jueves, 13 de septiembre de 2012

Cómo van nuestros gobernantes


Por: Luis Barrera
Editor Proclama del Cauca

Todo Gobierno tiene por único objeto el bien de los gobernados. En nuestro medio aún hay quienes piensan que gobernar es como soplar y hacer botellas o que se tiene una varita para que por arte de magia todos los problemas de una ciudad o una región se resuelvan.

Recordemos que gobernar es conducir, es dirigir, es guiar hacia un rumbo determinado a un gobierno seccional o municipal. Gobernar es mucho más que administrar o gerenciar recursos económicos o instrumentos de gestión. Es llevar la nave a buen destino o buen puerto.

Y para ser un buen gobernante, que la gente sienta que se está haciendo gestión para llevarle bienestar y desarrollo al pueblo, se debe entonces entender que gobernar significa pericia y habilidad, ingenio y creatividad, para producir algo en el corazón de los ciudadanos.

Implica también los estilos o maneras de hacerlo y  por principio, todos los gobernantes por muy “desvirolados” que estén, siempre aspiran a cumplirle a sus electores y gobernados, sienten la necesidad, o trabajan por tener éxito como tales.

Esto es lo lógico, pues ninguna autoridad en su sano juicio busca fracasar. Cuando se tiene compromiso y visión, se desea gobernar con vocación de servicio a los demás. Sin embargo, la práctica enseña que los resultados son muy diversos. En efecto, algunos son exitosos, otros regulares, otros mediocres por no decir malitos.

No hace falta un gobierno perfecto; se necesita uno que sea práctico. Que quien lo presida sepa “dónde pone las garzas”, que si no sabe hacer empanadas al menos sepa quién las hace muy buenas o en dónde las venden.

Tampoco es cierto que el mejor gobierno sea el que se nota menos. Los alcaldes y gobernadores exitosos, son aquellos que sin descuidar la necesidad de hacer obras necesarias, promueven el planeamiento de modo coherente con las visiones de desarrollo, construyen institucionalidad, afirman los sentidos de pertenencia o identidad, abren las puertas y espacios para la participación y construcción de ciudadanía.

De otro lado, fomentan el cofinanciamiento de los proyectos, impulsan el tránsito de la gestión pública tradicional en innovadora y estratégica, son transparentes, rinden cuentas, no concilian con la corrupción sin dejar ayudar a sus amigos y los que poco lo son. Como consecuencia de ello, tienen capacidad de convocatoria y de influencia, sus ideas son bien conocidas por la opinión pública, valoradas y sus propuestas apoyadas.

Pero la realidad, curiosamente, es que en nuestros pueblos caucanos para gobernar a los habitantes de un municipio, algunos recurren en aprovecharse de sus vicios, costumbres y resabios, más bien que de sus virtudes.

Continuando con lo de cómo le va a nuestros gobernantes locales, los regulares, se preocupan en hacer obras y promueven algunos cambios, con vacilaciones y temores. Como resultado de ello, su capacidad de influencia es moderada. A las justas alcanzan una nota aprobatoria.

Los que fracasan, o andan “enfrascados”, inmóviles son aquellos que no logran entender para qué fueron elegidos. Se pierden en el anonimato, no suenan ni truenan, en la práctica, el poder es ejercido por uno o varios asesores. Le tienen temor o pánico a la participación. Confunden gobernar con improvisar, con mentir, con incumplir, con engañar. Se muestran débiles ante las propuestas indecentes. Confunden gobernar con simular. Ocasionan las llamadas crisis de gobernabilidad echándoles las culpas a los gobiernos anteriores como si tratara de conducir un mandato con espejo retrovisor.

Cuando les toca asistir a representar la dignidad de su cargo a actos oficiales ni siquiera lo hacen con decoro y con desparpajo se confunden como cualquier vecino de pacotilla.

Nuestros pueblos caucanos necesitan de gobernantes exitosos, para plasmar la promesa de vida colombiana de la que nos hablaba el generalísimo Tomás Cipriano de Mosquera y tantos otros ilustres coterráneos.

Gobernar con sentido común e imaginación realista un municipio significa gobernar con la gente, conectado la palabra con la acción, es abrir las instituciones públicas y crear espacios, para que los ciudadanos se acerquen al Estado y conozcan qué se hace en y desde éste.

Es respetar sin dudas el derecho a la participación ciudadana. Es construir la cohesión social e intercultural. Es recrear, profundizar agregarle calidad a la democracia considerando sus múltiples modalidades (representativa, directa, participativa), construir nuevas formas de relación entre Gobierno y ciudadanía, en una perspectiva de forjar un Estado al servicio de los ciudadanos.

En este orden de ideas, habría que resaltar desde las páginas de PROCLAMA, sin que este sea un miramiento caprichoso, las gestiones y labores hasta ahora, de mandatarios como Walter Zúñiga Barona, de Miranda; Jorge Edilson Arias Granada, de Caloto; James Guillermo Mina Ballesteros, de Villarrica; Francisco José Paz Zapata, de Guachené; Isidro Almendra Montano, de Silvia; Rubén Darío Devia Moran, de Suárez; Maribel Perafán Gallardo, de Timbío y Francisco Fuentes Meneses, de Popayán.

Gobernar en los municipios caucanos exige, como lo proponía Maquiavelo, de las virtudes de la astucia y de la valentía, la primera para enfrentar muchísimos peligros que siempre están presentes en los procesos políticos y sociales, la segunda a los "enemigos" coyunturales o permanentes. A ello debe agregarse la transparencia, la probidad, la honradez y olfato político.

Se alejan del arte de gobernar quienes improvisan, gobiernan de espaldas al pueblo, mienten, engañan, simulan, quienes echan la culpa de todo al pasado, y no asumen directamente ninguna responsabilidad. También quienes quedan atrapados en el inmediatismo, descuidando el largo plazo, quienes se nutren de las prácticas políticas tradicionales que van del manzanillismo político a la demagogia, el departamentalismo y localismo, la simple retórica y la siembra exclusiva de cemento sin tener en cuenta lo más importante: la gente.

También quienes lamentablemente se enredan en la frivolidad y el espectáculo, se olvidan de la decencia política y comienzan a perder la noción de que la política es una expresión de vocación de servicio al pueblo.

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