jueves, 21 de febrero de 2013

LA EDAD DE LA INOCENCIA


Rodrigo Valencia Q - Donaldo Mendoza
Especial para Proclama del Cauca

D: —Tengo rabia con esto de internet. Dese hace días, cuando doy clic para descargar un archivo, se activa un aviso que bloquea todos los sonidos. Todo lo que puedo ver es mudo.

R: A mí me está pasando algo parecido: sale un aviso y me ponen a reiniciar el sistema...

D: Y pensar que el único sentimiento que nos ligaba con la maquinita de escribir era el cariño, tan parecido al que aún se le tiene a los zapatos viejos.

R: —La tecnología y las novedades acaban con cualquier cariño. Nos tornamos máquinas poco a poco; dentro de poco el corazón claudicará del todo.

D: —Antes de que eso ocurra hay que aprender a no desear, única salvación posible.

R: —La extinción, la renuncia del budismo. Quedarnos íntegramente vacíos, con lo único que nos concierne: nada. Venimos de la nada y volveremos al gran silencio.

D: —Eso hace más tolerable la idea de la muerte.

R: —Si usted sabe de dónde viene, sabe adónde va. Simple ecuación de naturaleza lógica. Pero eso es lo que nadie averigua; en cambio, se ponen a armar edificios interminables de suposiciones donde la "fe" es la maestra de ceremonias, y los demás, sumisos invitados de piedra. Ya hemos hablado de eso, nos acostumbramos a las suposiciones.

D: —La edad pone su parte.

R: —Creo que para llegar a ello se exige una edad más allá de la razón; madura, y sin embargo atemperada por la ingenuidad, la sencillez que no opone resistencia, la aceptación que nace de toda claridad interna.

D: —Ojalá fuera atemperada por la inocencia, porque a veces la ingenuidad y la pendejada se confunden.

R: —Le concedo la razón; equivoqué el término; la ingenuidad a que me refiero es sencilla inocencia. Por ejemplo, los niños de hoy aprenden rápido, saben muchas cosas que nosotros en nuestra época ni teníamos manera de saber; hoy tienen aptitud acelerada, el corazón adelantado.

D: —Esas cosas estimuladas tempranamente hacen a un adulto muy competente.

R: — Lo único que uno quisiera es que conserven la ternura y la belleza de la pureza.

D: —Los niños dan giros imprevisibles en el desarrollo de su personalidad. Por ahora su destino es casi inédito.

R: —Sí; por eso la incertidumbre. Conservarse niño, un imposible.

D: —Pero mucho se dice que el artista tiene esa alma.

R: —¿Por qué la va a tener? El artista es un ser complicado, contaminado; su alma se desvirtúa con mil supersticiones acerca del yo, la cultura, el éxito y la libertad. Un artista con alma de niño nunca podría superarse a sí mismo; su inocencia no haría parte de los complicados mecanismos del arte y sus compromisos.

D: — Pero la obra es superior al autor; qué importan, por ejemplo, las ideas políticas de Borges, si su obra trasciende todo lo que de mezquinas puedan tener...

R: —Tanto la obra como el artista pasan a ser mito, fetiche, soborno a la inteligencia y a la ingenuidad. Ningún artista puede sobrellevar la inocencia a cuestas; es un fardo tan liviano, trivial, que el ego del artista no soporta para su autoimportancia. El artista es mundo, vida social, intelecto integrado con la tierra, las luchas, la grandilocuencia de la historia y el deseo.

D: —Un poco de vida social, tertulias... el artista empieza a tejer su mito; pero la obra lleva una vida propia que, como la lluvia, se le ofrece al rico y al pobre, al ilustrado y al analfabeta. Y claro, estos receptores y sus valoraciones son capítulos de una pequeña o vasta biografía de la obra.

R: —¿Por qué tenemos que necesitar del arte? La vida, por sí misma, interpone retos suficientes, necesarios para cuestionamientos totales y conclusiones trascendentes y estéticos. El arte es artificio, algo a lo que recurrimos por nuestra falta de eficacia para con nosotros mismos. No sabemos enfrentar la propia soledad, no sabemos sortear el instante, no sabemos afrontar nuestro propio ser. De ahí toda suerte de juegos, entretenimientos, sortilegios, artificios y demás; liviandades para despistar la verdadera naturaleza de las cosas.

D: —Se necesita del arte para aliviar necedades, lastres... Cuánto bien por ejemplo, hace una lectura del Eclesiastés. Aunque el necio no hace diferencia entre Eclesiastés y echarles margaritas a los puercos.

R: —“No hay nada nuevo bajo el sol; lo que se hizo, eso es lo que se hará”. El mundo siempre ha sido una sofisticada simulación, y, lo peor, todos doblamos la rodilla ante los acontecimientos. Todo ello acaba con la edad de la inocencia.

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