Phánor Terán, desde Tunía, patrimonio cultural del municipio de Piendamó
Hace algunos días el burgomaestre de Morales, tuvo a bien en manifestarse contra el odioso centralismo que cada día apabulla más y más, la vida regional y municipal.
La tan cacareada y maltrecha constitución del 91, que ahora mismo tiene más remiendos que mis pantalones cortos, cuando asistía a la primaria, y las ejecutorias de los presidentes sucedáneos de todos los colores y sabores, ha quedado en un sartal de palabrerío y buenas intenciones que son las únicas que pueden empedrar, asfaltar y pavimentar el camino de nuestro infierno social.
Se ha vuelto tan complicado administrar un municipio que resulta más fácil peinar una loca. De allí que no den a basto los funcionarios corrientes sino que sea necesario un ejército de asesores que ruñe sin piedad el magro presupuesto municipal.
De ella, de la constitución del 91, claro está, siguen prendados como si fuera la teta de Júpiter y la leche de la mujer amada los únicos beneficiarios expeditos del centralismo: los bancos, la iglesia católica, el ejército y los monopolios a los cuales les garantiza que pueden moverse como Pedro por el cielo y matar y comer del muerto como se estila decir en el patio vecino.
El más pendejo de todos ellos, la iglesia católica, ahora se ha apropiado de los cementerios, de las iglesias, de los archivos, de los bienes patrimoniales para cobrar esta vida y la otra, hasta para dar un permiso de bautizo. Razón tiene tanta gente de huirle al pulpo.
Como ya he tenido ocasión de manifestarlo, los funcionarios locales, no son nuestros servidores públicos. Los funcionarios locales, son ante todo funcionarios del centralismo. En últimas apenas si tienen tiempo para atender los múltiples requerimientos del poder central: informes, encuestas, evaluaciones, proyectos y demás juguetes con los cuales se divierte el centralismo. En fin de cuentas se trata de que las realidades y necesidades locales se parezcan no a lo que son en realidad, sino y ante todo a lo que el centralismo quiere que sean.
Mientras este papeleo va y viene, dispone el centralismo del aire, del suelo, del subsuelo, de los contratos, del tipo de obras, de la manera como hay que pensar y hacer, de cómo hay que evaluar, de cómo hay que proyectar, y hasta lo que parecía río de leche y miel, con las regalías.
Este San Benito también ha sido posible utilizando el socorrido argumento de la corrupción reinante y campante hasta en el más recóndito de los municipios. Cuando en realidad, tal corrupción no es sino producto de la misma centralización y de aquellos avivatos que han construido empresas para arañar el poder a la distancia que representa el centralismo, de aquellos que han ingeniosamente conocido el monstruo en sus entrañas como en el caso de los Nule, de los gobernadores de las partes recónditas de nuestra geografía.
La reforma del 68, del quizás más valeroso de los colombianos contemporáneos el Dr. Carlos Lleras Restrepo, quien de paso ha sido el único colombiano que fue capaz de poner de patitas en la calle, y devolver con sus maletas sin abrir por el mismo aeropuerto que entraron en menos de 24 horas, al Fondo Monetario Internacional, él mismo que ahora aprieta el pescuezo a medio mundo.
Decía que la reforma del 68 intentó con los institutos descentralizados, erosionar el paquidérmico y obsoleto estado centralista que nos gobierna y que ahora ya no solo hay que pedirle y justificarle la utilización de un lápiz sino hasta cuánto cuestan los estornudos en la época de lluvias. Y que gracias al ilustre Dr. Uribe, volvimos a retroceder hacia la nefasta concepción centralista del Sr. Núñez.
¿Es de verdad, cierto, que para darnos una vida amable necesitamos todo esto que se llama Administración?
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