Por: Luís Barrera
En el conflicto actual del Cauca
hay un tema casi ineludible pero muy esquivo de tratar a la hora de buscar
salidas a la espiral de violencia que se está viviendo y tiene que ver con el
cultivo y el tráfico de marihuana, lo cual no significa que deba dejarse a un
lado el impacto socioeconómico que generan también otras sustancias ilegales como
son la heroína, la cocaína y el látex de amapola comercializados en grandes
cantidades en este departamento.
Para nadie es un secreto que el Cauca
se siembra en la zona montañosa de Corinto la mejor y más cara marihuana del
mundo, la tipo 'cripi 'con un contenido del 2.0 % de tetrahidrocannabinol, lo
que la hace apetecible y de costo cotizado.
Aunque muy pocos se atreven a
hablar de ello, creo que dada la crítica situación de orden público y dinámica productiva
de la región, es importante comenzar a debatir e impulsar entre los ciudadanos
la opinión de que es mejor a la postre legalizar la marihuana —lo que implica
poner reglas, normar, normalizar, y no simplemente liberalizar, aunque mucho de
liberal tendría la medida— que mantener una prohibición sólo útil para aumentar
los recursos de los delincuentes y las organizaciones mafiosas dedicadas al
narcotráfico.
No nos metamos mentiras pero, la
cruda realidad del Cauca viene demostrando que la impresionante cantidad de
recursos que se manejan en el mercado ilegal de las drogas es lo
suficientemente alta como para sostener indefinidamente la guerra contra el
Estado.
En un departamento tan agobiado
por la pobreza y un país con la desigualdad como Colombia, el ejército de reserva
de los narcotraficantes se ha vuelto suficientemente grande como para mantener
la operación frente a unos agentes del Estado muchas veces corruptibles, que
vienen trabajando y propiciando golpes contundentes e incluso con mejor nivel
técnico, más armamento y envidiable presupuesto, pero que, no arrojan
resultados efectivos frente a la creciente demanda de los consumidores.
Además, puede llegar a existir
una forma muchísimo más racional de manejar el problema de los crecientes
consumos y los costos sociales y familiares de las adicciones: que el Estado responsablemente
regule el mercado, de manera que desaparezcan los incentivos de particulares
inescrupulosos para enganchar a los niños y jóvenes, como ocurre vulgarmente en
las afueras de las instituciones educativas en poblaciones como Santander de
Quilichao, en el caso de la heroína.
Es evidente que se trata de una
droga injustamente satanizada, como quiere hacerse ver por ejemplo a la
propuesta del alcalde Petro, cuando en cambio es legal el alcohol violento y
asesino, culpable de la inmensa mayoría de los accidentes mortales de tráfico,
y el tabaco, adictivo hasta la desesperación e indudablemente mortal, droga
inútil, nada divertida y efímeramente placentera, que termina produciendo cáncer
mortal.
El tabaco atrapa a casi todos los
que lo consumen y a una buena parte los mata. El alcohol también atrapa y
destruye. No a todos, pero a muchos de los que lo usan. Y mata alrededor de
donde se consume, ni siquiera sólo a los que se lo beben. Y la prohibición ha
demostrado su absoluto fracaso ahí donde se ha impuesto, con leyes como la “Merlano”.
Se está restringiendo el espacio
público para fumar y se está eliminando la publicidad, sin prohibir ni la venta
ni el consumo. Ese es un caso de regulación extrema del mercado de un producto
adictivo, dañino para la salud y con consecuencias sociales, pero a nadie se le
ocurriría el desatino de prohibir completamente el tabaco. El mercado negro
surgiría de inmediato y las ganancias del crimen organizado se multiplicarían.
Científicamente se ha demostrado
que la marihuana es mucho menos dañina. Nadie se ha muerto por sobredosis de
THC, hay formas de consumirla que evitan la combustión y los efectos de ésta en
los pulmones, y es mucho menos adictiva. Los marihuaneros no suelen agredir al
prójimo, sus “trabas” casi son aisladas como sus comportamientos, como sí lo
hacen los borrachos, y si bien es cierto que son un peligro al volante, no lo
son más que los beodos convertidos en campeones de fórmula uno.
Conozco muchos intelectuales, periodistas,
artistas e incluso políticos que fuman marihuana habitualmente y no son ni
criminales ni monstruos a los que hay que someter. La inmensa mayoría de ellos
tampoco son adictos necesitados de un programa de rehabilitación y los que lo
requerirían lo necesitan más por el alcohol que por su consumo inmoderado. Es
hora de que salgamos sin temor a equivocarnos y sin prejuicios, a defender o
proponer en el Cauca una idea, propuesta y causa que nos involucre directa e
indirectamente, sin hipocresía y sin moralismos idiotas.
En primer lugar, la razón es de
índole criminológico, la prohibición de la comercialización y el cultivo de la
marihuana produce un mercado negro, que es el narcotráfico el cual genera un
gasto al Estado en perseguir a los productores de marihuana que como ya se sabe
es considerada una droga blanda que no genera altos niveles de dependencia y de
la cual no existe prueba alguna de que alguien haya muerto por el consumo de
esta.
La mantención de la prohibición
genera que no exista regulación por lo que los narcos en su afán lucroso del
menudeo entregan marihuana de escasa calidad muchas veces mezclada con otros
compuestos como residuos de petróleo o comida para perro.
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Como conclusión es claro ver que
la política de represión y “guerra contra la droga” no ha dado resultado, se ha
demonizado a los consumidores y se le ha hecho una “guerra sin ganar” a los que
practican e cultivo ilegal. Es necesario pasar de una política represiva y dura
por una política de reducción de daños, que busque el debido equilibrio entre
la autonomía individual y los intereses de orden público. Por lo cual me
inclino a que debe comenzarse a debatir ampliamente la viabilidad de legislar y
permitir la despenalización.
El gobierno dado la complejidad
legal y moral del tema, podría comenzar a reconocer que la lucha contra el
narcotráfico en el Cauca y el país ha fracasado y que la salida audaz y
autónoma, es legalizar el uso de las sustancias hoy prohibidas, como la
marihuana al menos inicialmente. Estamos hablando de definir el consumo de
drogas como un problema de salud y no como un problema criminal.
Expresidentes, como el colombiano
César Gaviria Trujillo, destacados líderes internacionales, intelectuales y
empresarios, vienen haciendo en distintos foros un llamado a políticos y
figuras públicas a “tener el coraje de articular públicamente lo que muchos de
ellos reconocen en privado: que la evidencia demuestra, abrumadoramente, que
las estrategias represivas no resolverán el problema de las drogas”.
En el Cauca, desde luego, hay que
decirlo sin tapujos, la lucha antidroga es un problema de seguridad nacional,
porque no se puede, negar tampoco, que el narcotráfico ha sido la fuente de
financiación de todos los factores de violencia de esta región del país y lo sigue siendo.
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