Rodrigo
Valencia Q
Especial
para Proclama del Cauca
Dibujo
a plumilla de Rodrigo Valencia Q (70 x 50 cm, año 2012)
Partiendo de un boceto a lápiz de
Rafael, lo copio sin afán de exactitud; incluso, altero voluntariamente los detalles,
con intenciones expresivas. La belleza ha sido lacerada con gestos deformantes,
sobre todo en la cara de la virgen. A pesar de todo, persiste cierta inocencia
latente en el rostro; del todo no ha perdido la serenidad ni la completud del
ánimo. Absorta con el niño, él juega con cierta flor que revuela, apareciendo
desde no sabemos dónde, enfocando la atención de la mirada, línea diagonal
descendente desde los ojos de la virgen, pasando por los del niño, hasta
aquella flor que no es del mundo real sino del capricho o la imaginación. Si el
cuadro resultante es feo, la belleza que se exige es un canon nacido del
prejuicio. He tanteado entre veladuras y supersticiones de la “realidad”. Nada
se hace real hasta que uno lo propone, venciendo la absurdidez que nos
gobierna. Extraños acertijos del ambiente prohíben entender del todo ese lugar
sorteado tal vez por montañas y una luna que nos permite distinguir el rostro
de la luz. Está, sobre todo, en la figura del niño; el resto del cuadro, con
sus rasguños, es griseidad golpeada por telarañas de la sinrazón. “La virgen de
las rocas”, podría yo llamarla, trayendo en mención un muy distinto y famoso
cuadro de Leonardo de Vinci. Pero en esa época, siglos XV y XVI, la belleza era
pura, abismaba la contemplación casi en lo sublime. En mi imagen, la belleza se
cuestiona hasta permitir lo chocante y su epicentro que golpea al mundo. O
quizás se encuentran la belleza y la feura, entretejen desconciertos y voces de
maraña. Nada es puro ni intocado, todo ha perdido la lucidez y la inocencia. Un
mundo contaminado por multitud de eventos que sangran de continuo no puede
contemplarse con ojos apacibles. Aquí, la virgen se entretiene con el niño,
fruto y objeto de su amor; está feliz, todo parece ser un juego del momento;
ella no sabe, no imagina cuándo aparecerán las sombras del dolor, la angustia y
la tortura. Por ahora, allí, hacen presencia prematura en ese rostro que la
humanidad ha interpretado como paradigma de belleza, pureza y santidad. Pero
nada permanece igual cuando, en la vida, aparecen las primeras tormentas del
infierno.
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