen a sus anchas en los andenes, las putas se
ofrecen estrambóticas en los sitios públicos, los alcohólicos se pegan sus cotidianas
perras en los parques y allí duermen, los culebreros engatusan bajo la luz del
sol a cuanto incauto les come cuento, son comunes los que venden miel de panela
por miel de abejas, los que venden baba de caracol africano para todos los males,
los que venden sepas de agrás para curar enfermedades en detrimento del medio
ambiente. Aquí los jugadores de la “Tapita” lo hacen (dónde está la bolita) con
absoluta libertad para robar a pobres ignorantes.
Aquí los vendedores de comida ofrecen sus alimentos con total
libertad, sin ninguna seguridad alimentaria, por las calles van gritando sus
productos, en el parque Caldas o el Terminal montan sus restaurantes móviles,
cada ración repleta de polvo, cada ración expuesta a la intemperie. Aquí los
restaurantes ofrecen sus productos sin ninguna prevención de higiene, al aire
libre, mejor dicho al polvo libre. Para disfrutarlos vayan a Palacé.
Y como esta ciudad es del rebusque, aquí las calles están tomadas
por cientos y cientos de vendedores ambulantes, la calle sexta, el barrio Bolívar,
la Esmeralda, Alfonso López y nadie dice nada, cada cual hace lo de su antojo,
cada cual se apropia de un pedazo de la ciudad, no hay por donde caminar, ir al
centro es un martirio, la ciudad está totalmente invadida, totalmente privatizada,
y vayan a sacarlos de allí. Nadie ha podido con el problema, a todos los alcaldes
les ha quedado grande.
Es porque desde un comienzo no se le pone coto. Aparece un
vendedor callejero, allí lo dejan; alguien construye en sitio público, allí se
queda. A los ocho días aparecen veinte vendedores y tampoco nadie toma cartas
en el asunto, para terminar en la villa del san Quintín, en la villa de nadie
porque esta es la ciudad de la anarquía, la ciudad sin organización, la ciudad
de la locura, la ciudad de los borrachos y los rebuscadores, la ciudad sin
planificación con el cuento de que todos necesitan comer, pero lo que se están
comiendo es la ciudad física.
Y eso que soy poco nocturno, porque en las noches hay sitios donde
el humero del bazuco y la mariguana es tan impresionante que solo con pasar
cerca uno queda torcido. ¿Tendré que señalar los lugares? La policía, las
autoridades, parecen no conocerlos y están en sus propias barbas. Y tan buen
vividero que es Popayán.
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