Rodrigo Valencia Q
Especial para Proclama del Cauca
Ilustración: dibujo de Rodrigo
Valencia Q
Eva miró la serpiente, miró la
manzana, la oscuridad que la rodeaba, el miedo de sí misma y de su amante
ausente… Un pudor creció en sus entrañas, nubló toda esperanza.
Recogió sus pensamientos, indagó
en sí misma, un nuevo rostro reemplazó al primero; vio la oscuridad; matices
extraños acercaban el olvido, todo se había hecho viejo bajo el cielo.
“¡Adán, Adán!, -gritó-. ¿Dónde
estás?” La noche era tinte violeta; entre las ramas del follaje, mucha
oscuridad… ausencia, el extrañamiento llenaba el miedo.
Ninguna presencia; ni ángel ni
demonio hacían sonoro el bosque; los astros giraban en el cielo como rosa
alucinante, la boca del abismo exhalaba inmensidad; Dios era el rostro más
desconocido.
“Tengo los años nuevos, y aún así
no recuerdo mi origen. ¿He nacido acaso de la tierra, del agua o las estrellas?
Toco por primera vez mi cuerpo; es denso, extraño la suavidad etérea; hay
fiebre en mis fuentes íntimas, mis pechos son deseo y tierra que calcina”.
Adán apareció; dormía en el aire,
el cansancio era su único manto. Bella desnudez de mancebo; descendió poco a
poco a tierra, hasta la hierba junto a ella. Inmóvil, Eva lo mira, trata de
adivinar su sueño; pero del sueño sólo cada quien es puerta; todo se hunde y
borra en ese sagrario de ébano, ventana exenta de razón.
Se acostó junto a él; acarició su
piel, lo acompañó en el sueño. Un zaguán estrecho y húmedo apareció; infinito
de largo, penumbra para contar años sin final. Mil puertas recorrieron; todas
eran parajes sin regreso; los pasos de ellos resonaban en la inmensidad, un
lagarto trepaba por las paredes.
“¡Quién sabe si podamos disfrutar
de los abrazos, todo huele a miedo en este pasadizo. ¿Hay un mundo allá fuera,
un sol que habla, un río para el amor?”, pensaron. Un hombre con traje negro surgió
a lo lejos; los esperó, ellos temblaban. “No soy de los suyos, no tengo morada
en este reino. Canten conmigo y aparecerá el día”, les dijo. Aprendieron la
tonada, tenía aires de selva. Cada estrofa iluminó la estancia poco a poco, la
última palabra tenía rostro de sol; el abrazo iluminó la hierba. Un águila
miraba desde lo alto, cantaba la canción de la selva y los deseos.
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