LA HUÍDA
Por
Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
Huir
es una palabra que se ha vuelto odiosa. Es parecida a evadir. Se utiliza para
aplicarla a los reos que escapan de la cárcel, a los sindicados de un presunto
delito que se refugian en un lugar oculto o en una embajada para burlar la
justicia, para señalar a los padres o madres que se pierden de su hogar para no
responder por sus obligaciones. Huir es un acto reprochable, en estos casos.
La
huida también se le endilgaba al hombre pendenciero en un bar, en una calle de
pueblo, que cuando estaba en desventaja optaba por tomar las de villadiego. Y
entonces, se le tildaba de cobarde por no dejar que su contendor lo rematara a
golpes y le propinara la puñalada por la espalda.
El
vulgo ha creado en el uso estos o parecidos significados de huida. Sin embargo,
quien huye del fuego para no calcinarse, quien huye del abismo para no caer por
el vértigo que produce pararse al pie del despeñadero o una altura, es tenido
por ser razonable y prudente aunque mañana no lo llamen héroe sino cobarde. De
pedro a perro hay mucha distancia. A nadie se obligará dejarse quemar o matar para
que lo enmarquen o lo condecoren de inocentón ya muerto.
Huir,
muchas veces, es mejor que afrontar una situación. Para evitar un mal peor o,
simplemente, para no dar gusto a que otro se las dé de valentón. Decía el proverbio
vulgar que quien busca el peligro en él perece y que quien juega con fuego termina
abrasado y vuelto humo. Es mejor que lo llamen a uno cobarde que entregar las
armas de la vida o darle gusto a los que gustan de reírse de los tontos que
prefieren guardar las apariencias y caer de espaldas en el desafío.
También
existen otras clases de huida. Las de los gobernantes, rábulas, que para no
atender al pueblo, envían emisarios de segunda a que den la cara. O que salen
por la puerta de atrás para no dar declaraciones o eximirse de llegar a un
compromiso. Ellos se pasean por veredas y barrios de periferia acompañados de
sus perros de presa en elecciones y luego se esconden de quienes les
favorecieron con el voto. Ah… ladinos.
Y
también las hay muy dignas y excelsas. Las cantaron Horacio en su Oda II cuando
dijo que sería feliz quien se alejara de los negocios de este mundo y Luis de
León en su poema: “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido/y
sigue la escondida senda por donde han ido/los pocos sabios que el mundo han
sido”.
Oh,
el silencio, Oh, la soledad, oh, la dulce huida, lejos de los fatuos, de los
sabios, de los del circo y del poder, del dinero que causa malestar en el codo
al avaro. No sale de su alcoba por estar cuidando la moneda. Feliz estar
huyendo sin el rictus de tener que darle gusto a los critican que alguien esté
bien. Cuando muera un alejado lo recibirá también el polvo o la lengua de la
hoguera, sin molestar a nadie, ni siquiera al cansado reloj de un médico amigo.
24-07-12
3:47 p.m.
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