jueves, 6 de septiembre de 2012

MADONA CON EL NIÑO


Rodrigo Valencia Q
Especial para Proclama del Cauca

Dibujo a plumilla de Rodrigo Valencia Q (70 x 50 cm, año 2012)

Partiendo de un boceto a lápiz de Rafael, lo copio sin afán de exactitud; incluso, altero voluntariamente los detalles, con intenciones expresivas. La belleza ha sido lacerada con gestos deformantes, sobre todo en la cara de la virgen. A pesar de todo, persiste cierta inocencia latente en el rostro; del todo no ha perdido la serenidad ni la completud del ánimo. Absorta con el niño, él juega con cierta flor que revuela, apareciendo desde no sabemos dónde, enfocando la atención de la mirada, línea diagonal descendente desde los ojos de la virgen, pasando por los del niño, hasta aquella flor que no es del mundo real sino del capricho o la imaginación. Si el cuadro resultante es feo, la belleza que se exige es un canon nacido del prejuicio. He tanteado entre veladuras y supersticiones de la “realidad”. Nada se hace real hasta que uno lo propone, venciendo la absurdidez que nos gobierna. Extraños acertijos del ambiente prohíben entender del todo ese lugar sorteado tal vez por montañas y una luna que nos permite distinguir el rostro de la luz. Está, sobre todo, en la figura del niño; el resto del cuadro, con sus rasguños, es griseidad golpeada por telarañas de la sinrazón. “La virgen de las rocas”, podría yo llamarla, trayendo en mención un muy distinto y famoso cuadro de Leonardo de Vinci. Pero en esa época, siglos XV y XVI, la belleza era pura, abismaba la contemplación casi en lo sublime. En mi imagen, la belleza se cuestiona hasta permitir lo chocante y su epicentro que golpea al mundo. O quizás se encuentran la belleza y la feura, entretejen desconciertos y voces de maraña. Nada es puro ni intocado, todo ha perdido la lucidez y la inocencia. Un mundo contaminado por multitud de eventos que sangran de continuo no puede contemplarse con ojos apacibles. Aquí, la virgen se entretiene con el niño, fruto y objeto de su amor; está feliz, todo parece ser un juego del momento; ella no sabe, no imagina cuándo aparecerán las sombras del dolor, la angustia y la tortura. Por ahora, allí, hacen presencia prematura en ese rostro que la humanidad ha interpretado como paradigma de belleza, pureza y santidad. Pero nada permanece igual cuando, en la vida, aparecen las primeras tormentas del infierno.

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