Reinel Gutiérrez
Varios episodios de carácter curioso les ha ocurrido a las fuerzas
militares, y tal vez la opinión pública no ha borrado de su mente las imágenes del
uniformado que lloró de rabia cuando los indígenas lo empujaron en zona rural
de Toribío.
Pero este es un hecho que como tantos otros, sucede, impacta, pero
luego otros acontecimientos en la vida cotidiana, lo hacen desaparecer de la
memoria.
Después el presidente de la República se reúne con los indígenas,
y en el encuentro, las comunidades denuncian que los uniformados cometen
atropellos contra los nativos, lo cual se comprueba cuando el jefe del Estado y
los altos mandos presentan excusas por lo acontecido.
Si los hechos comentados por los nativos no fueran ciertos, entonces
no habría de que disculparse como lo hizo el gobierno.
Lo que hay que preguntarse es ¿será suficiente la aparición de los
generales con mano en el corazón pidiendo perdón, para superar favorablemente
las faltas cometidas? ¿Con escenas así, las mujeres que fueron abusadas podrán
recobrar su autoestima, recuperar su dignidad, y mejorar su condición emocional
vulnerada? Esto da pie para que el soldado vuelva a hacerlo, porque sabe que
con el perdón que en público pida "mi general", se borra todo.
El perdón es una actitud sana que recomienda el cura desde el
altar, el pastor en su negocio particular, los sicólogos en sus consultorios,
los consejeros, los novios, los esposos, y los amigos, como una manera de tranquilizar
la conciencia.
Lo que no se sabe es, el alcance que pueda tener el perdón castrense
en situaciones como las aludidas.
Este análisis se hace en el buen sentido de la palabra y la
convivencia, y nunca para provocar señalamientos. Hay que buscar la fórmula
efectiva, humana e inteligente para que los colombianos puedan algún día vivir
como hermanos que se respetan y se quieren.
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