sábado, 28 de julio de 2012

UNA TEMERARIA AVENTURA


JOSE LOPEZ HURTADO*

La Constitución Nacional de Colombia de 1991, fue un afortunado avance tanto en lo político, como en lo jurídico, pues además de representar la conciliación de las más disímiles opiniones, aún de aquellas contrarias a la existencia institucional de Estado, incluyó nuevos derechos y garantías civiles, acordes con el mismo cambio impuesto desde naciones más avanzadas, sobre todo en lo relacionado con las garantías ciudadanas.

Pero más que todo, significaba dejar atrás estructuras de una nación anquilosada en los mandamientos de la iglesia católica , y por tanto confesional y profundamente conservadora, implementada desde la Carta Política de 1886, como con sutiles diferencias ha ocurrido en la mayor parte de los países de América Latina.

La Carta de 1991, actualmente vigente, en lo político diseñó a Colombia como un "Estado social de Derecho", y en lo jurídico implementó figuras de una importancia extraordinaria, con inspiración absolutamente liberal y ecuménica, que acercaron al pueblo de verdad, mediante una democracia participativa, a su más íntima organización. Por eso es que su filosofía de pluralidad política, religiosa, la misma étnica, - de tanta actualidad -, lingüística, cultural etc., la entronizan como un paradigma de referencia en el reconocimiento internacional, cuando de nuevos derechos individuales y colectivos se trata. Las acciones de tutela, de cumplimiento y las mismas acciones populares para la protección de las garantías relacionadas con el patrimonio, el espacio, la seguridad y la salubridad públicas, han sido efectivas correas de comunicación entre el ciudadano, sus organizaciones, y las mismas entrañas del Estado en sus estructuras judiciales y operativas.

Esta Constitución es el intento más afortunado hacia la excelencia para el funcionamiento de la sociedad política colombiana, sin duda alguna. En desarrollo, claro está, después de 21 años de vigencia, y aún incluso, a pesar de las modificaciones que se le han hecho, y a las que se acude, cada vez que sectores poderosos de la economía o de la política, la desean ajustar a sus intereses de coyuntura. Como fuere, se insiste, ésta norma de normas es lo más cercano a lo ideal que quisiera una sociedad moderna.

En el inmediato pasado fue objeto de una reforma que partió en dos la historia de Colombia en el siglo XXI: la reelección presidencial por un periodo, lo que de alguna manera demostró la fragilidad de su estructura, como ocurre en muchos países del mundo. Tan frágil que se intentó ampliarla por segunda oportunidad, lo que la máxima corporación de control constitucional, no permitió.

Ahora, con el endeble argumento de abocar la frustrada reforma de la justicia, que constituyó una vergüenza internacional por la vía del Congreso, algunos sectores "viudos del poder", han planteado una nueva reforma constitucional, mediante el mecanismo de una Asamblea Nacional Constituyente, que como se ha expresado por juiciosos estudios de expertos constitucionales y por la misma jurisprudencia nacional y extranjera, no tiene límites de materia, o lo que es lo mismo, es un "cheque en blanco", con consecuencias imprevistas.

La Constitución Política de Colombia de 1991, que redujo de alguna manera la violencia política del país y modernizó al Estado, con su espíritu liberal, está en grave riesgo, por los "retoques" que la ultraderecha colombiana está empeñada en hacerle.

*Analista Internacional, colombiano.

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