CARLOS E. CAÑAR SARRIA
La demora fue el anuncio del
presidente Santos de adelantar conversaciones con las Farc y dar inicio a un
proceso de paz que permita unos acuerdos para dar fin a un conflicto de medio
siglo en nuestro país y con ello la popularidad del Presidente comenzó a subir
en las encuestas. Popularidad desdibujada recientemente a raíz de los
acontecimientos relacionados con la fallida Reforma a la Justicia y por circunstancias
referentes a la seguridad, entre otros factores.
Se podría interpretar que los
colombianos estamos cansados de una guerra sin parar y por lo tanto, hay un
mesurado optimismo en una salida negociada que permitiese poner punto final a
la confrontación armada. El Eln también ha expresado su interés en participar
en las conversaciones y este deseo constata que la idea de la paz está sonando
por todos lados.
El presidente Santos en un gesto realista
sostiene que la paz no resultará de la noche a la mañana. Y tiene toda la
razón. Hay que construirla paulatinamente y esto significa la necesidad de
recurrir a la paciencia para la apertura de caminos hacia la convivencia civilizada
y lograr construir la hasta ahora esquiva cultura de la paz. Mucha gente está
de acuerdo en que los anunciados diálogos concreticen pronto la superación de
la guerra; no diálogos eternos e improductivos sino demostraciones y soluciones
concretas al problema de la guerra y la violencia.
Son importantes los comentarios
de prensa y las variadas posiciones de los diferentes columnistas sobre las
posibles negociaciones con la guerrilla, sin embargo es importante también, el
uso de la prudencia para no colocarle palos a la rueda a un proceso de paz, que
según términos del primer mandatario, es una de sus principales prioridades en
la segunda etapa de gobierno. El ajuste a su equipo de gobierno, que incluye
unas nuevas figuras como Lucho Garzón, puede vislumbrar un segundo tempo más
productivo para bien de todos los colombianos, porque la verdad el reajuste
ministerial ya era necesario.
Es cierto que dados los fracasos
de otros procesos, algunos estén escépticos por un nuevo intento, pero no se
puede desconocer la dialéctica en el sentido de que después de la guerra
sobreviene la paz. Los colombianos merecemos una paz estable y duradera y
construirla exige la participación de todos; por ello hay que rodear al
Presidente en su osado y noble propósito de pacificar al país mediante el uso
de la razón y el diálogo, que de ser productivos cambiarían sustancialmente la
historia contemporánea del país.
Los partidos políticos, la
Iglesia, la Academia, las organizaciones sociales y económicas, los diferentes
sectores de la denominada sociedad civil, etc., debemos todos reconocer la
necesidad impostergable de la paz. Al respecto, el filósofo colombiano,
Estanislao Zuleta, anota: “En el más violento país de Latinoamérica no hay una
bandera más popular que la paz”. Santos da muestras de estar guiado por la
razón y el diálogo legítimo, facilitador del cambio que Colombia añora y
necesita. ¡Avance, Presidente!
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