APRENDER, AÚN DEBAJO DE UN PUENTE
Babar Alí está parado frente a su profesora. Ambos pertenecen al colegio gratis que
hay debajo de un puente del metro en Nueva Delhi, India. (AP) Semana.com, 18-02-13
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
La educación, ese privilegio de pararse frente al Universo a dialogar con él. Ese derecho de quien nace ignorante y se interroga por qué y para qué fue traído a este planeta a desenvolver su vida como lo hace la mariposa de su crisálida. Ese placer de sorprenderse a cada paso cuando las cosas se aparecen con todo su esplendor ante la mente.
Aprender, aprehender, captar a manos llenas y probar toda la pulpa de un ser que nos reta a que le descubramos su esencia, sabor y sus raíces. Porque aprender, enterarse por sí mismo, por gusto propio de algo que uno desconocía es un triunfo, es como dominar un monstruo con solo la voluntad y la aplicación de las neuronas. Es como un acto de magia que traslada al cerebro las imágenes, cualidades, olores, viscosidades de ideas, materiales o formas intangibles.
La imagen que nos trae la AP de este niño de unos seis años, atento, firme ante su profesora, con cara respetuosa ante lo que oye y entiende, nos invita a reflexionar sobre el valor de lo que nombramos con la palabra educación.
Eso que llamamos educación se ha vulgarizado, estereotipado, oficializado. Educación temprana, primaria, secundaria, superior, por estándares, según autor o escuela. Eso será un modelo conductista o rígido o para determinados fines, una estrategia para adiestrar en determinados moldes, para mercados supuestos o para alinear autómatas como en un ejército o una milicia o en un experimento de clínicas diabólicas.
La educación debe asociarse a conceptos de libertad de enseñanza y aprendizaje, en medio de opciones múltiples, de condiciones óptimas, incluyentes, que se ofrezcan en ambientes que propicien el estímulo de las inclinaciones y aptitudes de cada aprendiz o postulante. No puede educarse a presión, por medio de tortura intelectual, de tareas asfixiantes, de inyecciones de conocimientos interesados sacados del gusto o tendencia de quien enseña o modelos dirigidos en tal o cual dirección.
Qué imagen la del niño debajo de ese puente callejero, junto, tal vez a basuras y miradas de transeúntes ocasionales o permanentes. Qué necesidad y fruición la que se ve en su cara y en la actitud decidida de su cuerpo. Quiere aprender con todo su ser y beber lo que escucha y le ofrece la boca de su maestra. En medio del ruido, la incomodidad y a pesar de la fragilidad de las condiciones del lugar.
El niño es de la India, ese país mágico, como sacado de las fábulas de Calila e Dimna, de piel sedosa y cobriza, de movimientos zigzagueantes y mirada arqueada, país de las especias, perfumes y telas de arte. País de canto suave, lagos, sueños, luna y melodías con picante, mancha roja en la frente y ojos grandes.
India, país de contrastes y castas, rico en tradiciones, vital, fuerte, patria de Gandhi y de Nerhu, con fuerza capaz de surgir como el genio de Aladino y abrazar al mundo, con la 11ª economía más fuerte y uno de los PIB más equitativos. La fuerza de este niño nos ha asombrado. No es Alí Babá, el ladrón, es Babar Alí que promete ser un sabio que mirará brillar a las estrellas y sueña un mejor mundo para vivir.
18-02-13 11:03 a.m.
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