viernes, 17 de agosto de 2012



VARELA CON SU SALSA LLEGA A SU PUEBLO NATAL


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

El mundo de la rumba y de la salsa ha quedado mudo y quieto. El exponente que por más de tres décadas tuvo a sus seguidores brillando baldosas se ha ido a bailar con su cubanita y salsera Celia. Tendrá que venir a la mesa alguien que le vuelva a echar salsa y picante a la melodía, la trompeta y el bongó. Alguien que empiece y termine con clave y chász. Que timbales y el güiro pongan a la gente a danzar hasta no dar más.   

Sin Varela el aguardientico ya no tendrá calor, ya los pies no tendrán furor, ya las revueltas en la pista no serán igual. Los hombres nacen con su clave cerrada y cuando se van nadie la podrá abrir ni hacer sonar. Jairo Varela tuvo su son, su don, su swing. Abrió sus alas y voló hasta donde el viento lo quiso llevar. Antier, no más, el aire le dijo, no más.

En las fiestas, en las Ferias, en Aguablanca, en Juanchito o en Siloé, por las ventanas de las casas en las madrugadas, a medio día o al anochecer no volverá Varela a pararse en frente con su cara a medioafeitar y su sonrisa de aguardiente y son. Ya estuvo bien. Quien lo oyó lo gozó y quien lo vivió lo apreció. Hoy ya está ausente, ya se ha ido a ese pueblito que lo llamaba y hacía llorar y del cual ya no lo podrán devolver sus fans.

Jairo Varela tenía esa mirada que crece solo en pupilas de poetas y soñadores. Nació para la bohemia, la mesa de bar, la pista del baile, el micrófono y las luces en el cielo. Ese era el espacio que lo llamaba a diario. Un día se levantó y cantó con voz de orquesta y melancolía: “A lo lejos se ve mi pueblo natal*. No veo la santa hora de estar allá. Se vienen a mi mente bellos recuerdos de infancia alegre que yo nunca olvidaré. Luces de esperma en el fondo se divisan titilantes, igual que estrellas en el cielo y el ruido incesante del viejo trapiche, sustento eterno de todos mis abuelos.”

Varela era un hombre de pueblo. Su imaginario lo alumbraban la esperma de sebo, el valle y la montaña, su río y el calor de la Costa. Añoraba la vida del campo con sus abuelos. Y era capaz de llorar al pensar en su infancia en Rio Sucio, Chocó. Tal vez quiso volver a esa paz que no encontraba en los ambientes de salsa y compuso esa sinfonía en honor a ese patrimonio de lo que es la vida sencilla, con letra de su madre Teresa Martínez.

Al final, no se cansaba de repetir como el eco del trapiche: “Ya vamos llegando, me estoy acercando no puedo evitar que los ojos se me agüen, no puedo. Tierra mía, pueblito donde nací: Ya vamos llegando, me estoy acercando. No puedo evitar que los ojos se me agüen. Entre valles y montañas, ríos que surten sus mares y el cielo azul que son patrimonios de mis cantares, ya vamos llegando... ¡Ay, ombe! me estoy acercando, no puedo evitar que los ojos se me agüen, Ya vamos llegando... me estoy acercando.

El hombre, joven, de 62 años - con muchas melodías a cuestas y sobre las caderas de muchachas, hombres, caleños, colombianos y extranjeros -, sabía que su música era más que azúcar, más que aguardiente de caña, más que rumba. Fue un santo ícono, capaz de levantar de sus sillas a millones de parejas para azotar el duro piso donde vivimos y elevar los cuerpos por sobre afanes, penas y penurias, rencillas y guerra.

11-08-12                                                       9:37 a.m.

*Video Mi pueblo natal:

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