Rodrigo Valencia Q
Especial para Proclama del
Cauca
María
Teresa Arteaga, artista de Popayán, egresada de la Facultad de Artes de la
Universidad del Cauca, sitúa el tiempo entre miradas minuciosas, escrutadoras.
Sus fotos en sepia, cuidadosamente elaboradas, seleccionan un cosmos que nace
del desecho; entes que han pasado a la desfiguración y el descuido se tornan
“fragmentos de realidad”. En el tenor de un abandono, ella descubre
ontológicamente el valor de la mirada que obliga, que invita y propone.
Contemplar es, allí, praxis poética, inmersión en el detalle que el ojo
cotidiano no atrapa debido a su
apresurado pasar por sobre las cosas. Aquí los restos del desecho, metales,
placas, bisagras y cosas varias del reino que ha perdido identidad, se tornan objetos
de contemplación atenta. La textura, el óxido y la descomposición cuentan una
historia que pasó de la utilidad al basurero, del tiempo ordenado al tánatos de
lo inservible. Pero, entonces, las imágenes proponen un cosmos donde la fealdad
de la desfiguración material alcanza la dimensión de reflexión estética, toda
vez que la mirada de la artista ofrenda su sensibilidad para transformar esa
realidad.
La realidad sólo es tal cuando el campo perceptual es conciencia con
resonancia dentro de su propio ámbito, experiencia que descubre o propone su
propia significación a pesar de su nadidad aparente; así, el registro de las
circunstancias funda un cosmos-visión que entra a formar parte del inventario
de las posibilidades significativas de las cosas, un ámbito que requiere el
concurso de la sensibilidad que razona, de la voluntad que define una
intención, de la razón que acepta y amplía su propio terreno de acción
significante.
María Teresa selecciona, ordena, re-compone sus argumentos visuales
desde la nada dejada por las cosas; el caos de lo disperso inicial acusa al
final unidad compositiva, capacidad para reunir diferentes elementos en
congruencia para la imagen, reflexión y reconocimiento a partir del caos. El
óxido, el hueco, la arruga, el doblez, las topografías táctiles de la materia,
son la regla de donde surge la configuración del mensaje visual; un mensaje que
transita entre la piel extensa de las cosas, definiendo una estación que
constata el tiempo como mensajero de la desaparición y deterioro de los entes.
Y todo eso puede ser un viso de lo bello, un rasgo imprevisto del encuentro con
la estética.
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