EL RESPETO A LA
CONSTITUCIÓN
Por Leopoldo de Quevedo y
Monroy
Colombiano
Retomo,
por hoy, mi título originario para hablar de la Constitución de mi país. Nací
en una Colombia de abogados, poetas y locos, con una Constitución heredada y
moldeada en las herrerías de 1886. Todavía resuenan los yunques que a mazazos
hicieron nuestras estrofas que recuerdan una época más de hierro y medieval que
romántica. Cantamos a Oreste Sindici más que a Núñez. La música puede ser una
oda más de guerra que de gloria inmarcesible y la letra un monumento permanente
a unos dolores y desgarramientos seculares: “los que sufren bendicen su
pasión”, “se baña en sangre de héroes”, “de sangre y llanto un río se mira allí
correr”, “la virgen sus cabellos arranca en su agonía”…
En
mucho se le lavó la cara a Colombia con la Constituyente de 1991. Se le
quitaron los rezagos colonialistas del confesionalismo, se pusieron nuevos
hitos de acuerdo con la modernidad, se construyeron formas de convivencia y de
ver el mundo. Gran adelanto fue el mecanismo de la tutela, que abrió paso a la
celeridad a los procesos para hacer pronta la justicia y el país salió de la
barbarie al concebirla como un “Estado social de Derecho”. Ha sido un error
dejarla tan abierta a los cambios, a diferencia de otras que tienen un cerrojo
casi impenetrable para que se pueda alterar su estabilidad jurídica.
Por
eso son saludables las palabras del nuevo magistrado de la Corte Constitucional
Luis Guillermo Guerrero. Esperanzadoras y tranquilizantes.
El
hecho público del nombramiento es como una unción sacramental. Saca a la luz y
pone en la mesa las cualidades del iniciado. Se habló mucho cuando se postuló
su nombre que era conservador o retardatario con su mirada derechista. Pero ha
salido al paso de quienes lo miran con apasionamiento político. Lo han querido
alinderar entre las ovejas díscolas que siguen banderas partidarias, pero ahora
está diciendo que está libre de coyundas y no admite padrinos que le midan sus
pasos.
Todo
lo contrario. Se declara independiente, sin quitar su libre derecho a pensar
como ciudadano afecto a unos principios que ha ido adquiriendo. Fue uno de los
inspiradores de la actual Constitución y está dispuesto a defender su
integridad y las expectativas que ella creó en el país.
“A
veces existe la tentación de cambiar la Constitución según la coyuntura. A
veces se abusa del mecanismo de la reforma. Creo y quiero creer que las instituciones
son superiores a eso”, le expresó a El Espectador. Y deberemos creerle. La
línea de trabajo de la Corte más alta de nuestras instituciones ha sido
brillante, de avanzada, muchas veces audaz y de alcances insospechados. Estas
características son un baluarte para la democracia.
No
es bueno atribuir intenciones malévolas a un magistrado ni a una Corte que ha
demostrado estar a la altura de las mejores del mundo y que puede ser ejemplo
de sensatez, aplomo, estudio y recato con sus decisiones ante la gran prensa y
ante el país.
La
Corte ha sido sabia en la interpretación de la letra y la intención de sus
creadores en aquellos graves momentos en que tuvo origen. No puede ser que por
el cambio de uno o varios magistrados cambie su rumbo y se politice su seno. Ya
tenemos bastante con la confusión que existe en nuestro gobierno y parlamento
que quisieran hacer ochas y panochas
a cada momento con nuestra Constitución.
03-09-12
11:08 a.m.
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