jueves, 12 de julio de 2012



OBSCENIDADES DICHAS
EN VOZ ALTA Y A OSCURAS

Alejandro Buenaventura y Danilo Tenorio listos para entrar a escena

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

Afortunados quienes nos acercamos sin requisito de boleto de entrada ni invitación VIP a la abundante mesa de la cultura en la ciudad de Cali. Espectáculos como el que brindó anoche en el Centro Cultural Comfenalco Valle la Agrupación “Coctel de notas” que dirige la gestora Mónica Vivas, son para relamerse los dedos después de un postre.

La presencia de los actores de teatro Alejandro Buenaventura y Danilo Tenorio fue suficiente anzuelo para que la Sala enorme del mezzanine de Comfenalco tuviera lleno completo. Había gente madura con cara de filósofos, mujeres graves, jóvenes de bolso terciado y niños inquietos.

A la hora señalada empezó la función. Eso es importante en una reunión cultural pues la gente merece respeto a que su expectativa se cumpla y hace que el menú no se enfríe por los retrasos.

Se leería en voz alta la obra que ha levantado polémica del dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra La secreta obscenidad de cada día. La Sala de arte casi estaba hirviendo de caras y abrazos. De pronto las luces se apagaron y llegaron dos hombres de barba y cabello blanco a sentarse en la banca de un supuesto jardín.

Tal vez serían las cuatro de la tarde o quizás las 10 a.m., horas precisas para conciliábulos y fraudes de Estado. Ellos sabían que allá, enfrente, en los edificios se hallaban las niñas de un colegio de caché y los políticos con su aparato militar guardiándolos. Con alguna timidez entrecruzaron frases de saludo y tanteo de clima para un posible diálogo.

El lenguaje que pronto fue fluido dio a conocer a dos mentes ilustradas. Uno debía ser algo así como psiquiatra por el modo como se expresaba. El otro, algo así como un economista o sociólogo. Como lobos que estudian el ambiente en que mueve la presa, fueron lanzándose dardos personales semicómicos y semiserios.

El auditorio atento y participante entre la oscuridad asentía con sonidos o sonreía sutilmente ante la charla animada de los dos interlocutores. Una niña  de unos diez años y una mujer adulta rieron a carcajadas por las expresiones con veneno e inocencia que protagonizaban los dos viejos. Hubo momentos en que el color de la conversación subió de tono risueño a obsceno y el acento filosófico y científico varió como los olores en una cocina de hotel. El ajo dejó un raro ambiente y picó la nariz arisca de los oyentes.

De pronto cada uno de los sabios que parlaban en la banca se preguntaron con suspicacia su nombre de pila. Yo soy Sigmund Freud dijo el de la izquierda y el otro sorprendido dijo que lo sospechaba desde el principio. El de la derecha dijo a su vez que era Carlos Marx, el autor de El Capital.

Casi una hora exacta duró la charla un poco obscena. Obscena porque se hacía alusión al miembro masculino de una forma indirecta y socarrona. Por nada más. O tal vez porque entrañaba un matiz de crítica a la dictadura en que le tocó vivir a Marco Antonio de la Parra. Algo mucho más obsceno por lo diario y descarado contado por dos locos brillantes en un escenario literario.

Una mujer, enfermera con bata blanca, tal vez, emergió de entre las sombras, y a ellos y a los oyentes, nos trajo a la realidad.


12-07-12 - 11:45 a.m.

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