OBSCENIDADES DICHAS
EN VOZ ALTA Y A OSCURAS
Alejandro Buenaventura y Danilo Tenorio listos para
entrar a escena
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
Afortunados
quienes nos acercamos sin requisito de boleto de entrada ni invitación VIP a la
abundante mesa de la cultura en la ciudad de Cali. Espectáculos como el que
brindó anoche en el Centro Cultural Comfenalco Valle la Agrupación “Coctel de
notas” que dirige la gestora Mónica Vivas, son para relamerse los dedos después
de un postre.
La presencia
de los actores de teatro Alejandro Buenaventura y Danilo Tenorio fue suficiente
anzuelo para que la Sala enorme del mezzanine de Comfenalco tuviera lleno
completo. Había gente madura con cara de filósofos, mujeres graves, jóvenes de
bolso terciado y niños inquietos.
A la hora
señalada empezó la función. Eso es importante en una reunión cultural pues la
gente merece respeto a que su expectativa se cumpla y hace que el menú no se
enfríe por los retrasos.
Se leería en
voz alta la obra que ha levantado polémica del dramaturgo chileno Marco Antonio
de la Parra La secreta obscenidad de cada
día. La Sala de arte casi estaba hirviendo de caras y abrazos. De pronto
las luces se apagaron y llegaron dos hombres de barba y cabello blanco a
sentarse en la banca de un supuesto jardín.
Tal vez serían
las cuatro de la tarde o quizás las 10 a.m., horas precisas para conciliábulos
y fraudes de Estado. Ellos sabían que allá, enfrente, en los edificios se
hallaban las niñas de un colegio de caché y los políticos con su aparato
militar guardiándolos. Con alguna timidez entrecruzaron frases de saludo y
tanteo de clima para un posible diálogo.
El lenguaje
que pronto fue fluido dio a conocer a dos mentes ilustradas. Uno debía ser algo
así como psiquiatra por el modo como se expresaba. El otro, algo así como un
economista o sociólogo. Como lobos que estudian el ambiente en que mueve la
presa, fueron lanzándose dardos personales semicómicos y semiserios.
El auditorio
atento y participante entre la oscuridad asentía con sonidos o sonreía
sutilmente ante la charla animada de los dos interlocutores. Una niña de unos diez años y una mujer adulta rieron a
carcajadas por las expresiones con veneno e inocencia que protagonizaban los
dos viejos. Hubo momentos en que el color de la conversación subió de tono risueño
a obsceno y el acento filosófico y científico varió como los olores en una
cocina de hotel. El ajo dejó un raro ambiente y picó la nariz arisca de los
oyentes.
De pronto
cada uno de los sabios que parlaban en la banca se preguntaron con suspicacia su
nombre de pila. Yo soy Sigmund Freud dijo el de la izquierda y el otro
sorprendido dijo que lo sospechaba desde el principio. El de la derecha dijo a
su vez que era Carlos Marx, el autor de El Capital.
Casi una
hora exacta duró la charla un poco obscena. Obscena porque se hacía alusión al
miembro masculino de una forma indirecta y socarrona. Por nada más. O tal vez
porque entrañaba un matiz de crítica a la dictadura en que le tocó vivir a
Marco Antonio de la Parra. Algo mucho más obsceno por lo diario y descarado
contado por dos locos brillantes en un escenario literario.
Una mujer,
enfermera con bata blanca, tal vez, emergió de entre las sombras, y a ellos y a
los oyentes, nos trajo a la realidad.
12-07-12 - 11:45
a.m.
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