Gloria Cepeda Vargas
En esta orilla del río también despiertan
los tambores. Venezuela se solidariza con Colombia en el viejo y tantas veces
frustrado anhelo de la paz. El asunto despierta más de una suspicacia en este
país donde las regiones fronterizas del Táchira, Zulia y Arauca a más de los
numerosos caminos que verdean sin Dios ni ley de uno a otro territorio, son
escenarios de más de un sainete non sancto. Muchas veces, en entrevistas
mediáticas hechas a sus gobernadores, los he escuchado clamar desesperadamente
ante la impunidad con que se airean ahí campamentos guerrilleros y la
consiguiente inquietud que su presencia despierta en los inermes pobladores. De
nada valen denuncias ni proclamas, el gobierno permanece impávido frente una
realidad que afecta gravemente la calidad de vida de los moradores venezolanos
de frontera.
Por eso las anunciadas
negociaciones de paz que de mediar buen viento y buena mar se realizarán en octubre
entre el gobierno y la guerrilla, prenden aquí las alarmas. Para nadie es un
secreto la compenetración del mandatario venezolano con las cruentas
ejecutorias de las Farc y su inclinación a ignorar y hasta a justificar los
desmanes de los gobiernos más anárquicos del planeta.
Como buen jugador, Santos no ha
concedido a Venezuela mayor radio de acción en unas conversaciones claves para
el futuro de la región. Con Chile será solo acompañante en el proceso mientras
que Noruega y Cuba se desempeñarán como garantes del mismo. Quizá por eso y por
las preocupaciones que suscita el tormentoso clima preelectoral que vive
Venezuela, por primera vez el presidente calla.
La palabra guerrilla es más
familiar en Colombia que los bocadillos veleños o las arepas paisas. Cuatro o
cinco generaciones de colombianos nacieron y crecieron a su sombra. Antes que
Santos, Betancourt y Pastrana intentaron dialogar infructuosamente. Presidentes
van, presidentes vienen, llueve sobre las trochas de Macondo y la infinita
desventura de un pueblo relegado. Los congresistas se aumentan el sueldo, los
congresistas pagan y se dan el vuelto, los congresistas viven y mueren en olor
de eternidad. La gente “bien” de la sociedad sale fotografiada en escenarios obscenamente
ostentosos mientras “los ciudadanos del común”, esa masa alpargatuda y
enruanada que sostiene esta armazón cada día más inútil, languidece. Las leyes
son una parodia de lo que fue en tiempos olvidados honra y prez de la patria.
Las Farc asesinan, secuestran, trafican. Los paras también lo hacen
envalentonados con la anuencia implícita del Estado y la sociedad. Ahí muere lo
mejor de Colombia y se embrutece su juventud. Porque ignorante no es solo el analfabeta,
también el delincuente lo es aunque haya ido a la universidad ya que la
incultura es una falencia del alma. El
hecho de habernos vuelto estatuas de sal ante los crímenes cometidos por
guerrilleros y paras y al desangre del erario nacional perpetrado por altos
funcionarios del estado, nos señala como a ciudadanos de segunda. Ojalá que
Santos acierte esta vez, que la guerrilla responda al clamor de un pueblo
cansado de sufrir y que todos arriemos nuestros odios e hipócritas consejas
ancestrales para colaborar con humildad en un proyecto común. La guerra no
constituye solución para un problema con profundas raíces sociales y tortuosas
estructuras petrificadas por un tiempo sin color y una costumbre sin
explicación lógica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario