EL OLVIDO ES UN ARMA EFECTIVA
Por Leopoldo de Quevedo y
Monroy
Locombiano
Apenas
han pasado unos 20 días desde que cayó en desgracia la Reforma de la Justicia,
descuartizada por todo el enjambre de avarientos en el Congreso y con la
complacencia inicial de la abeja madre, el Ejecutivo. Todo el país y hasta el
extranjero tacharon esa conducta como antidemocrática, oportunista, como
chantaje camuflado. Hubo comentarios de académicos, gente de la calle y hasta
en la sopa se encontraba uno con la imagen del orangután que salió de la
“sabiduría” de los “legisladores”.
El
gobierno, senado y cámara, y los conciliadores debieron darse golpes de pecho y
juraron que no habían leído, que habían tenido buena fe, que todo había
ocurrido a sus espaldas y que eso no volvería a ocurrir. La opinión pública
pareció creer y quedó a la espera. Un colectivo de abogados y algún despistado
empezaron a preparar como desagravio un referendo para revocar al parlamento.
Nadie les puso cuidado.
Hoy
amanecemos con otro engendro. Las inmensas mayorías del cuestionado Congreso
quieren validar el nombramiento de los desaforados secretarios de senado y
cámara con sendos sueldos supermillonarios y con un costal de sospechas en las
espaldas. Pero el inefable Corzo pondrá en el orden del día la proposición el
20 de julio y dejará engrampado el erario para el oneroso pago a tales jerarcas
de la sabiduría y la eficiencia.
Oh,
golpes de pecho anteriores, Oh, frescura de los taimados congresistas que ayer
pedían perdón por sus errores.
Pues,
señores, no hubo tal arrepentimiento que dijeron hace unas cortas semanas. La
cabra ha vuelto al monte. Ellos en su sabiduría saben que tienen el poder
constitucional para hacer todo legal, como Midas. Y no les va a importar que la
Nación les esté mirando de frente nuevamente. Como Merlano, como Mesa, como el
jefe de tránsito en Bucaramanga, como el dueño de la fiesta de matrimonio en La
Múcura, aquí no ha pasado nada. Todo fue un malentendido y que la gente se
equivocó en las apreciaciones.
Más
pudor tiene el perro cuando se orina en la vara de una banca de la iglesia y
alguien le mete una patada. Sale corriendo con la cola entre las patas y gimiendo
con una mueca en la comisura de la trompa. O como el gato cuando hace sus heces
en la sala y antes de que la dueña lo repare, se apresura a esconderlo debajo
de la alfombra aunque huela. En adelante el perro se cuidará de volver a misa y
el gato mirará bien donde defeca.
Los
animales, casi siempre, aunque no tienen reporteros que los delaten o abogados
que se encarguen de justificarlos o jueces que embolaten el proceso, nos dan
ejemplo de obrar sin engaño y de comer y ladrar cuando la decencia y la
naturaleza se lo piden. Pero no comen en exceso ni se disfrazan de ovejas o
palomas para que no les den sombrerazos.
Ah,
el olvido de las masas, ah, la impotencia del pueblo. Ah, la viveza de los
malos que encuentran siempre el portillo para entrar y salir cuando aparentemente
nadie los observa.
18-07-12
- 9:17 a.m.
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