Por Luís Barrera
Editor Proclama del Cauca
Somos conscientes de que las cosas en el
Cauca son más complejas y graves como las que se vienen planteando y
presentando para entrar de lleno a resolver los múltiples viejos problemas que
lo tienen como primera página en todos los medios de comunicación.
Creemos inclusive que la prensa regional y
nacional puede llegar a jugar un papel destacadísimo de carácter pedagógico y
moral, del que nunca debiera sustraerse, propiciando foros de encuentro y acercando
posiciones encontradas, pero sobre todo, contando y opinando acerca de la realidad
que están viviendo las comunidades, el atroz rostro de guerra y sus cicatrices
en lo más profundo de su conciencia colectiva que pueden seguir generando
puntos sin retornos.
En
PROCLAMA como medio independientes de expresión y opinión del Cauca,
consideramos que no hay nada peor que la guerra. En ella todos pierden: los
contrarios, los inocentes, los bienes construidos y la naturaleza. Ante esto,
en apariencia, la paz se convierte en un bien supremo, en que en la generalidad
de la sociedad parece haber entendido que corresponde en adelante llegar a un
consenso para buscarla porque ésta no puede ser una guerra sin fin.
Sin embargo, analizando el panorama actual de
orden público: un día en absoluta calma, al otro día conmocionados por un acto
terrorista o atentado contra las fuerzas del orden o la sociedad civil y las
respuesta del gobierno nacional ante las exigencias de las comunidades y viceversa,
sus comportamientos frente a las autoridades legalmente constituidas se tienen
que reconocer dos hechos que contradicen, la afirmación anterior:
1) Que la historia del desarrollo social en
el Cauca ha corrido más por la ruta de la guerra, escenario e incubadora de
grupos subversivos en la que los periodos de paz han sido excepcionales;
2) consecuencia lógica de lo corroborado en
la realidad cotidiana de algunas sus regiones, hay una notable influencia de
una cultura soterrada alimentada por grupos al margen de la ley que se inclina
más a ponderar lo bélico que a evitarlo, lo ilegal y torcido, a los caminos del
bien vivir.
La paz desde esta posición parece
inalcanzable y hasta utópica por los poderosos intereses que hay en juego. Por
eso, se hace indispensable rastrear esta macabra cultura de la violencia, para
ir sustituyéndola por una cultura que apueste a la vida en todas sus
manifestaciones.
El Cauca hoy, sin tapujos hay que escribirlo,
está sitiado por la violencia, el miedo y la muerte; y con ánimos encendidos
por tiempos pre-electorales que vendrán el próximo año, es urgente detenernos a
reflexionar y a dirigir, ojalá en cabeza del propio presidente Santos y el
Gobierno nacional, las autoridades locales y seccional y la clase dirigente, esfuerzos
con la intención de establecer con la participación de todos los caucanos, una salida
inaplazable para coquetear con la paz, la convivencia y la reconciliación.
Para empezar a ponerle fin a esta guerra hay
que desde la sensatez sentar las bases capaces de generar un ejercicio de nuevo
liderazgo en nuestro departamento, que en forma amplia, requiere abordar
cuestiones como derechos humanos, convivencia democrática, resolución de
conflictos, tolerancia al sentir y pensar del otro, inversión social,
conciliación y reconciliación de experiencias, etc.
La solución a este momento de presión del
movimiento indígena sobre las Fuerzas Armadas y el Gobierno nacional, tampoco
debe ser poniendo ultimátum porque esto produce rechazo de ciertos sectores que
pueden indignarse ante semejantes pretensiones, la cosa es mejor dialogando y consensuando.
En buena hora nos parece excelente la
intermediación que eventualmente podría oficiar el exmagistrado de la Audiencia
Nacional en España y actual asesor del Tribunal Penal Internacional de La Haya,
Baltasar Garzón, quien goza de amplia credibilidad entre las comunidades
indígenas y el beneplácito del gobierno nacional en temas de la justicia
transicional y los derechos humanos.
Porque lo que ahora se requiere son soluciones
conjuntas con voluntad y consenso político que saquen a la región del atraso y
olvido, en donde haya respeto a la vida, a la libertad, al bienestar de los
demás, a los débiles, a las ideas, a la salud, a la justicia, al ambiente, al
pensamiento y a la cultura diferente.
Nos la hemos
pasado los caucanos todos, cazando peleas parroquiales, ejerciendo el “caucanibalismo”
político y la exclusión oprobiosa. Olvidándonos de enrutar a las nuevas generaciones
para la paz en la que se construya una nueva razón. Una racionalidad paralela
que encuentre la cooperación mutua entre las comunidades, organizaciones
sociales y políticas y no el dominio perverso de uno sobre otros.
El Cauca tendrá una guerra sin fin mientras
no reconozcamos que los conflictos bélicos, con frecuencia son injustos,
evitables y generadores de catástrofes pero que es primordial, sin hipocresías
y con futuro optimista y esperanzador, recorrer los caminos de la
reconciliación que serán los únicos que lo sacarán de la pobreza y olvido que
experimentan sus poblaciones.
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