viernes, 13 de julio de 2012



EL TRISTE CASO DEL CAUCA


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

…Pero en su frente pálida vagaban
el dolor y la negra pesadumbre,
Y de sus ojos la apacible lumbre
empañaba una lágrima fugaz.
Pubenza, Julio Arboleda

Desde la lejana y populosa Bogotá, en la crema del centro del territorio del país, desde donde todo queda a la mano para ir a palacio y al Minhacienda, por fin llegó a Toribío, un pueblito herido del Cauca, el Presidente con todo su séquito ministerial y sus generales con uniformes tachonados de estrellas.

Tal vez era de esperarse el recibimiento que describe la prensa. Hubo abucheo y escaramuzas de la guerrilla al fondo, con retenes en varios sitios cercanos, incluso.

Era de esperarse, porque el olvido de estas regiones lejanas de la mano del gobierno central es notorio. De este Departamento la Nación está cansada de oír que en Caldono, que en Silvia, que en Caloto y el Palo, que en Los Mangos, que en Piendamó, en Morales, en Coconuco, o en Miranda cada rato la guerrilla hace retenes y hace presencia activa.

Y eso no es de hoy. A mi señora y a mí en dos ocasiones durante el gobierno de la seguridad antidemocrática los “muchachos” nos detuvieron y casi nos pintan el vehículo en que viajábamos.

A lado y lado se ven las colinas verdes, casas pintadas de rosado y amarillo y al fondo selva y cuchillas azules. El paisaje es romántico, la tierra fértil, de paso en paso hay casetas donde ofrecen naranjas, banano, papaya, chirimoyas, melones, piña, queso y guarapo. La gente refleja en el rostro el cansancio y una vida difícil que soporta con estoicismo.

Hemos visto diez policías en Silvia, otros tantos en Coconuco, con bultos y bultos de arena como parapeto junto a sus “estaciones” de servicio, y el ejército con parejas escalonadas en ciertos trechos de la vía con el dedo parado cuando uno pasa. Esa es la presencia de la “fuerza” pública y del Estado. En nada más se siente.

Desde tiempos de Obando, de las ciudades confederadas, del Mariscal Sucre, de la Epopeya de Oyón, estas gentes viven lo mismo. En tantas casas, con iglesia y misa, con plaza de mercado chiquita, sin teatro ni casa de cultura, sin empleo ni perspectivas. Y con vías de acceso terciarias como las dejó Bolívar en su paso para Ecuador y Bolivia.

Han escuchado las mismas oraciones, las mismas promesas, han gritado a los mismos partidos, han seguido a los mismos gamonales y se les han quitado sus tierras. ¿Por cuánto tiempo seguirá esta misma historia?, se preguntan los cabildos y aborígenes. Porque todos tienen la misma sangre y aguante, la misma hambre y tristeza. ¿Acaso son colombianos? ¿Por qué los siguen llamando Paeces, indígenas, ingenuos, y los trata el gobierno y políticos desde lejos y desde arriba, con tucanos y cazas?

No podría el Gobierno esperar otro recibimiento. El ministro de defensa les pidió paciencia lo mismo que hacen los curas. ¿Hasta cuándo un gobierno pedirá paciencia, cuando el “pie de fuerza” es igual al de Brasil y la plata para la guerra se ve en charreteras y botas, en ak-7s, misiles y helicópteros blackhawk? El olvido es secular y el puño ha tenido apretado para hacer inversión en infraestructura, tecnología, acueductos, colegios, y vías.

Cierto es lo que dicen los jefes indígenas: La policía va y se apertrecha detrás de unos bultos de arena. ¿De qué valen unos policías protegidos detrás de unas trincheras que disparan para defenderse y un pueblo que soporta los cilindros y los daños en sus casas sin que nadie los defienda del hambre, la falta de educación, de universidad, de presencia efectiva para una “civilización urbana”? Al final viene la misma cháchara: “Llegaron los guerrilleros y acosaron el pueblo. Los soldados se defendieron como héroes, el pueblo quedó incendiado y se robaron el banco”. Y ahí paran la “acción” y la “presencia” del Estado. ¡Cómo nos duele este maltrato a la Patria!

13-07-12 - 10:42 a.m.

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