Párroco Iglesia de la S. Trinidad
Santander de Quilichao
Amar y ser
amado, es la necesidad psicológica fundamental de cualquier persona. El que
ama, vive. El que no ama se acaba muriendo psíquicamente, espiritualmente y a
menudo también físicamente. El amor a nuestros hermanos no debe ser solo de
palabra, según se nos explica en Primera de Juan 3, 16: “Él (Jesucristo)
sacrificó su vida por nosotros y en esto conocemos el amor; también nosotros
debemos entregar la vida por nuestros hermanos”, debe ser amor con
servicio, sin egoísmos, sincero y en el cual nos demos totalmente. Quien no
sirve de rodillas, en una ayuda humilde y nunca prepotente o interesada,
desfigura el amor cristiano y lo convierte en escándalo ante los hombres. Por
el amor servicial comienza nuestro apostolado más a mano. Para conseguir esto
debemos cumplir una serie de pasos:
Oración debemos pedirle a Dios que nos
indique en qué debemos servir y cómo emplear los dones y carismas que nos ha
dado, los cuales son un regalo de Dios para su Iglesia. Romanos 12, 6-8 dice
“Dios nos ha dado diferentes dones, según lo que él quiso dar a cada uno.
Por lo tanto, si Dios nos ha dado el don de comunicar sus mensajes, hagámoslo
según la fe que tenemos, si nos ha dado el don de servir a los otros,
sirvámoslos bien. El que haya recibido el don de enseñar, que se dedique a la
enseñanza, el que haya recibido el don de animar a otros, que se dedique a
animarlos. El que da, hágalo con sencillez; el que ocupa un puesto de
responsabilidad, desempeñe su cargo con todo cuidado; el que ayuda a los
necesitados, hágalo con alegría”.
Conversión: Busquemos un cambio de vida, un
verdadero arrepentimiento “Arrepentíos, pues, y convertíos, para que
vuestros pecados sean borrados” (Hch 3: 19) esta conversión debe ser
sincera, real, interna y verdadera, mediante la cual logremos un cambio de
actitud hacia los demás, cambio que nos llenará de amor, entrega, generosidad,
evitando así la crítica, los chismes, el egoísmo. Toda conversión es para los
demás, so pena de caer es un intimismo espiritual enfermizo. La nostalgia de
Dios es el comienzo privilegiado del retorno al Señor en nuestras vidas. Sólo
existe una manera de agradar a Dios: evitar profanar el templo del Espíritu
Santo, que es el corazón de cualquier hombre.
Unión con Dios Padre y con Jesús,
por medio del Espíritu Santo: Debemos dejarnos guiar por el Espíritu Santo, siguiendo con
disciplina sus inspiraciones, contribuyendo en la construcción del Reino de
Cristo del cual Él es la cabeza “Él es también la Cabeza del Cuerpo de la
Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea
él el primero en todo” (Colosenses 1, 18) y así ser “piedras” vivas
utilizadas por Él en la edificación de su Iglesia. La base fundamental de
nuestra relación con Dios y nuestros hermanos es el amor: “Si hablo
lenguas de los hombres y aún de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que
un metal que resuena, o un platillo discordante. Y si hablo de parte de Dios, y
entiendo sus propósitos secretos, y sé todas las cosas, y si tengo la fe
necesaria para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada. Y si reparto
entre los pobres todo lo que tengo, y aún si entrego mi propio cuerpo para ser
quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13, 1-3).
Debemos amar y respetar a nuestros hermanos tal como son, no como nosotros
queremos que sean. Debemos evitar la ira, las rencillas, el chisme, las
divisiones, las discusiones, las envidias “Ahora bien, las obras de la
carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería,
odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias,
embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya
os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gálatas
5, 19-21) “Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual
con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. Si os airáis no
pequéis, no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al diablo.
El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo
útil, para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. No salga de
vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la
necesidad y hacer el bien a los que os escuchen...Toda acritud, ira, cólera,
gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre
vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos
mutuamente como os perdonó Dios en Cristo (Efesios 4, 25-32).
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