lunes, 13 de agosto de 2012

¡Que viva la guerra!


Por Alfonso J. Luna Geller

Por insinuación de un amigo, leí casi estupefacto a un columnista de El País que, el pasado 6 de agosto, descalificaba a toda una sociedad, que no debe merecer dignidad como grupo humano y no puede ni debe hacer peticiones, sean justas o no, y mucho menos intervenir en política, asunto vedado para ciertos grupos sociales, según él. Auspiciar una guerra contra una colectividad, indiscriminadamente, por el hecho de ser “indios”, me parece una infamia tan grande como la “lindeza” que Hitler dejó registrada en la parte más aciaga de la historia mundial.

En mi perplejidad examinaba frases como éstas, consignadas en su artículo: 
  • “… las acciones de unos indios asociados, manipulados y chantajeados por la guerrilla…”
  • “… una causa soterradamente política, abiertamente insurgente y confirmadamente aliada con el narcotráfico…”
  • “…le están haciendo la segunda a estos compatriotas que son el brazo político de las Farc y que reclaman de todo sin dar nada…” 

Tanta ignorancia sobre una clase social, que no es aquella a la cual pertenece el señor Mario Fernando Prado, cree que lo faculta para pisotearla, es más, de manera subliminal convoca a su exterminio. En su irresponsable opinión expresada en la columna “Caucanitis” no individualiza a un solo ‘asociado’, ‘manipulado’, ‘insurgente’, ‘narcotraficante’ o ‘brazo político de las Farc’ … a nadie. No señala a un solo delincuente; para él todos esos indios lo son… Y entonces, cualquiera deduce que si no se sindica a nadie, se ofende a todos. Son todos los que tengan el color de la piel un poco más oscura que la de él, que usen azadón y vivan en el campo o en la montaña, aquellos que no tuvieron conversaciones con su amigo H.H. José Ever Veloza García, o no haya buscado ser amigo de los hermanos Castaño…

Como es lógico, en una región históricamente sometida a la desidia del Estado, donde la miseria es índole, nadie puede negar que existan “asociados, manipulados y chantajeados por la guerrilla”, inclusive narcotraficantes y también paramilitares y delincuentes comunes, como existen también por allá donde vive Mario Fernando (a él no le preocupa el paramilitarismo, y a ese fenómeno que también opera en el norte del Cauca no hace referencia, después deducirán por qué), pero eso no quiere decir que toda la comunidad indígena sea el “brazo político de las Farc” o que sea toda, una clase “abiertamente insurgente y confirmadamente aliada con el narcotráfico”. Por eso, según Prado, habría que continuar exterminándola... Pero si de pronto recapacita, el señor Mario Fernando está en la obligación moral de excusarse, pedir perdón y de individualizar a los delincuentes que transitan por estos caminos y que con seguridad él conoce para haberse permitido la generalización étnica.

Yo nunca había querido leer a este señor, no sé por qué, pero a raíz de este escrito que me insinuó un amigo, me dio por mirar otros recientes de Prado, esta vez, en El Espectador:

“… Ahora que se puso de moda la caucanitis, no demoramos en invitar a los indígenas al Palacio de Nariño a compartir con ellos chicha y ullucos, tomarnos fotos abrazados, decirles hermanos y colocarnos anacos y plumas, cayendo como antaño en otra de las trampas y los engaños de la narcoguerrilla que debajo de cuerda está orquestando todo este novelón en el que los buenos son los indios y los malos el Ejército Nacional…”

Lo que padece el señor Prado es una obsesión que lo conduce a dividir para la guerra a la sociedad colombiana y enfrentarla entre los buenos y malos: un ejército, que él cree que no es de todos los colombianos, contra los indios (dicho siempre de manera despectiva) dejando por fuera a los verdaderos delincuentes que integran las FARC. ¿Esto no es auspiciar el exterminio de una clase social, que, al parecer, no la considera constituida por seres humanos?

Ni hablar de lo que insinúa y considera en otro escrito, también de El Espectador, como “política” este columnista: “…Y es que gobernar a Colombia sin Uribe es tratar de borrar una gestión que dejó una estela imborrable: ¿por qué no aprovechar todo ese bagaje, experiencia y buenas intenciones?...?

Veamos a vuelo de pájaro la “estela imborrable” que dejó ese gobierno: 'feria' de bienes de Estupefacientes; un general, el jefe de seguridad, que hoy debe rendir cuentas ante una corte de los Estados Unidos por narcotráfico y alianzas con la ‘Oficina de Envigado’ y las AUC; el escándalo mundial de las chuzadas, por interceptaciones telefónicas y seguimientos ilegales realizados por el DAS, calificada por la Corte Suprema como una empresa criminal dirigida desde la Casa de Nariño"; la desmovilización paramilitar mal hecha por la evidente empatía con esos grupos criminales; el desprecio por la Constitución y la ley, por los otros poderes públicos y por la oposición, lo cual llegó a poner en riesgo nuestra frágil democracia; una política económica dedicada a otorgar beneficios específicos a los amigos del régimen, con el pretexto de que esos favoritismos consolidarían la 'confianza inversionista'; el escándalo "Agro Ingreso Seguro", que sirvió para coger la plata de todos los colombianos y regalarla a los financiadores de la reelección presidencial; la feria de notarías y otras dádivas a cambio del voto que permitió torcerle el cuello a la constitución para su reelección, catalogada como una clara desviación de poder; los falsos positivos, o asesinatos de civiles que después “pintaban” como guerrilleros o delincuentes; la Zona Franca para sus hijos Tomás y Jerónimo; la alteración de deudas e impuestos de empresas por medio del acceso a información privilegiada que tenía en la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales, Dian, para favorecer sólo a sus amigotes… en fin, en materia de corrupción la administración Uribe se caracterizó no sólo por ser una práctica generalizada, sino también por la espectacularidad de los casos, un gobierno calificado por muchos como el más corrupto de la historia colombiana. Pero lo descrito es apenas algo representativo ante la imposibilidad de una descripción más detallada;  una ‘estela imborrable’ que nos hace preguntarnos ¿es posible que para volver a más de lo mismo alguien grite ¡que viva la guerra!?

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