martes, 17 de julio de 2012



LA MALDAD ES EL JUGUETE DE LOS PÉRFIDOS


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

Al agua le apetece correr límpida por entre piedrecillas, líquenes y doblar los recodos sin apoyarse en zancos ni muletas. Así es que da lugar a los rumores que se producen al chocar la corriente de millones de gotas contra la orilla, los peñascos y las yerbas que se recuestan a su paso. El agua no le hace daño a nada de lo que toca. Solo se ocupa de cantar en la mañana y arrullar el día con sus ondas rumorosas. Por la noche deja que las piedras se acuesten debajo de su capa blanca y que los sapos vengan a ducharse mientras croan y gocen nadando por su resbalosa lengua. Para eso nació y así la verán los siglos que verán durar su cola acariciada por montes y hondonadas.

Igual hacen las gentes que caminan erguidas por la calle camino a su trabajo o van de vuelta a su hogar. Miran a la cara, sonríen, van pensando en su deber, en cómo mejorar las responsabilidades a su cargo y descansan sin temores cuando toman el alimento o la bebida. No hay arrugas en su ceño ni les pesa el remordimiento por lo sucedido en el día. Sus vecinos y amigos los ven pasar frente a ellos y les admiran en su sencillez y bonhomía. Como un riachuelo siguen su cauce sin aspirar a ser río y no buscan rincones para escapar de su destino.

Vemos que los corruptos, los tramposos y quienes nacieron oyendo y viendo malos ejemplos, van caminando por sendas oscuras, se recuestan en barrancos, dinamitan rocas, hollan sotomontes, talan bosques, van como jabalíes detrás de los animales indefensos y, como transformers sanguinarios, se convierten en sicarios de día y vampiros en la noche. Nada parece detenerlos. Ni la ley es para ellos, ni la autoridad los toca, ni las paredes de la cárcel los detiene. Para ellos la maldad es un juego, y da la impresión de que disfrutan viendo como los demás sufren cuando de su boca y de su mano brotan halos de fetidez y muerte.

Ni la sociología ni la psicología han podido descifrar cómo en la sociedad aparecen estos especímenes como salidos de una raza distinta a la humana. Son capaces de moldear billetes, como traganíqueles o nuevos Midas, con la suerte de hombres, mujeres, sin importarles que caigan edificios, aviones, selvas, se desvíen ríos o se contaminen las aguas.

Nuevos “Chuckys” maquinan diariamente cómo enriquecerse y cómo aniquilar a sus contrarios. Para ellos la limpieza, la honradez, el trabajo para transformar en bien la materia prima, la verdad, no son valores. Todo lo contrario, la mentira, la destrucción de lo ajeno, el robo a mano armada, la sangre de los otros y los negocios sucios son su oficio permanente. Y hay muchos ciudadanos que los aplauden, les consienten los malos tratos y admiran la capacidad de estos seres malévolos para organizar fiestas, empresas, y ven con fruición cómo tiran la plata al aire en verbenas y bebetas mientras ríen sus seguidores.

No es esto un cuento truculento ni un retazo de historias sacadas de la fantasía o parte de un videojuego de Chucky para mayores. Es lo que ocurre en muchos pueblos locombianos con padrino, en el Congreso, en Alcaldías, en Institutos oficiales, a la vista de contralores y personeros y militares y ministros. Y, a veces con su consejo y vista gorda como en efecto ha sucedido como lo dicen las Cortes de aquí y el Norte, Wikileaks, la Contralora y pocas veces la fiscalía.

16-07-12 - 6:44 p.m.

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