martes, 19 de febrero de 2013

QUÉ VIVAN LAS PANDILLAS


MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

La única pandilla buena que conozco es la de los boy scout. Un grupo de muchachos de la misma edad que se reúnen para aprender jugando, a disfrutar de la naturaleza y divertirse sanamente a través de ritos, ceremonias, cantos y acciones sociales positivas que ayudan a formar carácter. Una organización mundial que logra incentivar el liderazgo, la amistad y el asombro entre los jóvenes, desde hace más de cien años.

Pero las otras, las que se forman en los barrios, las que tienen nombres rimbombantes, jefes de cuatro en conducta, y se la pasan craneando maldades, no son buenas. Y no producen admiración, sino miedo.

Es para llorar cuando los papás pierden el respeto de sus hijos, y no logran que sus muchachos les hagan caso y comienzan a vivir por ellos mismos en pos de una pandilla. Grupos barriales que se reúnen para matar el tiempo desafiando la sociedad que los ha visto crecer asumiendo todos los vicios imaginables: tabaco, alcohol, mariguana, daños a bienes públicos y privados; uso de armas, violaciones, atracos, vejaciones y atropellos…

Y es triste, muy triste ver a unas niñas de once o quince años andar a media noche con una manada de cafres vestidos de negro con cigarrillo en mano, los ojos rojos, y semiborrachas… Y uno se pregunta, ¿dónde carajos están los papás? ¿Cómo es posible que un papá permita que sus hijos vistan así y anden por la calle como delincuentes buscando a quién hacerle el mal…? Pero ahí están. Allí pasan. En la esquina, debajo del puente, en la calle, fumando, bebiendo, embarazándose.

La vida fácil, el dinero fácil, la irreverencia grosera, el irrespeto a todo por nada, son las consignas de las pandillas. Niños pobrecitos victimas de traquetos de barrio que los ponen a consumir drogas, de vividores de medio pelo que los manipulan de la manera más simple y tonta… y ellos allí, con sus viditas inocentes y mediocres buscando la infamia, la herida, la muerte misma.

De las pandillas salen los sicarios, las prostitutas, los proxenetas. De las pandillas nacen los ladrones, los guerrilleros, traquetos y paramilitares. Salen los miles de niños violados y la mar de jóvenes acuchillados o abaleados por disputas estúpidas.

¿Y dónde están los papás? ¿Es que no saben que sus hijos llegan oliendo a cigarrillo? ¿Es que les parece normal que sus hijos lleguen a dormir a la madrugada? ¿Es que les parece normal que a los once o trece años, sus hijos tomen trago?

Aquí, los malos son los padres incapaces. Aquí, a quien hay que castigar es a los padres permisivos. Aquí a lo que hay que meter a la cárcel es a los padres mediocres y descuidados; porque el problema de las pandillas no es culpa de los niños que “adolecen” de criterio; sino de los adultos incapaces de ofrecerles mejores alternativas de ocio, y uso del tiempo libre a sus hijos. ¿Y el gobierno?

Marco Antonio Valencia Calle
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