CARLOS E. CAÑAR SARRIA
Queda la esperanza de no
repetirse los bochornosos acontecimientos de la semana pasada en Toribio que
hicieron que el sentimiento de indignación nacional se manifestara con mucha
contundencia.
El trato infame, irrespetuoso,
abusivo y desconsiderado a los soldados de la patria por parte de un grupo de
indígenas generó un sentimiento colectivo de rechazo en todo el país. El propio
líder de la guardia indígena, Feliciano Valencia, reconoció como un “lamentable
error” lo ocurrido al sargento García.
La paz es un derecho y un deber
constitucional. Todos los colombianos, sin distingo alguno, tenemos el derecho
a una existencia física y emocional que permita el disfrute de la vida en
condiciones de dignidad y seguridad; pero ningún compatriota, ningún sector
social puede atribuirse derechos, actitudes y potestades desconociendo la
vigencia de la Constitución y de las leyes.
Lo sucedido en Toribío con los
soldados es una palpable demostración de cómo se tienen trastocados los valores
en la sociedad colombiana. Resulta inadmisible pretender hacerse escuchar,
hacer sentir la presencia de este importante grupo social, de exponer
reclamaciones legítimas al Estado que consuetudinariamente les ha negado muchas
cosas, recurriendo los indígenas a comportamientos que desdicen de una cultura
política de tolerancia.
A los indígenas no se les puede
desconocer su derecho a vivir en paz, su derecho a la dignidad; su
inconformidad por los atropellos de todo orden de que han sido víctimas, incluyendo
la pérdida de sus vidas. Hacen parte de un vasto conglomerado social,
representan una raza admirada, entre muchas cosas, por su sentido de
organización y en su lucha por el reconocimiento. Difícil la existencia de los
indígenas sobreviviendo entre dos o más fuegos. Es legítima la protesta social,
lo que no puede legitimarse son los procedimientos utilizados para expresar el descontento, como en el caso de Toribío.
La indignación e impotencia que
llevó a lágrimas al sargento García afianzó la solidaridad nacional al
Ejército. Admirable la entereza de García, su capacidad de control. Su
racionalidad, que no obstante las presiones, las provocaciones, la humillación
y el irrespeto que padeció, aplicó la pedagogía de respeto por los Derechos
Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. El comportamiento de García y
sus soldados los enaltece al igual que a la institución que representan. El no
uso de la fuerza y la violencia contra la población civil a pesar de los
vilipendios que tuvieron que soportar con estoicismo, deja una enseñanza imposible
de olvidar en un país como el nuestro donde el delito más común es el homicidio
y en donde la gente hasta por pendejadas se mata.
Importante el reciente
pronunciamiento del presidente Santos en el sentido de sentirse preocupado por
el bienestar de los soldados y sus familias, al tiempo que anunció la
destinación de más de un billón de pesos para atender tal situación. Convocó a
los colombianos a respaldar a la Fuerza Pública: “Rodearla, acompañarla,
estimularla, para que nunca más un valiente soldado de Colombia tenga que
llorar por la incomprensión de sus compatriotas”. Agregamos la tesis de
Estanislao Zuleta: “Un pueblo maduro para el conflicto está maduro para la
paz”.
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