LA MALDAD ES EL JUGUETE DE LOS PÉRFIDOS
Por Leopoldo de Quevedo y
Monroy
Locombiano
Al
agua le apetece correr límpida por entre piedrecillas, líquenes y doblar los
recodos sin apoyarse en zancos ni muletas. Así es que da lugar a los rumores
que se producen al chocar la corriente de millones de gotas contra la orilla,
los peñascos y las yerbas que se recuestan a su paso. El agua no le hace daño a
nada de lo que toca. Solo se ocupa de cantar en la mañana y arrullar el día con
sus ondas rumorosas. Por la noche deja que las piedras se acuesten debajo de su
capa blanca y que los sapos vengan a ducharse mientras croan y gocen nadando
por su resbalosa lengua. Para eso nació y así la verán los siglos que verán durar
su cola acariciada por montes y hondonadas.
Igual
hacen las gentes que caminan erguidas por la calle camino a su trabajo o van de
vuelta a su hogar. Miran a la cara, sonríen, van pensando en su deber, en cómo
mejorar las responsabilidades a su cargo y descansan sin temores cuando toman
el alimento o la bebida. No hay arrugas en su ceño ni les pesa el remordimiento
por lo sucedido en el día. Sus vecinos y amigos los ven pasar frente a ellos y
les admiran en su sencillez y bonhomía. Como un riachuelo siguen su cauce sin
aspirar a ser río y no buscan rincones para escapar de su destino.
Vemos
que los corruptos, los tramposos y quienes nacieron oyendo y viendo malos
ejemplos, van caminando por sendas oscuras, se recuestan en barrancos, dinamitan
rocas, hollan sotomontes, talan bosques, van como jabalíes detrás de los
animales indefensos y, como transformers sanguinarios, se convierten en
sicarios de día y vampiros en la noche. Nada parece detenerlos. Ni la ley es
para ellos, ni la autoridad los toca, ni las paredes de la cárcel los detiene.
Para ellos la maldad es un juego, y da la impresión de que disfrutan viendo
como los demás sufren cuando de su boca y de su mano brotan halos de fetidez y
muerte.
Ni
la sociología ni la psicología han podido descifrar cómo en la sociedad
aparecen estos especímenes como salidos de una raza distinta a la humana. Son
capaces de moldear billetes, como traganíqueles o nuevos Midas, con la suerte
de hombres, mujeres, sin importarles que caigan edificios, aviones, selvas, se
desvíen ríos o se contaminen las aguas.
Nuevos
“Chuckys” maquinan diariamente cómo enriquecerse y cómo aniquilar a sus
contrarios. Para ellos la limpieza, la honradez, el trabajo para transformar en
bien la materia prima, la verdad, no son valores. Todo lo contrario, la
mentira, la destrucción de lo ajeno, el robo a mano armada, la sangre de los
otros y los negocios sucios son su oficio permanente. Y hay muchos ciudadanos
que los aplauden, les consienten los malos tratos y admiran la capacidad de
estos seres malévolos para organizar fiestas, empresas, y ven con fruición cómo
tiran la plata al aire en verbenas y bebetas mientras ríen sus seguidores.
No
es esto un cuento truculento ni un retazo de historias sacadas de la fantasía o
parte de un videojuego de Chucky para mayores. Es lo que ocurre en muchos
pueblos locombianos con padrino, en el Congreso, en Alcaldías, en Institutos
oficiales, a la vista de contralores y personeros y militares y ministros. Y, a
veces con su consejo y vista gorda como en efecto ha sucedido como lo dicen las
Cortes de aquí y el Norte, Wikileaks, la Contralora y pocas veces la fiscalía.
16-07-12
- 6:44 p.m.
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