sábado, 21 de julio de 2012

LAGRIMAS DE SOLDADO


JOSE LÓPEZ HURTADO*

Nadie puede negar que el Estado colombiano en el pasado probablemente haya dado tratamiento de ciudadanos de tercera a los indígenas, y haya olvidado la profusa normatividad constitucional, legal, jurisprudencial, y las propias disposiciones internacionales que los ampara.

O no ha procedido con la suficiente celeridad para dar contenido real a las normas de la Carta Política de 1991, en lo relacionado con el respeto a la diversidad étnica y cultural, los derechos políticos, así como a la tutela de los usos y costumbres de sus comunidades.

Es probable que los 302 resguardos indígenas existentes, que abarcan más de 26 de millones de hectáreas, y en los que viven más de 400.000 indígenas, paeces, yanaconas, coconucos y guambianos, o que las 19 reservas indígenas que favorecen a más de 1500 familias, tengan serios reparos sobre la gestión estatal, y que particularmente en el Cauca, la población indígena más alta del país, nunca el gobierno haya oído sus requerimientos. O que, como lo sostienen en su “Declaración del 20 de julio” presentada al Presidente Santos, hace algunos días, nunca se les haya reconocido la “autonomía territorial, gobiernos propios y comunitarios”, que atenta con el consagrado principio de “la libre determinación de los pueblos indígenas”, consagrado en resoluciones de la ONU y por el Convenio 169 de la OIT, entre otros.

Puede ser muy cierto también que sean víctimas del modelo de colonización minero-energética, de la expansión de los agrocombustibles y de la expropiación de sus territorios, impulsado por las multinacionales.

Es factible igualmente que el Estado colombiano jamás les haya dado garantías plenas, el debido reconocimiento y respeto por la función de la Guardia Indígena como garante de la tranquilidad y seguridad de los indígenas de Toribío y de sus bienes, como actores de paz y que,- esto lo compartimos -, “la seguridad democrática, que dicen que fue muy exitosa, sólo sirvió para que las FARC ya no tuvieran 3 grandes campamentos, sino 50 más pequeños”. Que unidades de la Fuerza Pública, en el reciente pasado, deshonraron su función como garantes de la seguridad nacional, en el escabroso episodio de los “falsos positivos”, es cierto, sin duda alguna. Maníacas conductas de algunos desquiciados que asesinaron a inocentes para cambiarlos por dinero y por medallas, igual que los episodios aislados de violaciones sexuales a menores indígenas y población civil.

Pero lo que sí es absolutamente inaceptable es que en aras de una mala entendida autonomía de los pueblos indígenas, se pretenda por parte de sus autoridades, el desmantelamiento de las actividades militares en sus territorios, como lo exige el documento referido, en una errada interpretación del Art. 30 de la Declaración de la ONU sobre Derechos de los Pueblos Indígenas, que justifica, que autoriza, si se quiere, dicha intervención, (cuando) “lo justifique una razón de interés público pertinente...”.

Qué razón de más alta entidad que la actividad terrorista dentro de sus territorios, se preguntaría el más desprevenido observador. Como inaceptable y absolutamente indignante la humillación de que fueron víctimas las tropas colombianas por la guardia indígena de Toribío, al sur de Colombia, al ser sacados de su territorio, el que estaban protegiendo del aparato criminal de la guerrilla. Atropellada su dignidad por la impotencia que la ley les obligaba mantener. Lágrimas de hombres. Lágrimas de honor. Así lo vimos los colombianos, así lo vio el mundo entero.

* Analista Internacional, colombiano.

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