Por Pbro. Edwar Andrade
Párroco Iglesia Stma. Trinidad Santander de
Quilichao, Cauca
“El Dios de la paciencia y el
consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos,
según Cristo Jesús”.
No podemos conocer al verdadero
Dios si no somos profundamente humanos, participando de las alegrías, de las
tristezas de nuestros hermanos, como Cristo lo hizo.
La amistad que debe unirnos a
nuestros hermanos formará para nosotros un nuevo mundo en el cual es Dios quien
nos integra. En este mundo de nuevos hermanos nuestro objetivo es servirnos
unos a otros mediante la ayuda, la oración, el consejo y la corrección
fraterna. No esperamos de la vida de comunidad como si fuese la panacea
universal. Lo único que de ella recibimos de cierto es la ocasión de practicar
la caridad amando la miseria de nuestros hermanos.
En Romanos 15,5 San Pablo nos
dice: “Y el Dios de la paciencia y el consuelo os conceda tener los unos para
con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús”. Estando en
comunidad nos sentimos seguros, así como las ovejas cuando están unidas y
tienen cerca de su pastor; en el momento en que una de ellas se aleja, se
expone a los ataques del lobo (Mt 18, 12-14).
Es importante tener presente que
NO existe gente perfecta, que todos progresamos y crecemos juntos en el Señor.
Todos tenemos errores y faltas que Dios perdona y ante los cuales se muestra
compasivo y misericordioso. Por lo tanto, también debemos estar dispuestos a
perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con nuestros hermanos. Dios no
necesita abogados ni jueces, porque él es el único quien tiene ese derecho. Él
necesita personas dispuestas a servir y amar. San Pablo nos dice “Por
tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios”. (Romanos
15,7). “Por eso anímense y fortalézcanse unos a otros, tal como ya lo están
haciendo. Hermanos, les rogamos que tengan respeto a los que trabajan entre
ustedes y los dirigen y aconsejan en el Señor. Deben estimarlos y amarlos
mucho, por el trabajo que hacen. Vivan en paz unos con otros. También les
encargamos, hermanos, que reprendan a los que no quieren trabajar, que animen a
los que están desanimados, que ayuden a los débiles y que tengan paciencia con
todos. Tengan cuidado de que ninguno pague a otro mal por mal. Al contrario,
procuren hacer siempre el bien, lo mismo entre ustedes mismos que a todo el
mundo” (1 Tesalonicenses 5,
11-15). El amor entre hermanos es la mejor señal de que nuestra comunidad va
por buen camino: “ténganse paciencia unos con otros, y perdónense si alguno tiene una
queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.
Sobre todo revístanse de amor, que es el perfecto lazo de unión” (Colosenses
3, 13-14).
¿Cuál es nuestro lugar en la
comunidad? Un hombre se acercó a la ventanilla donde se expendían los boletos
para tomar el tren en que debía viajar. Para sorpresa suya, notó que los
boletos de primera clase costaban lo mismo que los de segunda y tercera. Más
sorprendido quedó aún cuando, ya dentro, se dio cuenta de que unos y otros
viajaban en el mismo coche. Se preguntaba a sí mismo la razón para que hubiese
distintas categorías de boletos. No tardó mucho para que todo se le aclarara.
Ascendían una pequeña colina cuando, al faltarle fuerza a la máquina, el tren
se detuvo. Se presentó el conductor y dio las siguientes órdenes: - Los de
primera se quedan sentados donde están. Los de segunda se apean y se echan a un
lado. Los de tercera se apean y empujan el coche. En la Iglesia sucede
exactamente lo contrario. Hay unos que no se quedan sentados sino que empujan
la Iglesia para que camine. Estos son los de primera. Hay otros que se echan a
un lado y no hacen nada, éstos son los de segunda. Y otros que, sencillamente,
se quedan sentados en sus casas. Estos son los de tercera.
Todo cuerpo está conformado por
diferentes partes, cada una de las cuales tiene una localización y función
específica que le permite al cuerpo funcionar como un todo. Es así como no todo
nuestro cuerpo puede ser ni ojo, oído, mano, cabeza, corazón. Cada parte es
vital, independientemente de que sea grande o pequeña, interior o exterior,
fuerte o débil. De igual manera sucede con el Cuerpo de Cristo. El Señor
muestra lo que quiere de cada uno de nosotros a través de nuestros hermanos.
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