martes, 14 de agosto de 2012



¿CUÁL PERFIDIA EN ELCASO SIGIFREDO?

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

Las palabras son como larvas, como florecillas, como esponjas, como el sándalo o el ajenjo, entran al oído como lenguas calientes ensalivadas o como cucarachas que martirizan. Y eso lo saben los lingüistas, los poetas que las paladean a diario y los juristas que las han puesto en los códigos. Cada palabra y expresión, dentro de un artículo o un inciso, sea en materia civil o laboral, o de familia o penal tienen una connotación precisa y su veneno o su pócima salvadora.

A Sigifredo López le trataron de endilgar unos delitos horrendos que se describen con palabras sacadas del diccionario más condenatorio. Se escogieron con detenimiento y fruición porque había el convencimiento de quienes redactaron la acusación de que un ser diabólico, antihumano, exsecrable y digno del ser lanzado al Hades, como los malditos que allí encontró Virgilio, era culpable. Se suponía que era culpable y que la prueba reina lo delataba. Cayó la prueba reina y vinieron las búsqueda de testigos y la recepción de testimonios. Todo el tinglado ha caído. La sapiencia del dedo acusador ha quedado burlada.

La intención era pecaminosa, para hablar en términos religiosos e inquisidores. No era afán de hacer justicia sino de exponer en público como lo hicieron los conquistadores con Galán, o Añasco con el hijo de la Gaitana. Fue como ponerlo en la picota, como una gárgola y pasearlo por las calles de la TV y de la prensa y los tribunales y los laboratorios para que el mundo entero conociera al lobo, al vampiro, al mal padre, al mal esposo, al traidor de sus compañeros y al embaucador que se escondía de día y de noche para engañar en Pradera y sus alrededores.

Se le acusó de perfidia. Qué palabra tan infamante. Sólo es capaz de salir y usar esa palabra de mentes y manos llenas de odio. Y se escribió en documentos y se esgrimió como agravante de otros delitos no tan aleves.

Perfidia. Solo pronunciarla causa revoltura de estómago. Se seca la saliva en la garganta. Se dobla la lengua en la boca y no quisiera atravesar los labios. No se le creyó al dictamen del CTI, a las académicas explicaciones de peritos, no se creyó en los análisis de laboratorios del FBI. No se atendió a los preceptos internacionales de que vale más la libertad que la simple sospecha y que el principio de presunción de inocencia no es compatible con la pérdida de la libertad en un calabozo por elegante que sea.

Perfidia. ¿Qué es la perfidia? Es tan obscena la palabra, su significado tan aberrante, que el diccionario no lo define. Define a pérfido: el que es ileal, traidor. El protocolo adicional de Ginebra en su artículo 37* describe la perfidia con varios ejemplos. Nunca se supo cuál de ellos se le aplicaba al retenido. Perfidia sabe a traición, huele a mansalva, se oye como un patadón en el bajo vientre, se ve como un beso de Judas, se siente en la piel como un latigazo cuando se ofrece una caricia. Alguien tiene que ser un asesino a sueldo, un corrupto que no le parece robo pedir comisión indebida, para ser llamado pérfido.

¿Acaso miraron las cuentas, el patrimonio de Sigifredo, sus antecedentes? Estudiante, profesor, padre de familia, alcalde, diputado. ¿Esos son los antecedentes de un cautivo acusado por perfidia? Todo empezó por una nariz. Así estamos en Locombia con la fiscalía.

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