VARELA CON SU SALSA
LLEGA A SU PUEBLO NATAL
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
El mundo de la rumba y de la
salsa ha quedado mudo y quieto. El exponente que por más de tres décadas tuvo a
sus seguidores brillando baldosas se
ha ido a bailar con su cubanita y salsera Celia. Tendrá que venir a la mesa
alguien que le vuelva a echar salsa y picante a la melodía, la trompeta y el
bongó. Alguien que empiece y termine con clave y chász. Que timbales y el güiro
pongan a la gente a danzar hasta no dar más.
Sin Varela el aguardientico ya no
tendrá calor, ya los pies no tendrán furor, ya las revueltas en la pista no
serán igual. Los hombres nacen con su clave cerrada y cuando se van nadie la
podrá abrir ni hacer sonar. Jairo Varela tuvo su son, su don, su swing. Abrió
sus alas y voló hasta donde el viento lo quiso llevar. Antier, no más, el aire
le dijo, no más.
En las fiestas, en las Ferias, en
Aguablanca, en Juanchito o en Siloé, por las ventanas de las casas en las
madrugadas, a medio día o al anochecer no volverá Varela a pararse en frente
con su cara a medioafeitar y su sonrisa de aguardiente y son. Ya estuvo bien.
Quien lo oyó lo gozó y quien lo vivió lo apreció. Hoy ya está ausente, ya se ha
ido a ese pueblito que lo llamaba y hacía llorar y del cual ya no lo podrán devolver
sus fans.
Jairo Varela tenía esa mirada que
crece solo en pupilas de poetas y soñadores. Nació para la bohemia, la mesa de
bar, la pista del baile, el micrófono y las luces en el cielo. Ese era el
espacio que lo llamaba a diario. Un día se levantó y cantó con voz de orquesta
y melancolía: “A lo lejos se ve mi pueblo natal*. No veo la santa hora de estar
allá. Se vienen a mi mente bellos recuerdos de infancia alegre que yo nunca
olvidaré. Luces de esperma en el fondo se divisan titilantes, igual que
estrellas en el cielo y el ruido incesante del viejo trapiche, sustento eterno
de todos mis abuelos.”
Varela era un hombre de pueblo. Su
imaginario lo alumbraban la esperma de sebo, el valle y la montaña, su río y el
calor de la Costa. Añoraba la vida del campo con sus abuelos. Y era capaz de
llorar al pensar en su infancia en Rio Sucio, Chocó. Tal vez quiso volver a esa
paz que no encontraba en los ambientes de salsa y compuso esa sinfonía en honor
a ese patrimonio de lo que es la vida sencilla, con letra de su madre Teresa
Martínez.
Al final, no se cansaba de
repetir como el eco del trapiche: “Ya vamos llegando, me estoy acercando no puedo
evitar que los ojos se me agüen, no puedo. Tierra mía, pueblito donde nací: Ya
vamos llegando, me estoy acercando. No puedo evitar que los ojos se me agüen. Entre
valles y montañas, ríos que surten sus mares y el cielo azul que son patrimonios
de mis cantares, ya vamos llegando... ¡Ay, ombe! me estoy acercando, no puedo
evitar que los ojos se me agüen, Ya vamos llegando... me estoy acercando.
El hombre, joven, de 62 años - con
muchas melodías a cuestas y sobre las caderas de muchachas, hombres, caleños,
colombianos y extranjeros -, sabía que su música era más que azúcar, más que
aguardiente de caña, más que rumba. Fue un santo ícono, capaz de levantar de
sus sillas a millones de parejas para azotar el duro piso donde vivimos y elevar
los cuerpos por sobre afanes, penas y penurias, rencillas y guerra.
11-08-12
9:37 a.m.
*Video Mi pueblo natal:
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