viernes, 17 de agosto de 2012



LO HECHO CON EL CODO,
BORRADO CON ASILO A ASSANGE


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

El mundo globalizado ha visto asombrado cómo tiraban el Reino Unido, Suecia y EE.UU a Julian Assange. Lo hubieran querido descuartizar llevándolo de aquí para allá de un brazo, de la cabeza o de los pies. Ha estado en boca de todos los pueblos a la espera de un desenlace digno.

Desde que Assange, dueño de la firma WikiLeaks, desentrañó el cúmulo de embuchados que tenía en su poder acerca de las nueces que se cocían entre las cocinas de agencias de inteligencia, ministerios y cancillerías, los gobiernos implicados le pusieron una tarjeta roja al australiano por revelar asuntos tan caseros y comprometedores.

Nunca antes alguien había cogido con los pantaloncillos abajo a representantes de los gobiernos conversando en voz baja sobre lo que ocurría bajo los pesados telones de sus salas ovales o de sus cuarteles de mando. Las comidillas escabrosas sobre asuntos domésticos mezcladas con políticas extranjeras.

El mundo entero vio sin filtros cómo los circunspectos señores, se burlaban, se confabulaban, mordían pasito la oreja del vecino a hurtadillas y hacían comidilla  contra cercanos o lejanos gobiernos. Como ocurre siempre en casa. Se aprovechan las reuniones sociales para retirarse un poco cuando los vinos empiezan a subir a la cabeza y los chistes tendenciosos, verdes y malolientes empiezan a dejarse oír y oler.

El refinado Julian, con su cara de lord, - quién lo hubiera sospechado – tenía su reportero apostado muy cerca del árbol en el jardín y de la pata de la mesa de la francachela. Ni los grandes y experimentados periódicos o revistas amarillistas se habían apuntado esa manera de averiguar lo que se hablaba en voz baja. James Bond lo hubiera querido para sus estratagemas.

Jefes de Estado, generales, embajadores encopetados y conspicuos se hundieron en la “red” de Assange. Todos cayeron in flagranti e inocentes bajo la mirada que los observaba y los registros que captaban sus agudezas. Nunca antes el periodismo había penetrado tan dentro del fortín de las altas políticas de estado. Nunca antes alguien había poder ver cómo era que jugaban al cara y sello, al ajedrez y a las damas, cómo movían los alfiles y aceitaban los dados los prudentes voceros de Estados. Sus agentes de negro, sus torres de intelligentzia dejaban ver por primera vez la fragilidad del teatro oficial, detrás de las bambalinas de acero.

La astucia del periodismo moderno había traspasado la barrera impenetrable y algo desconocida del protocolo, y dejaba al descubierto lo que todos sospechaban. Cuántas sutilezas se esconden tras las limusinas, los banquetes, las recepciones, los teléfonos rojos. En realidad, cuántos gobiernos se pusieron rojos de vergüenza al dejarse ver en paños menores.

La respuesta no podía ser menor a tamaño atrevimiento. Acusación por aquí, investigación por allá, disculpas para acullá y regaños a sus inteligentes dragones. Entonces, a Assange se le prendió la lámpara que faltaba. Acudió a la figura extrema: el asilo político. Sí, señor. Eso era lo que faltaba. Se refugió en la Embajada ecuatoriana.

Correa muy atinado, consultó, esperó, no se precipitó. Podía dañar la figura de instrumento de tanto respeto. Nadie puede entrar a su domicilio, dicen los cánones. También está protegido en altamar y hasta en avión. Pero si sale a la calle o si va en limusina el asilo no le vale, aunque vaya con el canciller. En fin, la ley se puede romper por la parte más delgada. En política todo vale. Desde una patada, un puño o una coartada. O un convenio con el diablo, así se acabe el mundo.

¿Quién ganará? ¿La libertad de prensa quedará más presa en Ecuador? ¿Correa quedará como el salvador de esa libertad y rehará lo que hizo? ¿Por qué Australia, madre de Assange no movió ni un dedo? ¿La tímida OEA moverá la cola? ¿O el avispado Tío Sam utilizará sus alfiles con ayuda del señor William Hague?

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