Rodrigo
Valencia Q
Especial
para Proclama del Cauca
Imagen tomada de internet
El maestro Edgar Negret, artista de Popayán, de
Colombia y del mundo, murió en Bogotá a los 92 años. Rebasó los límites patrios
con su fama, y aportó al arte universal un estilo sin límites territoriales,
una estética liberada de la tradición, con la marca de las formas libertarias
del siglo XX. Ganador del premio en escultura en Venecia, cuenta con obras en
el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en el Museo Guggenheim, en la Colección Rockefeller
y en otras importantes colecciones del orbe.
Sus comienzos en la disciplina académica del dibujo y
modelado son reorientados por el maestro español Jorge Oteiza en los años 40,
de manera que se vinculan al bloque de neofiguraciones escultóricas de temática
tradicional, y posteriormente a la reflexión novedosa y postulados del
abstraccionismo, muy seguramente afirmados desde su viaje a Nueva York y París.
Y es aquí, en el campo de lo abstracto, donde Negret logra la plenitud de su
fondo como artista de renombre internacional.
Desde entonces, su obra queda marcada por el concepto
de la geometría: espacio abstracto liberado de los nexos formales del objeto
como tal en la naturaleza; significación pura de la forma especulativa, de la
forma idealizada, de la forma origen, de la forma totémica arquetípica, de la forma
como fuerza composicional, de la forma que instaura nuevos significados y
propuestas en el mundo de la plástica.
Algunas de las obras aluden a referentes como el sol,
la luna, los Andes y paradigmas precolombinos; son postulados de un programa
racional, matemáticamente planeado y diseñado, concreción del boceto
perfectamente calculado y de una fantasía que fecunda con su orden controlado
los procesos creativos.
A veces, las formas en metal aluminio están repetidas
en serie, en módulos que se apoderan del espacio en espiral: envuelven el aire,
desarrollan movimientos giratorios, la curva es directriz visual entre el aire
que las circunda y el vacío que resuena dentro; y otras veces muestran
composiciones donde el sentido de lo plano vertical, casi de pintura, se mueve
mínimamente hacia el espacio adyacente externo. Aparece entonces el
protagonismo del color, reemplazando la monocromía anterior con gamas planas de
rojo, negro y azul, principalmente, que resaltan las partes componentes,
instaurando una resonancia composicional entre forma y cromatismo.
Los planteamientos de Negret referencian la solidez de
lo liviano, el límite del aire que circula con el ritmo de la curva, la
pulcritud de los segmentos, los ángulos y el color de la superficie limitante,
el desplazamiento del centro hacia los lados, el rigor purista de la geometría
en movimiento. La obra de Negret es constructivismo cerebral; es razón
premeditada, lógica seriada, sensibilidad ascética desde el origen mítico de
las formas tridimensionales, discurso totémico de luz solidificada, presencia
resuelta del volumen esencial potenciado por su fuerza interna; en fin,
“aparatos mágicos” de finales del milenio. Es una forma de escultura que nace
de la geometría minimalista de las cosas, con su desarrollo estructural, secuencial,
orgánico y analítico.
Popayán cuenta con el gran privilegio de tener un museo
como la Casa Negret.
El legado de su patrimonio familiar, con todo el aroma de su mundo anecdótico,
incluye un bellísimo dibujo de 1903 del maestro Adolfo Dueñas, que contrasta
con las atrevidas metáforas abstractas de nuestro escultor; y también con una
escogida colección de obras de reconocidos artistas contemporáneos: Julio Le
Parc (argentino), Yutaka Toyota (nipo-brasilero), Jesús Soto (venezolano),
Carlos Cruz Díez (venezolano), y los colombianos David Manzur y Santiago
Cárdenas, entre otros. Paradójicamente, una valiosa herencia, legado futurista
en esta urbe anquilosada; un patrimonio cultural que no ha sido debidamente
acogido y protegido por la “ciudad culta”; un espacio donde el arte da
testimonio entre la soledad y el abandono. Allí, el mundo privilegiado de uno
de los artistas más importantes de Colombia pugna contra la falta de conciencia
y el prosaísmo abundante que se apoderó penosamente de la villa de paredes
blancas. Tal vez, dentro de cien años de soledad, algún fénix resucite de entre
las cenizas, con ojos, alas y mirada nueva entre las sombras.
Por ahora, el maestro alzó vuelo hacia lo ignoto… pero
su arte queda en esta tierra de los vivos.
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