Por Pbro. Edwar Andrade
Párroco Iglesia Stma. Trinidad
Santander de Quilichao, Cauca
“No juzguéis, para que no seáis
juzgados” (Mateo
7,1)
No darnos como hermanos: no sacrificarnos por nuestros
hermanos, no servirles, no prestarles ayuda, también representa división ya que
la comunidad funciona como un cuerpo en el cual todos sus miembros son
necesarios y tienen una función específica. Cuando uno se siente rico en la
plenitud de Cristo, cuando comprende a Cristo en su plenitud, entonces el amor
de Dios es perfecto y puede entregarse uno generosamente y vaciarse también en
la entrega. Estamos llamados a ser uno con el Padre y Jesús son uno (Juan
17,21) esto significa que debemos complementarnos unos a otros mediante el amor
de Dios que se derrama en nuestros corazones, para que como hermanos no vivamos
más para nosotros sino para los demás.
Envidia:
Hermann Rodríguez Osorio, S. J cuenta que un pescador tenía un balde lleno de
langostas vivas en un rincón del puerto. Un extranjero se acercó y le advirtió
que uno de los animales estaba a punto de salirse del balde. El pescador, sin
levantar siquiera la mirada y continuando con su labor de doblar las redes, le
dijo: - no hay problema, no pasa nada. –Pero se puede escapar, replicó el
extranjero, sin entender la situación. Entonces el pescador se sonrió y explicó
con una sonrisa en los labios. – Son langostas colombianas, míster. Si una de
ellas quiere salir del balde y está ya al borde, las otras se encargan de
regresarla al fondo. Por eso dicen que un colombiano es más inteligente que un
extranjero, pero que dos extranjeros son más inteligentes que dos colombianos.
¿Por qué? Porque dos colombianos juntos, en lugar de hacer equipo, se dedicarán
a pelear y a tratar de que el otro no haga nada hasta que ambos terminen
enterrados, como langostas en el fondo de un balde”.
Añade el Padre
Rodríguez que esto sucede también entre las personas que buscan sobresalir
hundiendo a los que tienen a su lado. La envidia es un pecado principal. En
Marcos 3, 20-35 vemos que los familiares de Jesús “… Decían que se había vuelto
loco” y querían llevárselo. Y, por otra parte, los maestros de la ley que
habían llegado de Jerusalén decían: “Belcebú, el propio jefe de los demonios,
es quien le ha dado a este hombre el poder de expulsarlos”. Pero Jesús se
defendió con este ejemplo: “¿Cómo puede Satanás expulsar al propio Satanás? Un
país dividido en bandos enemigos, no puede mantenerse; y una familia dividida,
no puede mantenerse. Así también, si Satanás se divide y se levanta contra sí
mismo, no podrá mantenerse; habrá llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa
de un hombre fuerte y quitarle lo que le pertenece, si no lo ata primero; solamente
así podrá quitárselo”.
La envidia de las
personas impide que el que está haciendo un bien, pueda continuar con su labor
a favor de los demás. Es muy frecuente que las personas más cercanas se sientan
desplazas o relegadas ante el éxito de uno de los miembros de una comunidad. No
nos gusta que a los que tenemos cerca, les vaya bien. Nos parece que si a los
otros les va bien, a nosotros nos irá mal. Y haremos todo lo que está de
nuestra parte para evitar que nuestros vecinos tengan éxito. Lo triste de la
vida es que cuando nuestros vecinos fracasan en sus proyectos, la fuerza de su
derrumbamiento, nos arrastra también a nosotros a la catástrofe. Por eso el
Señor es tan severo en este caso: “les
aseguro que Dios dará su perdón a los hombres por todos los pecados y todo lo
malo que digan: pero el que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo, nunca lo
perdonará, sino que será culpable por siempre. Esto lo dijo Jesús porque ellos
afirmaban que tenía un espíritu impuro”. Cuando impedimos que otros
sobresalgan y tengan éxito, estamos sirviendo al pecado, y no al espíritu
Santo, que trabaja en todos los seres humanos para el bien y la edificación del
cuerpo de Cristo en nuestra historia. Oponernos a los éxitos de los demás no es
sólo un daño a estas personas particulares y a sus proyectos, sino una afrenta
a la acción de Dios en ellas. ¿Nosotros estamos negando la acción de Dios en
aquellos que a nuestro alrededor están teniendo éxito? Tenemos que pensar si
nuestra actitud es la de las langostas colombianas que se encargan de regresar
al fondo del balde a la que quiera sobresalir y alcanzar la libertad. Dice San Juan Crisóstomo:
“Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...
Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de cristo, ¿a dónde llegaremos?
Estamos debilitando el cuerpo de Cristo... No nos declaramos miembros de un
mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras” (hom. In 2 Cor 28,
3-4).
La vida diaria es difícil y lo será siempre.
Es una máquina inexorable que va machacando muchas ideas bonitas, muchos buenos
propósitos. Sin embargo sería una equivocación no tener esperanza en la
formación de comunidades según el modelo de la Santísima Trinidad, ya que la fe
vence al mundo y la semilla de la palabra da fruto precisamente cuando ha sido
machacada y triturada. Precisamente esta trituración que la semilla de la
Palabra recibe en la vida de cada día, con las pequeñas experiencias de las
dificultades, de las incomprensiones, de las cosas que no van, de los problemas
sin resolver, de las frustraciones, y que nos dejan un poco angustiados,
precisamente esto es lo que encarna la semilla de la palabra y nos permite
sentir la fuerza, el poder de esta palabra. Así pues, pidamos unos por otros
para que podamos vivir de veras en la vida diaria la fuerza de la Palabra de
Dios que nos permite superar toda división. Recordemos: Si suprimimos: divisiones,
juicios, críticas, mentiras, rencores, egoísmos, envidias etc. Mediante: Amor
+ perdón. Lograremos: unión en Cristo, frutos del Espíritu Santo. Paz.
Buen testimonio cristianos. Compromiso. Gozo. Servicio. Sacrificio.
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