LOS INDÍGENAS SON
CIUDADANOS DE PRIMERA
Por Leopoldo de Quevedo y
Monroy
Locombiano
No
es solo el vocabulario que el gobierno está utilizando para referirse a los
ab-orígenes que se asientan desde tiempos ancestrales en las regiones del Cauca
y Tierra Adentro. El tono es intimidante y el gesto de imperio, ante “intrusos”
o “gente con poca capacidad de raciocinio para llegar a entender las
situaciones”. El lenguaje es perentorio y militar para responder a las
peticiones de excepción que la Constitución del 91 les otorgó. Era lo mínimo que
la Nación debía hacer ante tanto tiempo que estas poblaciones originarias de
nuestro territorio estuvieron en desigualdad ante autoridades que permitieron
el despojo de sus tierras y cultura.
Ahora
el Gobierno que piensa que hace “mucho” poniendo a 10 o veinte soldados en un
cómodo cuartel para que “guardien” a una porción de su territorio, les quiere
escamotear los derechos a su jurisdicción que ejercen mediante Cabildos y
Taitas. Y cree que está bien mandarles más tropa, más munición y más bota burda
para que se callen. Pero de bienestar y prosperidad nadie habla. Los ministros
fueron a que les vieran la cara porque nunca han pensado en su suerte. Es la
misma actitud conquistadora de Pizarro, de Cortés. Sólo interesaron sus tierras
y ya tienen cédulas reales adjudicadas o amañadas. Sus voces no son ilustradas
y parecen tonterías lo que están pidiendo. Con ellos no hay qué negociar. Ellos
no merecen hablar el gran lenguaje de la Paz que se usa desde hace 150 años. No
se explica el gobierno por qué el nuevo español, Baltasar Garzón, ha ido a
oírlos y a servir de escudo protector.
Entre
estos ciudadanos, de ropa sencilla, moto o caballo, que no usan lamborghinis, perfumes
de marca ni cuellos blancos engominados, no hay doctores ni “generales” ni
capos que desde la oscuridad gobiernen y cierren comercios. Ellos, simplemente,
están pidiendo que no los sigan engañando, - estos y aquellos -, con espejos y
bombones. Ellos captan con nitidez cuáles son los valores de la sociedad
capitalista que les rodea y hallan, con inteligencia, que son diferentes a sus
concepciones culturales. Entienden que tienen una dignidad humana igual a la de
cualquier ser humano, dotados de poder de argumentación y de exigir derechos.
Sus
Comunidades están sufriendo por ser carne de cañón, de cilindros y minas
antipersonas para justificar la guerra entre guerrilla y Estado en una región
que, no hace mucho también los sometieron a vejámenes los encomenderos y luego
los actuales terratenientes y hacendados.
Estos
y los indígenas que sobreviven aún en nuestro suelo patrio, no conocen la
ambición ni la avaricia ni el consumismo ni el balance de pagos, ni la exención
de aranceles. Todavía practican el antiguo trueque en día de mercado en Silvia.
Tienen sus propios médicos y medicinas y son felices porque no les cotizan a
las crueles EPS. Por sus venas no corre la malicia que les atribuye el vulgo y
que sí pertenece a la gente “civilizada”. No creen en seres etéreos y fuerzas
invisibles y lejanas sino que defienden las realidades que dan vida como el
Agua, la Tierra, el Sol, la Luna, las Montañas con sus árboles y fauna
silvestre.
¿A
qué le teme el Gobierno cuando ellos piden para su ámbito territorial que se
les otorgue ejercer en coordinación la
jurisdicción con sus propias normas y
procedimientos conforme al artículo 246 de la C.N.? ¿Les duele que los
indígenas prueben el dulzor de la autonomía y la prevalencia de su derecho?
17-07-12
- 9:45 a.m.
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