CARLOS E. CAÑAR SARRIA
carlosecanar@hotmail.com
Se pretende hacer sentir trágicas
para el país, las divergencias entre el ex presidente Uribe y el presidente
Santos. Algunos piensan que la polarización podría dar lugar a una guerra civil
y que Colombia no podría descollar con éxito, de continuar este enfrentamiento.
De ahí el desespero de algunos por buscar formas de reconciliación entre estos
dos personajes, cada vez más distanciados, simplemente porque son dos personas
diferentes. Así de sencillo. Uribe es Uribe y Santos es Santos.
Lo cierto es que todo gobernante
pretende una impronta propia a su obra de gobierno, su propio sello. Ejemplo de
esto son los planes de desarrollo. Ello no significa desconocer los méritos de sus
antecesores y más aún cuando se trata de políticas públicas de fuerte impacto
social. Continuar implementándolas y fortificándolas es lo más conveniente. No
hacerlo sería sobreponer los caprichos de quienes detentan el poder sobre los
intereses nacionales.
La naturaleza de la política
impide que los gobernantes de turno tengan que estar consultando toda acción y decisión
a sus antecesores en búsqueda de su aprobación. Consultar no tiene nada de malo
y en algunas ocasiones es conveniente. La experiencia de los antecesores puede
dar luces a los gobernantes de turno, sobre todo en momentos difíciles.
Nuestra historia republicana no
ha sido otra que la de las divergencias entre los diferentes partidos, sectores
políticos y movimientos sociales. El siglo XIX fue una época de divisiones
intestinas entre liberales y conservadores. Odios heredados entre estos dos
sectores políticos, que vinieron a superase a mediados del siglo XX con el
Frente Nacional, que si bien fue provechoso porque mitigó la guerra de los
actores en pugna, resultó inconcebible en cuanto una verdadera cultura
democrática, toda vez que marginó a los demás partidos y movimientos políticos
con opciones de poder. En este sentido se dice que el bipartidismo hizo mucho
daño a nuestra insipiente democracia.
En un país como el nuestro,
pluriétnico y multicultural, son válidos los diferentes imaginarios, los
diferentes intereses, las diferentes expectativas que la gente tiene sobre el
país que se desea. Esto es normal y el manejo racional de los conflictos puede
generar acuerdos sobre lo fundamental. Para poder vivir en paz se requiere de
la voluntad política de las partes y las partes somos todos, pues no se puede
circunscribir la violencia al conflicto guerrilla-Estado. Son muchos los
actores y escenarios de violencia que hay que tratarlos si pretendemos
contribuir en una cultura de la paz.
El monopartidismo resulta
inconveniente en todas partes, más aún donde se deben dar procesos
democratizadores de la sociedad.
“El pluralismo, las diferentes
concepciones sobre el régimen y sistema político; sobre el modelo económico y la
distribución de los bienes materiales, sobre la sociedad que se conciba o se
pretenda; los variados criterios en la concepción e interpretación de los
hechos; sobre los partidos y las distintas opciones políticas, sobre las
propuestas diferentes en la resolución o tramitación de conflictos y
diferencias; el papel de la oposición para evitar el unanimismo; las
discusiones y los acuerdos consensuados, son necesarios en toda democracia que
se respete”.
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