sábado, 15 de septiembre de 2012

Popayán de la anarquía


Diógenes Díaz Carabalí

La primera sensación que puede llevarse cualquier visitante a la ciudad de Popayán es la de total anarquía. Aquí parece que todo el mundo hace lo de su antojo. Aquí parece que no existen normas de convivencia. Aquí parece que las calles y el espacio público es propiedad de locos, rebuscadores, mecánicos, fritangueros, vendedores de chucherías… o de la policía cuando le da por montar retenes en sus calles estrechas; sin contar con que los colegios sacan a sus niños a desfiles y la ciudad queda totalmente bloqueada, los sindicatos hacen sus manifestaciones por donde afectan sin vergüenza al resto de los habitantes o los caballistas paralizan la ciudad cuando salen a darse sus champús con sus corceles y a tomar aguardiente.

Una “zorra”, (léase carretilla) puede paralizar el tráfico toda una mañana cuando el viejo caballo totalmente agotado y fustigado por un inhumano propietario cae en medio de la calle, o una chatarra de bus urbano (tipo Trastambo) se queda varada en mitad de la calzada y hasta que no la desvaren no despeja la vía. Aquí edificio público o privado que se respete cuenta en su puerta con una venta de dulces y cigarrillos, chontaduro pelado expuesto al sol y al polvo, minutos de celular que obstruyen el paso, ellos ocupan los andenes sin que autoridad alguna se inmute o se sienta por aludida.

Aquí, en esta ciudad blanca, de tantos blasones, orgullo de carnaval semanasantero cada cual hace lo que le da la gana, los provincianos propietarios de las casas se toman áreas comunes, encierran los andenes, toman las vías públicas y nadie lo prohíbe. El código de policía se perdió en los archivos de la Alcaldía, a nadie es aplicado, o ¿será que no existe?

Los drogadictos duermen a sus anchas en los andenes, las putas se ofrecen estrambóticas en los sitios públicos, los alcohólicos se pegan sus cotidianas perras en los parques y allí duermen, los culebreros engatusan bajo la luz del sol a cuanto incauto les come cuento, son comunes los que venden miel de panela por miel de abejas, los que venden baba de caracol africano para todos los males, los que venden sepas de agrás para curar enfermedades en detrimento del medio ambiente. Aquí los jugadores de la “Tapita” lo hacen (dónde está la bolita) con absoluta libertad para robar a pobres ignorantes.

Aquí los vendedores de comida ofrecen sus alimentos con total libertad, sin ninguna seguridad alimentaria, por las calles van gritando sus productos, en el parque Caldas o el Terminal montan sus restaurantes móviles, cada ración repleta de polvo, cada ración expuesta a la intemperie. Aquí los restaurantes ofrecen sus productos sin ninguna prevención de higiene, al aire libre, mejor dicho al polvo libre. Para disfrutarlos vayan a Palacé.

Y como esta ciudad es del rebusque, aquí las calles están tomadas por cientos y cientos de vendedores ambulantes, la calle sexta, el barrio Bolívar, la Esmeralda, Alfonso López y nadie dice nada, cada cual hace lo de su antojo, cada cual se apropia de un pedazo de la ciudad, no hay por donde caminar, ir al centro es un martirio, la ciudad está totalmente invadida, totalmente privatizada, y vayan a sacarlos de allí. Nadie ha podido con el problema, a todos los alcaldes les ha quedado grande.

Es porque desde un comienzo no se le pone coto. Aparece un vendedor callejero, allí lo dejan; alguien construye en sitio público, allí se queda. A los ocho días aparecen veinte vendedores y tampoco nadie toma cartas en el asunto, para terminar en la villa del san Quintín, en la villa de nadie porque esta es la ciudad de la anarquía, la ciudad sin organización, la ciudad de la locura, la ciudad de los borrachos y los rebuscadores, la ciudad sin planificación con el cuento de que todos necesitan comer, pero lo que se están comiendo es la ciudad física.

Y eso que soy poco nocturno, porque en las noches hay sitios donde el humero del bazuco y la mariguana es tan impresionante que solo con pasar cerca uno queda torcido. ¿Tendré que señalar los lugares? La policía, las autoridades, parecen no conocerlos y están en sus propias barbas. Y tan buen vividero que es Popayán.

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