miércoles, 18 de julio de 2012

Ambos son culpables… ¡y casi todos!


Por Alfonso J. Luna Geller

En estos dos últimos días, como resultado de los recientes acontecimientos de des-orden público ocurridos en el norte del Cauca, se ha desatado una peligrosa campaña mediática y a través de las redes sociales para romper la opinión pública en dos bandos –así comienzan las guerras civiles- y está logrando efectos porque generalmente las muchedumbres, las montoneras sometidas al bombardeo indiscriminado de noticias opinadas, se movilizan de manera inconsciente, “como Vicente, para donde va la gente”; no actúan respondiendo a una lógica, a un análisis de las circunstancias, al sentido común o al razonamiento sobre las estructuras culturales que sustentan la incertidumbre social, -más grave en esta región- y entonces, así, no se permite el uso de las facultades intelectivas del ser para tomar decisiones comunes, sino que se espera el resultado de un pulso casado por las partes para demostrar cuál es el superior, cómo es que se domina y doblega… ¡Quién es el que manda aquí!.

Así, el gentío se apasiona, como en una final de campeonato, por los intereses de quien mejor utilice los medios y las redes, pero también, de quien seduzca con el rumor y el chisme que se enciende en cada esquina y crece como bola de nieve gracias a la ignorancia de las masas. “Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes: ved los calabozos, los grillos y las cadenas que os esperan”; frase que, claro, en otros términos, porque no son muchos los que conocen la historia, se utiliza para desatar ímpetus y los sentimientos gregarios que permiten sospechar que todo aquel que ve o analiza la situación de otra manera, en consecuencia, debe ser marcado como peligroso enemigo, aliado del mal.

A esto estamos llegando; lo que era un problema social y político en el norte del Cauca, se está transformando en un asunto militar, de conflicto armado, con los enfrentamientos entre comunidades indígenas y la fuerza pública (por ahora no entre Ejército y Farc), y por eso aquí no se ha actuado con la inteligencia suficiente para descubrir soluciones humanitarias, o mejor, humanas. Lo mejor para resolver problemas, están demostrándolo, es la guerra, el exterminio. Por esto, casi todos somos culpables: Vicente con su gente; pero más, lógicamente, el Gobierno y la dirigencia indígena.

El Gobierno por el insólito consejo de ministros que se trajo a sesionar a Toribío, más en una demostración de poder y desafío que en un intento de contribuir a solucionar la situación de sometimiento a la guerra que padecen estas comunidades. La circunstancia de no haber escogido para discutir los verdaderos temas neurálgicos del conflicto más reciente (el Plan Norte del Cauca con una inversión de medio billón de pesos había sido anunciada con harta anticipación por el gobernador del Cauca, lo cual no ameritaba tanto despliegue publicitario); el hecho de no haber escogido para una interlocución directa y sincera a los protagonistas reales de las reclamaciones (el diálogo no era con los ministros a puerta cerrada, pues con ellos dialoga o les da órdenes el presidente en sus palacios cada vez que quiera, sino con los dirigentes indígenas con quienes el Gobierno ha debido sentarse a definir las fórmulas de eliminación de los factores de la hostilidad más reciente); la actitud oficial de no haberlos atendido como anfitriones de esta gestión puntual de gobierno fue asimilada como un desprecio hacia la organización indígena y las comunidades, lo cual exacerbó los ánimos y puso la semilla para las reacciones que vendrían luego; además, porque la burocracia capitalina en su secular confusión con respecto a la cotidianeidad de las regiones apartadas se creyó, otra vez, que su ‘luminosa’ e ‘iluminada’ estampa era la que las comunidades exigían cuando reclamaban la necesidad de sentir la presencia del Estado en sus territorios. La ocurrencia de autorizar una intermediación o diálogo con un asesor jurídico internacional, y después echarse para atrás, dejándolos colgados de la brocha, también fue llama para la gasolina; para rematar, sigue vigente la creencia según la cual todo el que tenga la piel un poco más oscura que los paisas o rolos y viva en el norte del Cauca, con machete al cinto, tiende ineludiblemente a ser calificado de guerrillero o mínimo auxiliador. Picó en punta el Gobierno, dejando todo listo para lo que estamos viendo después de la famosa visita de Santos a Toribío.

Pero también los indígenas, por su soberbia, porque si fueron despreciados y no atendidas sus necesidades, si lamentablemente no les reconocieron su autonomía constitucional para el control social interno, si no se escucharon sus lamentaciones y llamados al diálogo, si no los entendieron o no quisieron hacerlo, se aceleraron; no han debido considerar que la única opción era pasar a las vías de hecho, escogiendo como primer objetivo el desalojo de la fuerza pública del cerro de Berlín, aprovechándose de la “indefensión armada” de unos soldados que tenían la orden de no atentar contra las comunidades civiles a pesar de soportar las escandalosas agresiones y humillaciones a que fueron sometidos, de las cuales el mundo fue testigo. Esto los manchó porque violaron una normatividad legal que constantemente exigen se aplique al pie de la letra en lo que les conviene. Así no es. Es más, si hubieran decidido hacer una demostración al universo de la bondad e imparcialidad de sus principios frente a esta absurda guerra que los acosa, de hacer valer la exigencia de no querer actores armados en su territorio y haber obtenido el apoyo total indiscutible, han debido comenzar desterrando a los narco-terroristas guerrilleros que infestan sus territorios. Era obvio, sensato y consecuente. No lo consideraron así y llegaron cargados de bidones con combustible a un incendio que se expande peligrosamente.

Los militares y policías no son actores impasibles en esta grave situación del norte del Cauca, al contrario, tienen una gran responsabilidad en el sostenimiento del Estado de Derecho. La estrategia y las tácticas les vienen fallando desde hace muchos años. La gente ve a los soldados y policías como futuras víctimas, no como los héroes que abnegadamente tienen que estar enmontados para poder vencer al enemigo. Llegan a estacionarse, a hacer presencia armada en los parques y calles del pueblo, a volverse carne de cañón para pasar a la inmortalidad muy jóvenes en los constantes ataques en los que ellos, y todo el vecindario, siempre son los objetivos y no al contrario. Yo recuerdo que cuando fui oficial del Ejército –claro, hace muchísimos años-, en la lucha contraguerrillera era absolutamente prohibido que las tropas se acantonaran en poblados o cerca de la población civil, y la táctica era similar a la del enemigo, absolutamente móviles, en campaña permanente, dos, tres, o cuatro meses y un relevo de descanso. Ya no es así, tenemos unas fuerzas militares y de policía burocratizadas, como sus jefes civiles, estacionarias, inclusive muy al borde de la política partidista, con simpatías internas por algún candidato que sabe endulzarles el oído. Tenemos una fragilidad muy peligrosa en el cumplimiento de la misión institucional. Siendo así, la exigencia de las comunidades indígenas de desalojar escuelas, juntas de acción comunal o calles céntricas del poblado no sería calificable como un mandado bien hecho de los guerrilleros.

Para completar, hoy mismo, otro consejo de seguridad en Popayán, seguramente también inútil, y una comisión de señoritos en Santander de Quilichao, encabezados por Aurelio Iragorri Valencia, con ánimos de retomar lo perdido y lo que no se atendió oportunamente: el diálogo con los dirigentes indígenas que como autoridad no son menores de edad y a los cuales se les debe exigir también el mantenimiento del orden público en sus jurisdicciones, acuerdos de gobierno con autoridades autóctonas y una veedurías efectivas sobre los recursos que reciben para su desarrollo social. Por favor, seamos serios y responsables de mantener la convivencia entre todos.

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