EL NUEVO AEROPUERTO NO ES DORADO
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
Con lujo de detalles Semana.com le dice a Aerocivil y a Opaín, con exministro y exdirector del BanRepública a bordo, que el nuevo aeropuerto con edificios, pista y vías de acceso no le llega a los talones a las necesidades de la Capital del país.
Desde que Opaín con sus voceros empezaron a explicar que los diseños y que la magnitud y que la comodidad del proyecto eran enormes y dijeron que el presupuesto era astronómico, comenzaron las dudas sobre la verdad de tanta belleza. Unas dos semanas atrás Opaín debió devolver miles de millones demás que habían entrado a sus fauces de sobra. No pudieron explicar su destinación y necesidad.
Como cuando alguien dijo que habría que demoler el puente Pumarejo para hacer otro más moderno y funcional, Opaín propuso demoler el actual Aeropuerto Eldorado con papelería y todo. Allí por ahora todo está cerca y las valijas las entregan con presteza. Se puede llegar y salir fácilmente sin necesidad de esperar media hora parado el avión para descender y que lo recoja un bus por turnos.
Lo grande y ostentoso que se muestra, la extensión que uno ve por fuera y desde arriba, no significan funcionalidad ni rapidez en la prestación de los servicios ni acceso a las necesidades de los viajeros. Faltaron puntos de acceso directo para los aviones. Muchas oficinas para cada empresa de aviación o de correos o de comestibles, propagandas gigantes de productos, pero lo elemental no está al alcance de la gran cantidad de pasajeros que se proyectaron iban a llegar y... que están llegando.
Quien llega al nuevo monstruo insuficiente de un viaje largo por negocios o para dar una conferencia y necesita regresar de inmediato, se arrepiente tan pronto toca tierra. El avión debe parar aquí, vuelve a detenerse allá, el segundo oficial de cabina advierte a los pasajeros que no se levanten de sus sillas y que por motivos ajenos a la aerolínea deben esperar que se les ordene movilizarse. Y después sigue el calvario de ir a recoger las valijas.
Ha pasado lo de siempre. Los consorcios, las concesiones con nombres raros, creadas a propósito y a la carrera con asesores y personajes de la política que los avalan, van hablando y creando expectativas que no cristalizarán bien ni a tiempo, por no ser viables. Y los defectos de diseño y fallas de los proyectos se verán solo cuando entren al servicio y ya no pueda retroceder el presupuesto re-financiado y mal-gastado. Habría que demoler de nuevo, por ejemplo, el alero que no defiende al pasajero de la lluvia cuando debe ir a pie hasta o desde al avión.
Aparecen de bulto, entonces, las grandes moles, como monumento al desperdicio, como tantas construcciones de colegios, hospitales, puentes que hemos vistos en los reportajes de Mauricio Gómez en Caracol. Ahí quedan las regalías y los impuestos botados sin que nadie se queje, porque las obras se hicieron avaladas por grandes personajes, muy serios, afectos al gobierno y que hablan poco.
La noticia de Semana es contundente. La gran mole tendida sobre la superficie no llena la expectativa que su tamaño anuncia. Que se acudirá a auxiliar la demanda con aeropuertos alternos. Todo porque el nuevo aeropuerto le quedó chiquito a una ciudad de 12 millones de habitantes. Y de un flujo de pasajeros que cada día aumenta por la competencia de precios y servicio a bordo de Avianca-taca, Lan, Satena, Copa y Colombiaviva.
¿Y quién le dice nada a Opaín y sus asesores tan serios?
04.02-13 10:14 a.m.
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