LA
ORANGUTANA NO USABA BOLSO CARTIER
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
No es una
frase que predique prepotencia ni mucho menos desprecio por el otro. Cada uno
tiene su propio estilo. Sea, escritor, torero, modisto, arquitecto o locombiano.
El adagio popular “cada cual sabe cómo matar sus pulgas” puede cambiar de
animal o de verbo. El fondo de lo que se quiere decir seguirá siendo igual.
Cada ser
humano tiene su ADN y sus propios genes y entorno. Podrá tener muy parecida la nariz,
la voz, los gestos. Sin embargo, los gustos, los objetos, el uso de un
vocabulario, los métodos, la época, la manera de mirar al mundo no podrán
imitarse.
Ha habido
hombres y mujeres que han optado o caído en moldes o rebaños. Han decidido
formar parte de una escuela y se proclaman como seguidores de un movimiento o
del uso de etiquetas y señales particulares de determinado momento histórico.
Así se conocen la Edad Antigua o clásica, el Medioevo, el Renacimiento o la
Escuela de Frankfort o la Iglesia Católica o la Anglicana.
Entre más
refinado o exclusivo sea el artículo más cotizado se vuelve. Cuando una edición
se agota y sus libros se pierden, el que quede se llamará incunable y tendrá valor
de joya preciosa.
No solo en
arte será en gran estima la obra original que determinado autor labró o talló
en su taller y firmó en el pedestal. Entre más auténtico y distinto sea el
timbre de una copa o el tono de la garganta de un tenor o barítono se cotizará
más su fama.
El valor de
una lana de oveja será de más precio si es de raza merina o el catador de vino
sabrá si pertenece a tal casa o cepa. No así el valor del estilo de un ser
humano.
Por eso es
extraño que se trate de comparar “científicamente” el estilo y el uso de
palabras, giros idiomáticos de un tiempo remoto con el que hoy tiene el homo
sapiens de esta era del plasma, el robot y el iPod. El primate no conoció estos
artefactos ni con su pulgar probó el sabor de la leche asada.
Nadie
pretenderá hoy vestir todo el año como nuestro antepasado el chimpancé ni
escribir con punzón sobre las piedras. El humano aprendió a expresarse con
palabras que inventó y formó con ellas miles de idiomas y transformó el paisaje
a su antojo. Por el idioma, el vestido, sus costumbres hoy sabemos de dónde es
quien habla árabe, chino, japonés y conocemos su arte. Pero cada país tiene sus
artistas o científicos que sobresalen en cada generación. El hombre no nace en
serie como un lote latas importadas o un modelo de carros.
Es verdad de
Perogrullo que un escritor gana el premio Nobel porque su genio sobresale entre
muchísimos otros y que artista que se precie se esforzará por no parecerse a
otro de similar ocupación u oficio.
Agradecemos
a los estudiosos de la Universidad de Dortmouth en EE. UU. que hayan gastado
sus pestañas para concluir que el hombre de hoy cada vez se aparta más de las palabras
y modelos antiguos y que su lenguaje lo toma de la modernidad y sus artefactos.
06-07-12 10:44
a.m.
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